Los dilemas de una Bolivia profundamente herida por el conflicto y la violencia han creado distancias insalvables. En la mesa, en el trabajo, en la calle, muchas personas evitan hablar de política porque conocen las consecuencias de los apasionamientos o simplemente por disentir con la «opinión equivocada del otro».
La crisis política y social que sacudió a Bolivia desde 2019, con la protesta civil y la renuncia del expresidente Evo Morales se sigue arrastrando y está lejos de resolverse. El debate reducido a golpe o fraude aún enfrenta a quienes consideran que se produjo una interrupción inconstitucional del gobierno con la llegada al poder de la exsenadora Jeanine Áñez como presidenta interina. Y, por otro lado, a quienes consideran que los resultados de los comicios fueron alterados luego de varias denuncias de falta de transparencia.
Esa separación entre los otros y nosotros elevó el nivel del disenso. Chocaron las posturas entre los que se identifican como oficialistas u opositores, y también contra quienes no se identifican con ninguno de los dos bandos. No solo son pensamientos diferentes, sino exigencias de lealtad, que pueden derivar en maniqueísmos de los que es difícil escapar.
El costo social
Cuatro años después, aún se necesita entender qué pasa con esa fractura social en Bolivia, pero más importante, si es posible un proceso de sanación. Difícil de lograr cuando el temor permanece en la memoria por experiencia propia o cercana y se activa cada vez que se reavivan los espacios de enfrentamiento. Así surge el proyecto Unámonos, una iniciativa apoyada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Federal de Alemania. Es ejecutado por la Konrad Adenauer Stiftung (KAS) y la Friedrich Ebert Stiftung (FES), con el objetivo de mitigar los efectos de la polarización en el país.
Con datos de 2022, la Primera Encuesta Nacional de Polarización, financiada por el proyecto Unámonos, develó que el 19,1 % de los consultados cortaron lazos con familiares, amigos o colegas por su postura política. Es decir, dos de cada diez bolivianos pagaron un precio personal muy alto por la violencia política en este tiempo. Ese «mejor no hablemos de política en la mesa» fue calando más hondo en la cotidianeidad.
Polarización
Según este estudio, la polarización en Bolivia se define en tres características. Existe una minoría ruidosa, en la que un 28,9 % cree que aquellos que tienen una postura política diferente a la suya son personas muy diferentes a ellos mismos; una mayoría autosilenciada, en la que a un 51,9 % le gusta hablar e informarse sobre política, pero evita hablar con otras personas para no pelear; y, finalmente, las realidades invisibilizadas, con un dato que reconfigura extremos, pues un 83 % dice anteponer su identidad boliviana a la identidad regional o étnica. Sin embargo, este aspecto puede jugar a favor de la polarización cuando minorías exacerban las identidades políticas para promover el enfrentamiento.
En la encuesta el 45,5% afirma que el 2019 hubo golpe de Estado y el 49,5% que hubo fraude. Pero un 24,5% considera que fue ambos o ninguno. Un porcentaje importante para una lectura más amplia de la compleja realidad que aún no está representada en el debate público.
«Lo que debemos extirpar es la creencia de que el único futuro posible de un país es aquel donde el otro haya sido derrotado», dice la politóloga Ana Velasco. La coordinadora del proyecto Unámonos plantea contar las historias desde los valores y no desde las creencias para evitar el reduccionismo de golpe o fraude, y pasar a un diálogo genuino que responda a una pregunta más importante: ¿cómo se vivió ese momento?
Un 63 % recuerda los hechos del 2019-2020 con miedo y un 58 % con rabia. Pero no solo son las emociones del pasado, sino también del presente y el futuro. Un 40,8 % admite sentir temor debido a los niveles de racismo e intolerancia política. A esto se suma un 48% que considera que Bolivia corre el riesgo de dividirse.
Desgaste y desencanto
Aislados, confinados, atemorizados, radicalizados, invisibilizados. Los bolivianos están digiriendo un presente para el que no estaban preparados y con señales de incertidumbre para un proceso electoral definitorio en 2025. El 73,9 % de la población no cree que los partidos políticos sean importantes para el futuro del país. El 66,8 % dice lo mismo acerca de las plataformas ciudadanas, el 63,1 %, sobre los movimientos sociales y el 65,3 % sobre los sindicatos.
La sociedad está cansada de las formas tradicionales de los políticos y sumergida, inevitablemente, en una crisis de representación política. Cerca de la mitad de los encuestados no se siente representado ni por los discursos del gobierno central ni por los de su gobierno regional. En ello no hay casi diferencias entre Oriente y Occidente. Existe una sensación de no representatividad algo mayor entre los más jóvenes de 40 años y entre los no indígenas. Ese efecto invisibilizador de la polarización, según devela el estudio, es producto de un estado de orfandad política.
¿Autodefensa mental?
En el afán de cuidar las relaciones humanas, más de la mitad de los consultados reconocen haber optado por la autocensura, una decisión que en un primer momento pareciera lógica, pero que con el tiempo deteriora el espectro democrático al normalizar la violencia.
Resolver emocionalmente las heridas y las distancias no es un paso fácil y no hacerlo ahonda las grietas del tejido social. Mientras unos callan para evitar confrontar, hay otros, generalmente en los extremos, que siempre hablan y hasta amplifican su voz a nombre de los demás. Un tercio de la población de Bolivia está bastante radicalizada y tiende a deshumanizar a los otros por su postura política.
La polarización no necesariamente es sinónimo de conflicto, sino una oportunidad para dialogar, negociar y reconocer al otro. Pero, ¿es posible hablar más allá de la intención de convencer? ¿Se puede construir un verdadero debate público en medio de la polarización? ¿Callar para no polarizar es una opción democrática?
La cruzada del proyecto Unámonos está promoviendo espacios para que los bolivianos puedan exponer sin miedo las sombras de los conflictos desde donde les tocó vivir. «Una cosa es la dificultad para tener lazos sociales fuertes con una persona muy distinta a uno, y otra es cuando relaciones sociales preexistentes se hieren o colapsan debido a la imposibilidad de ofrecer resistencia a la fuerza centrífuga de la polarización», explica Velasco.
Fuente: Dialogo Politico
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