martes, 7 de mayo de 2019

Así utilizan las empresas los datos personales que dejas en Internet

Dónde estás, qué música escuchas, los archivos que descargas o qué dicen los mensajes que intercambias -y con quién-. Muchos internautas descartarían de plano otorgar permisos para que alguien tenga acceso a esta información personal, pero en realidad es muy probable que ya lo estén haciendo. Así lo afirma un reciente estudio coordinado por dos académicos españoles, Juan Tapiador, de la Universidad Carlos III, y Narseo Vallina-Rodríguez, de ICSI (Universidad de Berkeley, Estados Unidos), que analiza las aplicaciones preinstaladas en más de 1.700 teléfonos Android de todo el mundo (más del 80% del mercado).

Sucede continuamente. El retargeting (dirigirse a usuarios que antes han interactuado con una determinada marca) y las técnicas de venta por Internet son cada vez más sofisticadas, invasivas y opacas. Recaban datos de nuestras navegaciones y hasta del contenido de mensajes y correos electrónicos. ¿Dónde está el límite ético y legal? Fabricantes, operadoras, programadores y grandes comercios, entre otros, tienen acceso a los datos de los internautas y resulta casi imposible discriminar cuánto compartimos al navegar. Puede que las aplicaciones de Google Play nos pidan permisos de acceso, pero no es el caso de las que vienen ya instaladas junto al sistema operativo. Y el entramado de permisos va complicándose al actualizarse las apps e interactuar entre ellas. Programas espía, píxeles de control (imágenes que sirven para monitorizar la actividad en Internet), cookies...

"Todos tenemos un valor"

Sin duda alguna, lo más valioso del mundo digital es el dato de los clientes. Las empresas digitales se valoran por el dato, y la lucha por él es encarnizada. La información extraída de nuestras navegaciones, las descargas, las valoraciones que dejamos y, por supuesto, nuestros comentarios en las redes sociales. "Todo lo que aportemos de nuestra vida digital (y no digital, pues la real es ya casi una extensión de la primera) es valioso para el sistema, hasta el punto de otorgarnos una puntuación como usuarios (scoring). Todos tenemos un valor económico y, dependiendo de él, podremos disfrutar en el futuro de unos u otros servicios. Todo ya no es para todos", sostiene Jesús Hernández, experto en marketing digital.

Imagina que quieres solicitar un préstamo para un coche. En la actualidad, la entidad financiera vigila unos indicadores que tienen que ver con nuestra nómina, el historial crediticio, el aval que podamos aportar o nuestro saldo medio: todo un perfil que ayuda a reducir riesgos, pero que no garantiza la devolución del dinero prestado. Por ello, ya existen sistemas que ayudan a las entidades a saber más de los clientes. Nuestras navegaciones le dicen al sistema en dónde estamos, las fotos que subimos a las redes informan de nuestro estilo de vida y los comentarios hacen lo propio con nuestras conductas e intenciones.

"Si al acceder a una red social los amigos con los que conversamos no son los más recomendables (desde un punto de vista financiero), si las fotos que mostramos no se han tomado en los mejores momentos y la conducta que reflejamos no es la más acertada, no será de extrañar que no nos den un préstamo o que no podamos acceder a ciertos servicios", argumenta Hernández, también doctor en Economía de la Empresa por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Los algoritmos de inteligencia artificial ya indican los tipos de palabras que introducimos en los textos, en los audios o en cualquier tipo de comunicación que hagamos. Y lo hacemos todos los días, continuamente, en redes sociales, WhatsApp, comentarios a noticias...

Frente a este ingente tráfico de datos, el usuario permanece en gran medida ignorante, "a menos que sea un experto y sepa cómo intercambian información los sitios web, qué es una cookie, el funcionamiento de la publicidad online... Hay un sistema complejo de intermediarios que incluyen pujas en tiempo real para que un determinado banner acabe en tu navegador, según los intereses del usuario", afirma Ángel Cuevas, investigador del departamento de Ingeniería Telemática de la Universidad Carlos III de Madrid.

Hay que leer antes de aceptar

Internet no existiría sin la información que, consciente o inconscientemente, damos al sistema para que funcione de modo correcto, pero "también es cierto que nunca fue concebido comercialmente, ni para que fuera seguro ni privado", añade Hernández. De hecho, si lo fuera, nunca podríamos beneficiarnos de las ventajas que nos brinda y que en la mayoría de las ocasiones exigimos cuando nos conectamos a Internet. "En 30 minutos de navegación entregamos nuestros datos a más de 100 empresas de todo tipo", puntualiza.

Al unirnos a las redes sociales, hemos aceptado unos términos y condiciones en los que se especifica que todos los textos son analizados a través de herramientas de machine learning (inteligencia artificial). Muchas aplicaciones para móviles actúan de la misma manera para acceder a un determinado servicio, y el Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea obliga a que se informe al usuario de todas las terceras partes que están en una web y qué tipo de información se comparte con ellas. "Otra cosa es que luego el usuario acepte los términos de uso sin leerlos. Al final, casi nadie lo hace por una cuestión de tiempo y de simplicidad", explica Cuevas.

Retargeting o presencia recurrente

A estas alturas, ya no sorprende ver cómo nos suben el precio de un servicio o de un billete de avión cuando realizamos la búsqueda en repetidas ocasiones. O que nos oferten un determinado producto que misteriosamente deseábamos y del que solo sabía alguien a través un simple mensaje de WhatsApp o un correo electrónico compartido. Y los mensajes publicitarios aparecen también en webs que nada tienen que ver, aunque redes sociales como Facebook o Instagram ofrecen la posibilidad de notificar un anuncio demasiado recurrente. Este no desaparecerá, pero lo cambiarán por otro. En teoría, todo está encriptado para que nadie invada nuestra privacidad, "pero lo que no se garantiza es que esas apps no entreguen información acerca de nuestro comportamiento de consumo de forma anonimizada. Lo importante no es cómo te llamas o en dónde vives, sino cómo te comportas, qué dices, qué quieres, con quién te relacionas y por dónde navegas", comenta Hernández.

Fuente: Fundacion Eroski

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