El proceso no comenzó con la pandemia de COVID-19 —llevaba ya décadas en realidad, y además se había acelerado desde el cambio de siglo—, pero sin dudas la irrupción de un virus mortal que literalmente vació las calles de las ciudades hizo que se extendiera. Las personas se volcaron a las tecnologías digitales como nunca antes para sostener lo máximo posible la normalidad que se escapaba de sus vidas. Eso observaban, en tiempo real, Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein, expertos en comunicación que hacia mediados de 2020 llevaban dos años publicando en Infobae columnas que retrataban la digitalización en la vida cotidiana.
Vieron entonces cómo “una oleada de tiempo y energía” se volcó a las pantallas, con una intensidad nunca antes registrada; la gente trabajaba —aquellos cuyos oficios se lo permitían—, estudiaba, hacía ejercicio, conocía gente, consultaba al médico, festejaba cumpleaños y hasta se despedía por última vez de un ser querido en el smartphone, la tableta o la computadora.
De pronto, “las diferentes medidas de confinamiento hicieron que algunos de los principales aspectos de sus vidas cotidianas se transfirieran de las calles a las pantallas”, escribieron en su nuevo libro, The Digital Environment (El entorno digital), publicado por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). “La vida no se detuvo, se trasladó a un lugar diferente”.
Un lugar que, dado que ha sido construido y está habitado por humanos, presenta muchos de los mismos problemas —desigualdades de género, educación, clase— y las mismas promesas —innovación, cambio— que el mundo físico. Todo eso cubre su libro como en una travesía por las estaciones de que existe y de lo que podría existir en este tercer entorno donde se desenvuelve, ya definitivamente, la vida humana.
“La pandemia de COVID-19 visibilizó particularmente una tendencia en desarrollo por la cual la mayoría de las personas pasan sus vidas en tres entornos: el natural, el urbano y el digital”, escribieron el profesor de Comunicación en Northwestern University y la directora del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés.
“Estos entornos están interconectados, como hemos visto cuando los activistas organizan protestas tanto en las calles como en línea para combatir el cambio climático”. Los dos primeros son conocidos; el tercero, más novedoso, es el tema del libro.
Los temas elegidos para The Digital Environment presentan “una perspectiva caleidoscópica de diferentes aspectos de la experiencia social”, y se ofrecen acompañados de los comentarios de expertos en cada uno de ellos, cuyos criterios de investigación y sus identidades culturales son diversos, por elección de los autores. Como resultado, el libro suena como un coro sobre las múltiples maneras en que “la gente emplea medios digitales para trabajar, cursar la escuela, practicar deportes, votar, socializar y consumir noticias y entretenimiento” escribieron Boczkowski y Mitchelstein.
El árbol y el bosque
El concepto de entorno se aplica a lo digital, argumentaron en el libro, porque ya no se percibe sus componentes por separado: “La consecuencia principal del auge de lo digital en el mundo contemporáneo es que se ha vuelto un entorno, más que una serie de tecnologías individuales, que envuelven y dan forma a casi todas las facetas principales de la vida cotidiana”. Un solo dispositivo, como el teléfono, permite, por ejemplo, pasar imperceptiblemente de una aplicación a otra, escribir mensajes, leer las noticias.
“Preguntar por los efectos específicos que puedan surgir de la adopción de algunas tecnologías en particular puede rendir conocimientos útiles, pero concentrarse demasiado en este enfoque presenta el riesgo de ver los árboles y no el bosque”, escribieron Boczkowski y Mitchelstein (también autores de The News Gap: When the Information Preferences of the Media and the Public Diverge). Su libro, al contrario, se propuso enfocar el conjunto como una atmósfera.
Así como la que rodea la Tierra tiene 78% de nitrógeno, 21% de oxígeno y una combinación de otros gases en el 1% restante, el entorno digital tiene rasgos de composición. Como surgió “en la intersección de los desarrollos tecnológicos en computación y los cambios culturales en la comunicación”, combina distintos tipos de flujos de la información: de uno a uno (como el telégrafo), de uno a muchos (como la televisión) y de muchos a muchos. De ahí se derivan los cuatro rasgos que lo definen: totalidad, dualidad, conflicto e indeterminación.
La totalidad es muy fácil de percibir: aunque se distingan elementos diferentes como los teléfonos móviles, las plataformas sociales y el almacenamiento en la nube, por ejemplo, la mayoría de las personas los usan y los viven “como un sistema abarcador de posibilidades técnicas y sociales interconectadas que penetran, directa o indirectamente, casi todas las facetas de la vida cotidiana”. El día comienza revisando el smartphone y termina mirando una serie en streaming.
¿Quién no ha sentido alguna vez que la tecnología parece “una entidad autosuficiente cuyo diseño e implementación tienen consecuencias más allá del control de una persona común”?, como mencionaron Boczkowski y Mitchelstein para hablar de la dualidad, la segunda característica del entorno digital. La renovación parece ajena como la corriente de un río, borra la huella humana detrás de cada hallazgo y cada progreso.
Es difícil bajar una app o configurar un dispositivo sin percibir el conflicto, el tercer rasgo: hay que aceptar términos y condiciones sin poder cambiarlos, como requisito para seguir. “Dado que el entorno digital es construido con frecuencia por individuos y grupos con agendas específicas para promover sus intereses y es utilizado por otros individuos y grupos que pueden tener agendas e intereses diferentes, y a menudo opuestos, el conflicto es simplemente inevitable”, sintetizaron los autores.
Pero ninguno de esos elementos es simple. Las nuevas capacidades son posibles gracias a otras antiguas, como saber leer y escribir o haber mirado televisión; los diseños de los gigantes tecnológicos encuentran resistencia, como los hackers, o terminan adaptados para otros fines; la concentración del mercado digital choca con la defensa de la neutralidad de la red, la privacidad y la transparencia algorítmica. Eso habla de la cuarta característica del entorno digital: su indeterminación. Es posible que las fake news afecten los proceso democráticos, pero no es seguro: el entorno digital no se puede predecir porque es cambiante.
La vida social de los algoritmos
El análisis parte de las Bases, “los fundamentos claves en la intersección de las prácticas sociales y las formaciones estructurales preexistentes”. Y la piedra original es el hecho de que hoy las personas no emplean los medios digitales, sino que viven en ellos, tal como planteó Mark Deuze, de la Universidad de Amsterdam. Sintetizaron los autores:
Miramos el móvil durante la cena familiar. Tenemos la radio o la televisión encendidas mientras hacemos las tareas domésticas. Estamos atentos a las reacciones y comentarios a nuestras publicaciones en las redes sociales mientras estamos en el aula, en el trabajo e incluso en reuniones sociales. Vemos temporadas enteras de nuestras series favoritas en Netflix en pocos días, aunque eso nos lleve a dormir demasiado tarde y a despertarnos agotados a la mañana siguiente. Nos enteramos de las últimas noticias no solo leyendo el periódico y viendo la televisión, sino también consultando Facebook, Twitter e Instagram en el transporte público, e incluso caminando por la calle, todo ello mientras escuchamos música y podcasts en Spotify.
El protagonista principal de ese mundo en el que está inmersa la humanidad, el algoritmo, tiene una fama de neutralidad —es, después de todo, una serie de instrucciones expresada en lenguaje matemático— inmerecida, analizaron luego. Un algoritmo no brota de la tierra: lo escribe una persona de una organización con características específicas, y eso afecta sus resultados.
Basta pensar en el que ordena las publicaciones de un newsfeed, que no sólo tiene por fin mantener a la gente la mayor cantidad de tiempo en la red social sino que, una vez ejecutado, seguirá operando a partir de las reacciones que los posts despierten en el usuario. “Los algoritmos, al igual que las personas que los escriben, parecen tener también vida social”, subrayaron los autores.
Dieron como ejemplo un estudio de Virginia Eubanks, de la Universidad Estatal de Nueva York en Albany, quien estudió un sistema de asistencia social de Indiana, cuyo algoritmo negó beneficios injustamente:
Las suposiciones (quizá inconscientes) sobre los pobres y la clase trabajadora —por ejemplo, que son propensos al fraude o a la pereza— se incorporan al diseño tecnológico y a la aplicación con efectos devastadores. El sistema automatizado de elegibilidad interpretó cada error en una solicitud como una “falta de cooperación para establecer elegibilidad” intencionada.
De la escuela a las apps de citas
Si desde antes de la pandemia las apps de citas revolucionaron el mundo de las relaciones al crear parejas más diversas, ya que la gente se conocía más allá de su ámbito social físico, habitado normalmente por personas similares, la vida familiar quedó definitivamente marcada por la escolarización en línea de los hijos y el trabajo remoto, que amenaza con transformar para siempre desde el criterio de oficina hasta los precios inmobiliarios en los centros de las ciudades.
El segundo bloque del libro, Instituciones, analizó “cuatro de los patrones de acción institucionalizados más extendidos en la vida social”, que constituyen la cotidianidad del mundo moderno: “La crianza de los hijos, la escolarización, el trabajo y las citas románticas”.
El entorno digital presenta oportunidades a los padres, como se vio en la posibilidad de continuar la escuela de manera remota a pesar del coronavirus, algo que no habría sucedido si la pandemia se hubiera adelantado 50 años. Pero también presenta desafíos: hoy “los niños están inmersos en un mundo digital”, citaron los autores a Ellen Wartella, de Northwestern University. Si hasta hace un tiempo los pediatras aconsejaban no exponerlos a las pantallas hoy es materialmente imposible que un bebé no juegue con el teléfono de su madre o su padre.
El entorno digital presenta un reto específico a la enseñanza: maestros y padres han tendido a considerar que las actividades de los jóvenes son “una pérdida de tiempo en lugar de un lugar de aprendizaje”, como señaló Mizuko Ito, profesora de la Universidad de California en Irvine. Si bien eso ha cambiado desde el COVID-19, porque buena parte de la vida social y el aprendizaje quedaron en línea, queda mucho por hacer “especialmente en el caso de las áreas de interés que persiguen los jóvenes que no forman parte de la cultura dominante”. ¿Y si aprender a hacer videos fuera una buena habilidad para el CV de un futuro youtuber?
La inexactitud del VAR y las noticias en las redes
Boczkowski y Mitchelstein describieron, en el bloque Ocio, cómo los medios digitales moldean el consumo de deportes, entretenimiento y noticias.
La fascinación con los deportes se centra en la capacidad atlética del cuerpo humano, la belleza de ver el máximo del rendimiento de una persona o un equipo; sin embargo, “la tecnología deportiva se crea con el objetivo de mejorar la competitividad de los deportistas más allá de lo que podrían hacer por sí mismos”, observaron.
También el fair play, el combate justo entre pares en busca del triunfo, ha quedado expuesto como una ilusión de los fans, según citaron a Rayvon Fouché, de la Universidad Purdue: “Cuando se vuelve claro que la tecnociencia brinda al atleta una ventaja aparentemente injusta, resulta difícil aferrarse a este ideal meritocrático”.
Otra baja de la digitalización es la pelea imaginaria con el referí sobre dónde picó la pelota: hoy el árbitro asistente de video (VAR) tiene la última palabra. Sin embargo, como expresó Harry Collins, de la Universidad de Cardiff, “la gente cree que las mediciones son exactas, mientras que los científicos e ingenieros saben que siempre hay errores”, y en la práctica el VAR afecta el criterio de los jueces en el campo de juego, “que actúan como si temieran un reexamen prolongado de su trabajo”.
Quizá el cambio mayor en la relación cotidiana con los medios haya sido que, si antes la gente buscaba las noticias, al comprar un periódico, sintonizar una radio o elegir un programa, ahora las noticias persiguen a la gente en busca del click. Alertas, publicaciones en las redes sociales, mensajería: la información salió de la circulación en los medios masivos. Citaron a Silvio Waisbord, de la Universidad George Washington:
La aparición y consolidación de los medios sociales y los motores de búsqueda de internet —básicamente Google— desplazaron a los sitios periodísticos como punto de entrada a las noticias y para atraer la atención del público. Esto provocó una profunda transformación en la economía de las noticias, y la exacerbación de los problemas de las empresas periodísticas para ser viables sólo a través de los ingresos publicitarios, del sector privado.
Nuevos activismos
Quizá el cambio más discutido en los últimos tiempos haya sido el que la política ha sufrido por el auge de lo digital. El libro de Boczkowski y Mitchelstein repasa los hechos más recientes en la dinámica de las campañas políticas, la desinformación y el activismo social. Su mirada analiza con especial detalle las consecuencias de “décadas de inversión en tecnología por parte de los partidos políticos, que afectan a una amplia gama de cuestiones, desde las bases de datos de votantes registrados hasta la dinámica de la comunicación estratégica”.
Que por primera vez se haya vivido una campaña presidencial prácticamente virtual en los Estados Unidos, porque la pandemia impidió los actos políticos, incluso las convenciones de presentación de fórmulas, es lo de menos. “Hemos ingresado a una nueva era de campaña política, de tecnología intensiva”, citaron a Daniel Kreiss, profesor de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill. “Por ejemplo, el acceso al big data significa que los contactos de las campaña se estructuran en función de los conocimientos sobre los votantes con los que deben comunicarse, y qué decirles, para aumentar sus posibilidades de victoria electoral”.
Las redes sociales facilitaron el ascenso de Jair Bolsonaro, ilustró Rachel Mourão, de la Universidad del Estado de Michigan, quien directamente evitó el circuito de los medios tradicionales de Brasil y ganó en 2018.
“Aunque los votantes pueden percibir el actual entorno polarizado que existe en muchos países como producto del entorno digital, los elementos que facilitan la desinformación y el discurso de odio, como los algoritmos que premian las opiniones extremas o las plataformas que comercializan los datos de los usuarios con fines políticos, están en realidad programadas y desplegadas por individuos y organizaciones con intereses particulares”, recordaron los autores.
Y, desde luego, el conflicto inherente al entorno digital ha hecho que también surgieran y crecieran activismos desde las bases, que aprovechan esa misma tecnología existente, como #BlackLivesMatter o #MeToo en los Estados Unidos, o #NiUnaMenos y #UnVioladorEnTuCamino en Argentina y Chile. No todos son progresistas: los creyentes en la supremacía blanca, por ejemplo, le deben todo su crecimiento reciente al entorno digital, ya que sólo en las plataformas pueden circular contenidos discriminatorios o comunicaciones como las que precedieron al asalto al Capitolio el 6 de enero.
Lo que vendrá
La última sección de The Digital Environment se concentra en desarrollos recientes que se proyectan hacia el porvenir: la ciencia de los datos, la realidad virtual y la exploración del espacio. “El tejido de nuestra vida cotidiana es, quizá inevitablemente, el contexto de las innovaciones”, argumentó el texto. “El entorno digital es también el lugar del ingenio humano: genera datos y formas de categorizarlos, crea nuevos modos artificiales de experimentar la vida social y apoya las iniciativas de exploración espacial”.
A partir del ingreso de los datos masivos en el campo de la política se ha producido una transformación radical en el modo en que se planifican los gobiernos y se organizan las economías. Pero de un modo más general, esta ciencia tiene la capacidad de abarcar la totalidad del entorno digital: posee técnicas propias que le permiten “rastrear el flujo global de información a través de infraestructuras y artefactos mediáticos antes diferenciados, como previamente nunca fue posible”, explicaron los autores. Por primera vez se puede ver la red de interconexiones, y a partir de eso aspirar a que se integren “dominios de la vida social antes separados”.
Acaso sea la realidad virtual el campo que más se integró a la vida cotidiana en los últimos años, cuando pasó de ser argumento de ficciones a cumplir funciones prácticas “en áreas como los deportes, la educación, el entretenimiento y la medicina”. Sobre todo porque comenzó a concentrarse en desarrollos específicos, como observó Jeremy Bailenson, profesor de la Universidad de Stanford:
Experiencias que, si se hicieran en el mundo real, serían o bien peligrosas (por ejemplo, el simulador de vuelo), o bien imposibles (por ejemplo, cambiar el color de la piel en un espejo virtual para aprender a sentir empatía), o bien contraproducentes (por ejemplo, talar un árbol para aprender sobre el impacto humano en los bosques), o bien caras (por ejemplo, volar a una montaña en Corea para practicar esquí).
La importancia del entorno digital en la exploración del espacio no es tanto el desarrollo de tecnologías sino el entrenamiento de los seres humanos que pasarán un tiempo excesivo en condiciones extremas de aislamiento y estrés. Curiosamente, la pandemia también cambió el sentido de estas preparaciones: de pronto, “el aislamiento, la distancia y la falta de privacidad que marcan los trabajos preparatorios de las primeras misiones a Marte” se volvieron parte de la vida cotidiana, y “la estabilidad, la empatía, los límites a la multitarea, el pensamiento a largo plazo, la comunicación abierta y capacidad de a veces desconectar” se valoraron como rasgos claves no sólo en el espacio, sino también en las familias en confinamiento.
¿Queda lugar para los seres humanos?
El streaming, la moderación de contenidos, la discriminación de género como algo endémico al diseño de la tecnología y otras formas de negación de derechos o servicios públicos o privados, como también “las prácticas emancipadoras emprendidas por algunos actores individuales y colectivos” de las minorías y los movimientos transformadores, completan el análisis de Boczkowski y Mitchelstein. Prácticamente nada de la vida social prescinde del entorno digital: ni la crianza de los hijos ni los viajes espaciales.
“¿Qué pueden hacer los seres humanos en el entorno digital?”, planteó el libro para concluir. “¿Cómo pueden participar imaginativamente en este lugar de la vida social?” Porque aun aquellos individuos que por deseo o por imposibilidad no están integrados a esta esfera, la cruzan en cualquier intercambio con instituciones cotidianas.
Siempre habrá un espacio para el ser humano, cuya ciencia, en definitiva construyó esta máquina digital. “No somos un engranaje sin poder”, subrayaron.
Fuente: Infobae
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