Con la grave crisis que asola la ciencia en las Américas, el debate político invadió de una vez la arena científica. Los investigadores de diferentes partes del continente hablan en público de la situación crítica por la que pasan. Tanto en los periódicos, en las redes sociales o en las calles, protestan de forma contundente contra los recortes de fondos, la suspensión de becas y el desmantelamiento de sistemas de CyT cuyo armado llevó años de trabajo. Hay científicos que consideran hasta postularse a cargos políticos o incluso crear un nuevo partido dedicado a las cuestiones científicas.
De forma más tímida y menos conturbada, observamos un movimiento interesante de fortalecimiento de los vínculos entre la ciencia y otro segmento fundamental de la vida en sociedad, que es la cultura. En un pasado remoto, estos dos campos se encontraban unidos, pero luego transitaron un proceso de alejamiento desde el advenimiento de la ciencia moderna, que relegó otras formas de conocimiento a segundo plano. Pero si la institucionalización y la superespecialización de la ciencia contribuyeron históricamente a esta separación, su creciente presencia en lo cotidiano de la sociedad y la interdisciplinaridad tan defendida hoy en el medio académico parece abrir espacio para un acercamiento entre ellas.
Evidencia de ello es la proliferación en los últimos años de dos fenómenos que ocurren de forma paralela. Uno de ellos es la multiplicación de iniciativas de educación y divulgación de la ciencia que toman prestado recursos de distintos campos artísticos para alcanzar sus objetivos. El otro es la diseminación de obras artísticas que abordan temas científicos, es decir, manifestaciones culturales —en las artes plásticas, en el cine, en el teatro, en la literatura, en series de TV— que se inspiran en la ciencia para producir arte.
Los congresos de la Red de Popularización de la Ciencia y la Tecnología de América Latina y el Caribe (RedPOP) han sido lugares privilegiados para observar el desarrollo de ambos fenómenos. Los dos últimos encuentros, en 2015 en Colombia y en 2017 en Argentina, destacaron las iniciativas que buscan conectar la ciencia, el arte y la cultura, mostrando las maneras en que la riqueza y la diversidad cultural latinoamericana pueden ayudar a la ciencia a ser más visible para los países de la región, donde la cultura científica aún es frágil.
Arte en la popularización de la ciencia
Como ejemplo de lo que se presentó en los dos recientes congresos de la RedPOP, hay hoy en América Latina una gran diversidad de actividades dirigidas a la popularización de la ciencia que buscan una aproximación entre el arte y la cultura. El cine, la literatura y el teatro, por ejemplo, se han sumado a estrategias más tradicionales de divulgación científica como forma de hacer más interesante y atractivo el aprendizaje de conceptos científicos y de estimular el debate sobre diferentes aspectos de la ciencia y de la vida de los científicos. Así se busca una mayor aproximación entre ciencia y sociedad, que todavía tiende a verla como algo distante de su cotidiano.
A pesar de las buenas intenciones, gran parte de estas iniciativas promueven menos una interacción significativa entre ciencia, arte y sociedad y más un uso instrumental de recursos artísticos, privilegiando muchas veces la transmisión de contenido de forma didáctica. Para una parte de los propósitos de la divulgación científica, aún así son válidas, pero hay dudas sobre si realmente contribuyen a la mayor inserción de la ciencia en la cultura general.
En ese sentido, el movimiento también creciente de llevar la ciencia hacia donde la gente suele ir para divertirse, como plazas y bares, parece ser más interesante. La tradición de los cafés científicos, que comenzó en Europa con esta propuesta, se extendió por América Latina, pasando por una serie de adaptaciones e innovaciones. Hoy, además de los cafés, en Brasil hay chopps científicos, entre una serie de otras modalidades de eventos que sacan a la ciencia de su ambiente formal de producción y la llevan a lugares de conversación y entretenimiento. En septiembre de 2016, una serie de actividades en esa línea se desarrollaron en el marco de la iniciativa “Ciencia en la ciudad”, como parte del I Foro Abierto de Ciencias de Latinoamérica y el Caribe, en Uruguay.
En ese escenario de ciencia descontracturada, vemos surgir un nuevo género repleto de humor, que se llama “monólogo científico” y que tiene su origen en concursos de presentaciones breves sobre temas científicos, en los cuales las herramientas tradicionales de presentación como el powerpoint, son mal vistas o incluso prohibidas. Algunos ejemplos de estos concursos son FameLab, Science Slam y My Thesis en 180 Seconds. En el encuentro de la RedPOP de este año, el público se divirtió mucho en una sesión de siete monólogos sobre temas tan diversos como átomos, plancton y tiburones. Entre los monologuistas había investigadores e integrantes de colectivos como el argentino Poper y el uruguayo Bardo, que se aventuran en este nuevo género de divulgación científica con humor y están cautivando una platea cada vez más diversificada, dentro y fuera del medio científico. El desafío es salir del círculo de aquellos que ya están interesados en la ciencia.
Ciencia en manifestaciones culturales
El punto más alto del congreso de la RedPOP fue, sin embargo, la programación cultural, con obras artísticas permeadas por la ciencia, pero sin compromiso directo con su popularización. La intervención acústica del grupo Música Inaudita, el espectáculo acrobático Leonardo TP No1, inspirado en textos de Da Vinci, y el musical Christiane, sobre la vida y obra de la investigadora franco-argentina Christiane Dosne de Pasqualini, fueron ovacionados de pie por el público, visiblemente encantado y emocionado. Se trata de obras de artistas profesionales, que en algún momento buscaron inspiración en la ciencia. Están o ya estuvieron en cartelera en diferentes ciudades, accesibles al público en general. Estos y otros tantos ejemplos de manifestaciones culturales inspiradas en la ciencia —y no pautadas por ella— tal vez sean uno de los mejores termómetros para medir el nivel de inserción de la ciencia en la cultura.
En la Argentina de Jorge Luis Borges, que fue un eximio divulgador de la ciencia sin proponérselo, está repleta de encuentros exitosos entre ciencia y cultura. Además de los ejemplos ya citados, vale mencionar las instalaciones del artista plástico Tomás Saraceno que estuvieron en cartelera en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires hasta finales de agosto. El artista, nacido en Argentina y radicado en Alemania, es un aficionado a las arañas. En su estudio en Berlín desarrolló métodos innovadores para investigar telas de arácnidos que generaran intercambios prolíficos entre ciencia y arte, y el resultado fue una obra estéticamente bella e impactante: supertelas tejidas por 7.000 arañas que trabajaron durante seis meses en el museo argentino.
En Brasil también tiene buenos ejemplos de encuentros fortuitos entre ciencia y arte, incluso en la cultura popular. No es raro encontrar referencias a la ciencia y a la tecnología en la música y en la literatura popular, tampoco en novelas e incluso en enredos de carnaval. Vemos también la presencia cada vez mayor de la ciencia en la escena teatral, en espectáculos de pequeña, media y gran producción, como el reciente montaje de La vida de Galileo, de Bertold Brecht, producida y protagonizada por Denise Fraga. La obra, que llegó a los escenarios de los teatros más importantes del país, actualiza las dificultades y los dilemas enfrentados por el científico florentino y las reflexiones del dramaturgo alemán sobre libertad, ciencia y sociedad.
Ejemplos como estos sugieren que es menos cuando se transmite y se explican conceptos o se dan orientaciones, y más cuando se hace reír, emocionar y provocar la reflexión sobre la vida y la condición humana, que la ciencia logra llegar a más gente e insertarse realmente en la cultura. Pero los ejemplos que tenemos todavía son pocos. Hay espacio para mucha más ciencia en el caldero cultural latinoamericano.
Debemos, por lo tanto, propiciar más interacciones significativas entre ciencia y arte. El fortalecimiento de la cultura científica es fundamental para que las personas reconozcan a la ciencia como parte de sus vidas, que la incorporen como valor indispensable y que, en momentos de crisis como este, luchen por ella. Con las graves amenazas a la ciencia y sin una mayor apropiación social del conocimiento producido por ella, el desarrollo científico de América Latina puede estar altamente comprometido.
Imagen: El Pais
Fuente: Sci Dev
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