Estudiando lógica, la paradoja de Epiménides, a veces llamada paradoja del mentiroso, es la declaración de un mentiroso que afirma que está mintiendo.
La paradoja, nombrada así por el filósofo cretense Epiménides (alrededor del 600 AC) funciona así: Epiménides declara que “todos los cretenses son mentirosos”, pero como él es cretense entonces es mentiroso. Y, siendo mentiroso, su afirmación debe ser falsa; por tanto todos los cretenses son veraces.
Los científicos sociales utilizan a menudo la paradoja del mentiroso para ilustrar el problema de la autorreferencia en la cual procesamos información acorde a nuestras inclinaciones. Deberíamos ser racionales, pero nos falta racionalidad. Consumiendo información no ampliamos la exactitud de nuestras opiniones, sino reforzamos nuestras creencias. El fenómeno se comprueba totalmente en las opiniones políticas expresadas por columnistas y comentaristas en los medios.
Nos auto engañamos y nos equivocamos bastante sobre la profundidad de nuestro conocimiento del mundo. Si preguntáramos a una muestra de personas al azar si entienden cómo funciona su reloj pulsera la mayoría respondería que sí. Pero si les pidiéramos una explicación detallada de cómo es que nos dice la hora es improbable recibir una explicación rigurosa. Los científicos sociales llaman esta inclinación Ilusión de Profundidad Explicativa. “La mayoría de las personas sienten que entienden el mundo con mayor detalle, coherencia y profundidad que lo que realmente piensan” (Rozenblit y Keil). En jerga cubana, piensan que “se las saben todas”.
Encuestas confirman que la mayoría de los americanos limitan sus lecturas a fuentes destiladas y a titulares. Si se les pide explicaciones detalladas sobre, digamos, gasto gubernamental, su conocimiento cae dramáticamente. Nuestro consumo de conocimiento no es profundo. Y los más arrogantes comentaristas están a menudo entre los más ignorantes, quienes nunca consideran que deben informarse o justificar sus argumentos. El psicólogo social David Dunning ha mostrado que los menos eficientes en pruebas de razonamiento lógico son los más propensos a sobreestimar sus calificaciones en ellas.
Dan Kahan, Profesor de Derecho en Yale, y sus colegas, han realizado trabajos fascinantes mostrando cómo nuestras visiones políticas corrompen nuestro razonamiento. En un estudio, las personas fueron evaluadas por adelantado sobre sus posiciones políticas y habilidades de razonamiento matemático. A los participantes se les pidió entonces resolver un problema que requería interpretar los resultados de un falso estudio científico.
En realidad eran dos estudios falsos con los mismos datos numéricos. Uno se describía como midiendo la efectividad de una nueva crema para tratamiento de erupciones en la piel. El otro como una ley prohibiendo portar armas ocultas en público. Téngase en cuenta que ambos estudios eran idénticos en datos y resultados. Ambos presentaban la misma información; la única diferencia era la descripción del tema de estudio.
Los participantes analizando los datos sobre “crema dermatológica” no mostraron diferencia en sus análisis fueran Demócratas o Republicanos. No tenían prejuicios en su interpretación de los datos. En contraste, los participantes que analizaron el “control de armas” divergían entre ellos de acuerdo a sus opiniones políticas. Interesantemente, los encuestados más sofisticados matemáticamente, Republicanos y Demócratas, mostraron los mayores prejuicios.
El Profesor Kahan plantea que cuando los participantes sentían que una respuesta era contraria a sus criterios ideológicos escudriñaban más los datos tratando de figurarse otra vía para entenderlos. Cuando la respuesta era políticamente conveniente la sentían bien y no necesitaban investigación adicional. Los psicólogos han demostrado que razonamos directamente hacia una conclusión preferida en vez de guiarnos por los datos a dondequiera que nos lleven. Este es el caso de muchos columnistas y comentaristas.
Políticamente siempre vemos más insuficiencias en el otro lado. Los títulos de dos artículos discutiendo el trabajo del Dr. Kahan lo demuestran: “Cómo la política nos hace estúpidos” (E. Klein), y “La ciencia confirma: la política arruina tu habilidad matemática” (C. Mooney).
El trabajo de Kahan demuestra que nuestras inclinaciones políticas sesgan así nuestro razonamiento; no debemos tratar nuestras preferencias partidistas como valores filosóficos irrefutables. Nuestras preferencias partidistas son hipótesis a evaluar continuamente. Necesitamos una cultura política de razones. Que no considere que todos los cretenses sean mentirosos o veraces.
Fuente: El blog de Montaner
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