sábado, 8 de enero de 2022

Fanatocracia digital, el fenómeno que rescató a Britney Spears


¿Pueden las autoridades ceder a la presión de la opinión pública? Prácticamente en todos los casos mediáticos se crea un juicio paralelo del que somos partícipes los ciudadanos, medios de comunicación y creadores de opinión. En pocos minutos somos capaces de formar un discurso basado en especulaciones y condenar o absolver según nuestro juicio a los involucrados en el acontecimiento, que suelen ser celebridades. Cuando además se trata de seguidores –o detractores–, el juicio se intensifica y empuja a un activismo constante que, si es masivo, puede acabar influyendo en las decisiones políticas, sociales o judiciales. Así ocurrió con la ‘liberación’ de Britney Spears.

Desde que las redes sociales se asentaron como pasatiempo popular, nuestra opinión individual tiene una proyección capaz de llegar a cualquier rincón del planeta. Nunca antes había sido tan sencillo encontrar aliados ni destapar controversias sin ni siquiera tener una foto de perfil. Tampoco empezar la revolución desde el sofá de casa. Surge así la ‘fanatocracia 2.0’, o el poder de los fans en la era digital, una movilización por una causa relacionada con un artista que gana crédito a través de lo que dicte la mayoría y ejerce una influencia demoledora. Si el diablo tuviera un abogado, diría: ¿Acaso no especularon los fans de Britney sobre una conspiración por parte de la familia para internarla en una clínica sin su consentimiento? ¿Cuántos invirtieron tiempo en comprender la versión opuesta? Por más pósteres que el fanático pudiera tener en la pared, ninguno de ellos es conocedor de la vida privada de la artista.

Otras veces, sin embargo, la fanatocracia digital contribuye a cumplir la moralidad vigente. Los admiradores de Britney Spears serán recordados por librarla de la tutela de su padre y darle voz cuando estuvo silenciada. Según aseguró la propia cantante en uno de sus posts tras ser declarada libre tras más de 13 años de tutela, «en cierto modo me salvaron la vida». Entre los argumentos para despojarle la autodeterminación e imponerle una vigilancia extrema jugaron como pieza clave los constantes ataques a los paparazzis, la etiqueta de ‘mala madre’ y su ingreso en una clínica de salud mental.

El ‘rescate’ comenzó con el movimiento #FreeBritney, que emergió de las redes sociales sin un líder ni portavoz, sin estructura clara, y creció progresivamente de forma natural. En teoría, siempre fue un colectivo autofinanciado, y los seguidores compraron poco a poco documentos judiciales del caso, organizaron manifestaciones y eventos donde lucieron pancartas, camisetas e incluso mascarillas con la cara de la cantante. Su relevancia creció aún más tras el estreno de Framing Britney, el documental creado por The New York Times en el que repasaban las luces y sombras de la famosa intérprete de Toxic. Entonces, cientos de miles de fans incondicionales ejercieron su autoridad online –y salieron a las calles también– para reclamar que el tiempo había convertido a la cantante en una rehén de su padre. Consiguieron su cometido, ya que forzaron un veredicto legal para rescatar a Britney, que pudo celebrar su 40 cumpleaños sin restricciones en la cuenta bancaria.

En definitiva, los movimientos sociales que nacen, crecen y se reproducen en internet suelen ser, como apunta el sociólogo y exministro Manuel Castells, espontáneos, interclasistas y virales; sin líderes ni partidos. El caso #FreeBritney sacó a relucir la voluntad popular de luchar por la dignidad humana y cómo, usuario a usuario, se consiguió acelerar la decisión judicial. La multitud se ha mostrado, de nuevo, como una herramienta fundamental para conseguir sus demandas. ¿Fe ciega en el ídolo o solidaridad ciudadana? Probablemente, antes o después alguien sin foto de perfil resolverá esta dicotomía por Twitter. Por lo pronto, Britney Spears ha vuelto a tomar las riendas de su vida.

Imagen: ABC

Fuente: Ethic

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