Recientemente asistí a un seminario en Estocolmo sobre el futuro del trabajo, organizado por un importante sindicato. Estuvo presente un representante de Google, quien formuló una pregunta aparentemente cordial y constructiva: ¿qué podemos hacer para ayudar?
La respuesta del líder sindical fue expresar su felicidad con la forma en que Google operaba en Suecia, ya que había acordado cumplir con el modelo sueco de negociación colectiva.
Este intercambio sirve como una buena ilustración de cómo los progresistas y los sindicatos no logran resolver uno de los problemas fundamentales de nuestro tiempo: el papel central que desempeña la acumulación de datos en la economía actual y las cambiantes relaciones de poder entre capital y trabajo que se derivan de ella.
Recientemente, The Economist informó que los choferes de Uber estaban interponiendo acciones legales contra la empresa. Los choferes desean acceder a los datos recopilados sobre ellos y su rendimiento. No entienden cómo se los califica y cómo se asignan los viajes. El acceso a las calificaciones y revisiones permitiría a los choferes apelar el despido improcedente de la aplicación, algo que hoy no pueden hacer.
Los datos, por supuesto, están en el núcleo del modelo de negocios de Uber. Los algoritmos a partir de los cuales Uber obtiene su dinero se alimentan de los datos entregados por los choferes. Pero el valor es capturado por la compañía y ni siquiera es accesible para las personas que lo producen.
Los choferes de Uber, en este caso, ni siquiera exigen una participación en la creación de valor, sino apenas un nivel mínimo de transparencia. El tema ha sido llevado a los tribunales europeos.
En la economía actual, una parte cada vez mayor del valor no proviene del trabajo sino de los datos extraídos de la actividad humana. Hoy en día, ese valor es capturado por unos pocos jugadores, lo que lleva a lo que John Doerr, uno de los primeros inversores de Amazon y Google, denominó «la mayor acumulación legal de riqueza en la historia». Los gigantes tecnológicos emplean a un número significativamente menor de personas que otras industrias y la participación de los ingresos del trabajo de estas empresas parece ser solo una fracción del promedio tradicional.
Aquellos interesados en la igualdad deberían estar muy preocupados por la forma en que funcionan estos mercados y tratar de encontrar algo mejor.
Enormes ganancias
La actual economía de datos prospera en gran medida por el malentendido de que servicios como la búsqueda en Google y las noticias de Facebook son «gratuitos» para los consumidores. Al mismo tiempo, estos servicios ofrecen enormes ganancias para las empresas. En 2017, los ingresos por publicidad de Google y Facebook sumados fueron de 135.000 millones de dólares. El valor proviene de los datos recopilados sobre el comportamiento de los usuarios, utilizados para vender publicidad online dirigida a las mismas personas.
Que «los datos son el nuevo petróleo» ya se ha convertido en un clisé, y tal vez esta frase sea también un gran error. En un artículo publicado en 2018, el filósofo Jaron Lanier, el economista Glen Weyl (ambos trabajaban para la Fundación de Investigaciones de Microsoft) y otros, argumentan que los datos no deben ser considerados ni «gratuitos», ni como capital, ni como recurso natural, sino como trabajo.
Es una analogía interesante. Si los datos son trabajo y no capital, el valor creado debe ser devuelto, por lo menos en parte, al dueño. Quizás la manera de pensar cómo funcionan los mercados digitales sea compararlos con los primeros días de la industrialización, cuando los propietarios del capital, maximizadores de ganancias, podían fijar por sí solos el precio de la mano de obra.
La comparación deja en claro las relaciones de poder. Al igual que en los mercados de trabajo anteriores a los sindicatos, el valor de los datos de individuos recopilados puede ser enorme, pero el valor que emana de una sola persona es cero. Es solo en un nivel agregado donde los datos se vuelven valiosos, y la única manera de crear un contrapeso –o reclamar una parte del valor creado– es agrupar los datos.
En su artículo, Lanier, Weyl et al. argumentan que los «trabajadores de datos» podrían organizarse en sindicatos para hacer negociaciones colectivas con las empresas. Dicen que «si bien ningún usuario individual tiene mucho poder de negociación, un sindicato que filtra el acceso de las plataformas a los datos del usuario podría convocar a una huelga poderosa».
A raíz del escándalo de Cambridge Analytica y otros acontecimientos recientes, hemos visto una discusión cada vez más intensa sobre la privacidad y la protección de datos. Las nuevas reglas que están tomando forma –como el Reglamento Europeo de Protección de Datos– son interesantes y podrían servir como un paso importante hacia una nueva forma de ver la propiedad de los datos. Idealmente, servirán como un primer bloque de construcción hacia una versión más saludable de la economía de datos. Por lo menos, permitirán que los usuarios se den cuenta de qué tan poco poder tienen.
Eso podría, sin embargo, ser importante. Para que las personas empiecen a exigir una participación en el valor creado por sus datos, tal vez necesiten entender cuán débiles son. Lanier et al. sostienen que los usuarios necesitan desarrollar una «conciencia de clase» como trabajadores de datos.
A medida que los datos y la inteligencia artificial se convierten en una parte cada vez más relevante de nuestra economía, es importante lograr el equilibrio adecuado entre empresas y ciudadanos. Yo misma trabajo para una empresa de medios y accedo a los datos que son necesarios para que hagamos buenos productos para los lectores. Sin embargo, existen riesgos enormes de captura del regulador si unos pocos jugadores se vuelven demasiado dominantes. También existe un riesgo cada vez mayor de que los monopolios de datos depriman la productividad y la innovación. Y para que la democracia funcione, no se puede permitir que se profundicen demasiado las desigualdades de riqueza y recursos económicos. Como escriben Lanier et al., «de una u otra forma, las sociedades tendrán que encontrar un mecanismo para distribuir la riqueza creada por la inteligencia artificial».
Dar marcha atrás
La respuesta tradicional al auge del monopolio es regular. La senadora demócrata Elizabeth Warren dijo que hará del «desmantelamiento de las fusiones de las grandes compañías tecnológicas» un tema central en su campaña por la Presidencia de Estados Unidos el próximo año. Es bueno y saludable que la política dé marcha atrás.
Pero una discusión sobre el desmantelamiento de las fusiones de las grandes compañías tecnológicas no es suficiente, por más radical que parezca.
Es sabido que el ex-presidente de Estados Unidos Ronald Reagan solía decir que las nueve palabras más terroríficas en el idioma inglés eran: «I’m from the government and I’m here to help» («Soy del gobierno y estoy aquí para ayudar»). Recordé esa frase cuando escuché al representante de Google preguntar al líder sindical cómo podría ayudar.
Por supuesto, Google, Facebook y Amazon no están interesados en «ayudar» a nadie. Lo que buscan es maximizar las ganancias y la cuota de mercado, y lo están haciendo desde una posición de fuerza casi sin precedentes. Y cumplirán gustosamente con las leyes laborales nacionales, siempre y cuando se les permita continuar recolectando datos de forma gratuita.
Los progresistas y los sindicatos deben pensar dónde deben trazarse hoy las líneas de conflicto, y tener una idea sobre la propiedad de los datos y la distribución de la riqueza. Necesitamos política –y una economía política– para la era de los datos.
Estos mercados no se corregirán solos. Si no se da marcha atrás, lo más probable es que la acumulación masiva de riqueza y las injusticias económicas impulsadas por la economía de datos sigan aumentando.
Imagen: dreamstime
Fuente: Nueva Sociedad
No hay comentarios.:
Publicar un comentario