Una filosofía para nuestro tiempo
A pesar de este título, no creo que la misión de la filosofía sea en nuestro tiempo de ninguna manera diferente de su misión en otros tiempos. La filosofía posee, creo yo, cierto valor perenne, que permanece inalterable, con la excepción de uno de sus aspectos: que algunas épocas se apartan de la sabiduría en mayor grado que otras, y, por lo tanto, tienen una mayor necesidad de la filosofía unida a una menor disposición para aceptarla. En muchos aspectos, nuestra época es una de las que poseen menos sabiduría y una de las que, por consiguiente, se beneficiaría grandemente con lo que la filosofía puede enseñar.
El valor de la filosofía está, en parte, relacionado con el pensamiento, y, en parte, con el sentimiento, aunque sus efectos en estos dos aspectos estén estrechamente in-terconectados. Desde el punto de vista teórico, significa una ayuda para la comprensión del universo como conjunto, en la medida en que esto es posible. Desde el punto de vista del sentimiento, significa una ayuda para la justa apreciación de los fines de la vida humana. Me propongo considerar, en primer lugar, lo que la filosofía puede hacer por nuestros pensamientos, y, después, lo que puede hacer por nuestros sentimientos.
El aquí y el ahora
Lo primero que hace la filosofía, o debería hacer, es aumentar nuestra imaginación intelectual. Los animales, incluidos los seres humanos, contemplan el mundo desde un centro que consiste en el aquí y en el ahora. Nuestros sentidos, como una vela encendida en medio de la noche, extienden una claridad sobre los objetos, que va disminuyando gradualmente conforme éstos van siendo más distantes. Pero nunca conseguimos escapar al hecho de que, en nuestra vida animal, nos vemos obligados a examinar todas las cosas, exclusivamente, desde un solo punto de vista. La ciencia intenta escapar de esa prisión geográfica y cronológica. En la física, el origen de las coordenadas del tiempo y del espacio es completamente arbitrario, y el físico pretende decir cosas que no tengan nada que ver con su punto de vista, que sean igualmente ciertas para un habitante de Sirio o de una nebulosa extragaláxica. En esto, también, existen etapas en la emancipación. La historia y la geología nos liberan del ahora; la astronomía nos libera del aquí. El hombre cuyo espíritu se haya henchido con dichos estudios percibe que el hecho de que su yo ocupe una porción particular de la corriente espacio-temporal es algo accidental, casi trivial. Su intelecto va independizándose gradualmente, cada vez más, de esas necesidades físicas. Y, de este modo, adquiere una capacidad de generalización, de alcance y de energía, que resulta imposible para aquel cuyos pensamientos están limitados por necesidades animales. Hasta cierto punto, esto se reconoce en todos los países civilizados.
No se espera que un hombre de ciencia cultive su propio alimento y se le evita, en gran medida, el despilfarro inútil de tiempo y de preocupación que son inherentes al mero problema de mantenerse vivo. Naturalmente, sólo gracias a este mecanismo social es posible cierto grado de perspectiva impersonal.
Imagen: Meer
Fuente: Bloghemia
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