martes, 27 de abril de 2021

Las contradicciones de vivir en un mundo con demasiada información


Una noche de finales de junio de 2018 caminaba por la Avenida Corrientes hacia la Plaza de Mayo, en el corazón de la ciudad de Buenos Aires. La investigación para este libro había terminado medio año antes y yo estaba inmerso en el análisis de datos. Tenía muchas ideas dando vueltas y la intuición de que podrían conectarse, pero aún no había encontrado el tema para unirlas. Pasé por la oficina de mi difunto padre, y poco después por el Centro Cultural Ricardo Rojas, donde tres décadas antes había tomado un apasionante curso sobre la obra de Jorge Luis Borges con el escritor y académico Ricardo Piglia, que cambió para siempre mi visión de cómo leer. En medio de este territorio familiar, vi una situación tristemente común con un giro novedoso. Me llamó la atención y, posteriormente, me llevó al tema que hizo que el argumento de este libro se unificara.

Había dos jóvenes viviendo en la calle. Estaban sentados uno al lado del otro en un par de sillas gastadas, mirando hacia la acera, con algunas pertenencias ubicadas entre sus espaldas y la fachada de un edificio. Tenían una gran caja de cartón al revés frente a ellos, como una mesa improvisada para cenar, y estaban rodeados de cajas de cartón más pequeñas apiladas, demarcando débilmente su espacio semi privado en la acera. Estaban comiendo de un recipiente de plástico, con una lata de Coca Cola a un lado. Sus ojos estaban fijos en una pantalla de la que emanaba una luz tenue dentro de un entorno bastante oscuro. La pantalla en cuestión era la de un teléfono inteligente. Era una versión empobrecida y del siglo XXI de la imagen icónica del siglo XX de una familia cenando frente al televisor. En una situación de extrema escasez material, estas dos personas estaban conectadas con la abundancia de información.

Con esta postal porteña, que bien podría ser de cualquier otra metrópolis latinoamericana, comienza mi libro Abundance: On the Experience of Living in a World of Information Plenty (Abundancia: Sobre la Experiencia de Vivir en un Mundo Pleno de Información), de reciente publicación en inglés por Oxford University Press. Basado en el análisis de material original de entrevistas y encuestas sobre consumo de medios y tecnología realizadas en Argentina, el libro indaga acerca de las interpretaciones, emociones y prácticas de lidiar con la abundancia de información en la vida cotidiana.

El proceso de escritura, que empezó poco después de aquella caminata por la Avenida Corrientes en 2018 y concluyó en noviembre de 2020, estuvo marcado por dos desafíos.

El primero fue historizar el presente para poder encontrar la esencia de lo nuevo. El nuestro no es el único período histórico en el cual ha habido un salto cualitativo en la cantidad de información disponible. Ni tampoco es el único en el que esta transformación ha sido asociada con consecuencias negativas para la sociedad.

Hace más de dos milenios, Séneca sostenía que “la abundancia de libros es una distracción”. Estos temores se multiplicaron luego de la invención de la imprenta a punto tal que un pensador clave del Renacimiento como Erasmo se mostraba preocupado porque el gran incremento de libros inundaría a la sociedad con textos “tontos, ignorantes, malignos, difamatorios… impíos y subversivos”. Un siglo después, Leibniz advertía acerca de “la horrible masa de libros que sigue creciendo… Porque al final el desorden se volverá casi insuperable”.

Estas advertencias y preocupaciones encuentran eco en el discurso distópico actual que vincula el masivo incremento de la información (en este caso en formato digital en lugar de impreso) con problemas sociales como las noticias falsas, la desinformación y la manipulación algorítmica. Sin embargo, la investigación histórica ha demostrado que en distintos períodos las sociedades han abordado la abundancia informativa desarrollando innovaciones que terminaron siendo altamente beneficiosas para el público.

En la raíz de los discursos distópicos del pasado y el presente se encuentra un desequilibrio de poder en el acceso y la producción de la información. Y allí reside también la novedad del presente. La imprenta expandió el acceso a la cantidad de textos y al público lector, pero la producción y distribución de libros quedó en manos de una elite relativamente pequeña.

Las tecnologías digitales amplían exponencialmente las posibilidades de quienes tienen la capacidad de producir y distribuir información y no solo de quienes tienen acceso a la misma. Y esto desestabiliza el equilibrio de poder preexistente, lo cual se evidencia, por ejemplo, en la potencia y el alcance de movimientos sociales como #NiUnaMenos y #BlackLivesMatter. Parte de su éxito se encuentra en haber sabido utilizar las tecnologías digitales para organizarse y comunicar reclamos que el Estado y los medios de comunicación han ignorado históricamente.

Es en reconocimiento a este potencial emancipatorio de las respuestas sociales frente a la abundancia de información que el libro tiene un tono cautelosamente optimista, que contrasta con el tono sombrío y apocalíptico que predomina en productos culturales de éxito masivo como el documental The Social Dilemma.

El segundo desafío que atravesó la escritura del libro fue tratar de recuperar la sensación de asombro y curiosidad frente a una realidad que hoy damos por sentado pero que hace tan solo unas décadas hubiera resultado un escenario de ciencia ficción.

Mi infancia y adolescencia transcurrieron en la Buenos Aires de los años sesenta a ochenta. Recuerdo la emoción familiar cuando nos instalaron una línea telefónica luego de una larga espera. También me acuerdo de ver los partidos del Mundial de 1978 en un televisor de blanco y negro, y la desazón de cuando no había ninguna película que me interesara en los cines porque las pocas que pasaban en los cuatro canales de televisión de aire que podíamos ver eran muy viejas. Y ni qué hablar de las partidas en los torneos de ajedrez por correspondencia. Duraban un promedio de dos años… y esto, con suerte, porque muchas veces las postales que usábamos para comunicar cada jugada al adversario perdían antes en el laberinto insondable que era el correo.

Como tantas otras personas, hoy mi teléfono inteligente me acompaña a todos lados. A través de este pequeño dispositivo hablo con colegas y amigos mientras paseo a mi perro, miro una de las miles de películas disponibles en plataformas de streaming incluyendo los estrenos en las salas de cine esa semana, y juego partidas de ajedrez rápido para pasar el tiempo cuando viajo en transporte público mediante una app que me conecta en cuestión de segundos con rivales en los cinco continentes. Mi vida cotidiana en la actualidad hubiera sido un escenario improbable incluso en las historias de ciencia ficción que circulaban durante mi infancia.

¿Cómo transmitir a través de la escritura esta sensación de asombro que se desvanece rápidamente cuando lo nuevo se transforma en parte las condiciones esperables y las rutinas de la vida cotidiana? ¿Cómo hacer para seguir siendo curiosos frente aquellos recursos y prácticas tecnológicas que usamos y llevamos a cabo casi sin pensar, como si siempre hubieran estado presente en nuestras vidas?

Un día, mientras intentaba infructuosamente empezar a escribir el libro releí La Soledad de América Latina, el discurso con el que Gabriel García Márquez aceptó el Premio Nobel de Literatura en 1982. En este discurso Gabo explica que el realismo mágico ha surgido como una crónica literaria de la vida en nuestro continente:

Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Inspirado por este discurso, decidí centrar la escritura del libro en recuperar a través de la crónica de la vida cotidiana de las personas entrevistadas la dimensión mágica de una realidad que apenas una generación atrás nos hubiera resultado impensable.

Asombrarnos frente a la magia de cómo vivimos la abundancia de información que caracteriza la sociedad contemporánea nos permite poner distancia frente a la misma y analizar las oportunidades y desafíos que nos presenta. Seguir siendo curiosos nos empodera y nos convoca a hacernos cargo de nuestro destino de manera colectiva y en menor soledad, alejados de los discursos apocalípticos plagados de respuestas demasiado fáciles y de dudosa eficacia para la complejidad de los problemas actuales.

Fuente: Infobae

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