Los bolivianos se interesan poco por el arte y los jóvenes asisten a entradas folklóricas. Son algunas de las constataciones que revela la encuesta del Foro Regional cuyos resultados comentó TelArtes el domingo pasado. Es una suerte de radiografía cultural que muestra las entrañas del consumo de bienes simbólicos de un país en el que existen problemas de sintonía de la gestión de culturas con la sociedad. Los sectores oficiales reproducen nociones de arte y cultura divorciados de la realidad y demasiado coloniales en tiempos de descolonización.
La preocupación de que la gente participe de entradas folklóricas y no vaya a galerías de arte o salas de concierto confirma la inconsistencia de los binoculares con que se mira el campo cultural del país. La colonización trajo impositivamente la separación actor/espectador. En la fiesta popular boliviana todavía el “público” participa del espectáculo cantando y bailando. Para los grandes sectores populares del país el arte está en la fiesta y no en el museo o “espacios” de la cultura oficial. La contemplación de la obra de arte en un templo especial reservado para decodificar los mensajes racionalmente es una ilusión que inventaron las élites europeas y quisieron imponerla en las colonias. No lo lograron. Eso confirma este estudio. El arte sigue prioritariamente en la fiesta popular.
Tampoco consiguieron convertir el libro en el instrumento privilegiado de la modernidad que contiene y acumula conocimiento para su reproducción y difusión. Los sectores populares entran a la modernidad de la mano del televisor. La oferta mediática es tan compleja y diversa que es imposible no generar procesos auto-educativos de aprendizaje para beneficio usuarios y sus necesidades culturales. Lo curioso es que los jóvenes leen más de lo que los adultos apocalípticos lo esperaban. Claro. Los libros ahora están en versión digital y solo leyendo se puede participar de la cultura digital. Más fácil es entrar a una biblioteca virtual que a una real. Y la literatura de los bestsellers que inspira grandes películas y series televisivas se lee en proporciones nunca vistas en la historia de la ilustración. No es verdad que se lee manos que antes. Aunque sería bueno que se lea más.
Más consumo cultural genera la televisión y sus programas que hacen dar asco a intelectuales que se autoproclaman “cultos”. En realidad la gente no va al cine pero ve más películas que antes. Lo hace en su casa y a mucho menos costo. No compra música pero tiene todo lo que desea casi de manera gratuita gracias a la piratería. Es que la compra de películas es una transacción de un mercado formal posible solo en sociedades industrializadas. El consumo es la incorporación mental del mensaje a la vida cotidiana de los sujetos. Por tanto “compra” no es consumo cultural.
Las condiciones socio-económicas son determinantes para el consumo cultural. La mayor parte de la población no ha recibido un tipo de educación que le permita acceder a bienes considerados aptos para la tradición superior. Para disfrutar de un concierto de música barroca se debe conocer y saber apreciar esos códigos. Poca gente puede comprar un CD de música original y menos un DVD o un libro. Las industrias culturales tienen la capacidad de captar las demandas emocionales y estéticas para generar productos que satisfacen esas necesidades y al mismo tiempo les proporcionan lucro.
Los consumidores extraen beneficios de ese consumo en dimensiones subjetivas incomprensibles para los ilustrados que no se cansan de descalificarlos con su desprecio. El consumo de medios es también un importante espacio de producción de sentidos culturales. Casi siempre ignorado por los gestores culturales. No es mala idea incorporar la fiesta popular y el consumo de medios masivos en los procesos nacionales de gestión cultural.
Fuente: Blog de Marcelo Guardia
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