La intelectual feminista Donna Haraway escribió en 1985 su texto más conocido, El Manifiesto Cíborg, en el que explicaba cómo las personas nos estamos convirtiendo en una parte inseparable de las máquinas que usamos. Para Haraway, la tecnología no es ni buena ni mala en sí misma, sino que somos nosotros los responsables de desarrollar tecnologías que mejoren nuestra sociedad.
El rápido desarrollo de la inteligencia artificial ha desatado de nuevo un intenso debate, con temores sobre el impacto que tendrá la tecnología en el empleo en las próximas décadas. Y un nuevo estudio del FMI señala consecuencias especialmente negativas para las mujeres: la automatización supone un riesgo mayor para las mujeres que para los hombres. El estudio establece que las mujeres ocupan puestos con tareas más rutinarias, esas tareas son las que mejor hacen las máquinas y, por tanto, las mujeres tienen más probabilidades de perder su trabajo por el desarrollo de la inteligencia artificial.
Según el FMI, el problema tiene que ver con el tipo de trabajo que hacen las mujeres y también con el hecho de que todavía hay pocas en puestos directivos. Las mujeres ocupan en mayor medida los trabajos más rutinarios y menos cualificados. Por el contrario, solo el 1% de las profesiones liberales y los puestos directivos corren peligro de ser automatizados. El grupo con peores perspectivas es, por tanto, el de mujeres con educación secundaria obligatoria o inferior.
¿Deberíamos concluir entonces que la tecnología tiene un sesgo favorable hacia el empleo masculino? No tan deprisa. El cambio tecnológico nos obliga a mirar no solo los puestos de trabajo que se pierden, sino también los que se crean nuevos.
David Deming, de la Universidad de Harvard, ha estudiado cómo, entre 1980 y 2012, los empleos con un alto componente de interacción social crecieron un 12% en EE.UU. Sorprendentemente, además, los puestos muy matemáticos pero poco sociales se redujeron un 3,3%. De hecho, empleo y salarios crecieron de forma particularmente rápida en aquellos puestos que requerían tanto buen conocimiento matemático como habilidades sociales.
Otra investigación reciente de la Universidad de Zúrich apoya esta teoría y establece cómo ha descendido la probabilidad de que un hombre con estudios superiores acabe en un empleo altamente cualificado, mientras que para las mujeres ha sucedido lo contrario. La razón es que las habilidades sociales, más habituales en las mujeres, son cada vez más importantes en los puestos mejor remunerados. Y el cambio tecnológico trae una mayor demanda de este tipo de habilidades sociales en el empleo.
Las máquinas comenzaron sustituyendo nuestras tareas manuales, las cosas que hacíamos con las manos. Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, explica que gracias al desarrollo exponencial de la computación, la inteligencia artificial o el big data, hoy ya realizan actividades más inteligentes, cosas para las que nosotros usamos nuestro cerebro. Como dice Carney, nos queda solo «el corazón -es decir aquellas tareas que requieren inteligencia, originalidad y habilidades sociales como la persuasión o el cuidado de los demás».
Otro ejemplo que indica que quizá el panorama en realidad no es tan sombrío para las mujeres es el hecho de que hay sectores en crecimiento donde el «corazón», que podríamos llamar también empatía, es importante. Especialmente ahora que el envejecimiento es uno de los principales desafíos de los países desarrollados.
En EE.UU., por ejemplo, las previsiones publicadas por la oficina federal de empleo indican que muchos de los 30 empleos más demandados en la próxima década serán puestos relacionados con la enfermería y la salud. De hecho, el empleo en el sector sanitario en España ha crecido un 35% desde la crisis financiera, más que ningún otro.
Y sin embargo, muchos de estos trabajos están peor pagados.
Es el momento de repensar nuestras prioridades, los modelos educativos, y valorar más esos trabajos que incluso las máquinas más sofisticadas no son capaces de hacer por nosotros. Hace poco, Sarah O’Connor pedía en el «Financial Times» que podríamos empezar por eliminar de nuestro lenguaje términos como soft skills (literalmente en español habilidades blandas o suaves), ya que normalmente tienen una connotación negativa y se asocian con feminidad y falta de rigor.
A menudo he dicho que con frecuencia animamos a las mujeres a «dar un paso al frente», a comportarse como un hombre o a ser más asertivas. Y sí, hay momentos y situaciones para ser asertivos, también para las mujeres. Pero también debería haber cada vez más espacios para escuchar, fomentar la comunicación y preocuparse por los demás, también para los hombres.
Donna Haraway aseguraba que las diferencias de género se difuminan a medida que nos convertimos en «cíborgs». Creo que Haraway aprobaría esta afirmación: deberíamos hablar a los niños y niñas de otra manera, decirles que las soft skills no son solo deseables, son esenciales desde ya y lo serán aún más en un futuro en el que las máquinas dominarán la economía. Siempre digo que los valores humanísticos, la empatía, la colaboración activa y el respeto son esenciales para empleos básicos en el sector servicios, pero también para todos los directivos y los trabajos altamente cualificados. De hecho, serán lo que realmente nos diferencie de las máquinas.
Fuente: Almendron - Revista de Prensa
No hay comentarios.:
Publicar un comentario