En un despliegue mediático sin precedentes, esta semana el creador y actual director ejecutivo de Facebook fue citado por el Congreso de los Estados Unidos para responder por el escándalo de Cambridge Analytica. La audiencia se extendió por más de diez horas, en dos días, durante las cuales Mark Zuckerberg se destacó ofreciendo disculpas por las equivocaciones de la compañía, comprometiéndose a no interferir en procesos electorales y asegurando la solución de diversos problemas a través de la implementación de inteligencia artificial en su plataforma.
Más allá del vendaval de memes que generó la audiencia, la pregunta por la privacidad de los usuarios en el contexto de Cambridge Analytics sigue abierta. Sin embargo, las extenuantes horas de audiencia dejaron varias cuestiones en claro.
Primero, que pese a las disculpas ofrecidas por Zuckerberg el modelo de negocios de la compañía seguirá afirmándose en los datos que sus usuarios generan. La diferencia sería, esta vez, que habría mayores recaudos respecto al acceso de tal información por parte de terceros. Pero, tal como dijo Zuckerberg, Facebook no vende datos, vende publicidad, así que vender los datos generados por sus usuarios sería enajenar su principal capital a la hora de segmentar audiencias. Pero la decisión de Facebook de no vender nuestros datos no es altruista, se trata de resguardar su modelo de negocios. Sobre la marcha, al ser preguntado por una senadora respecto a la posibilidad de cambiar el modelo de negocios para resguardar la privacidad de los usuarios, Zuckerberg respondió que no sabía a qué se refería.
Segundo, que la compañía está tomando el camino equivocado a la hora de asumir responsabilidad en sus acciones, al tiempo que Zuckerber repite, como mantra, que Facebook es una comunidad. A efectos prácticos, las y los usuarios no cuentan con mayor control de los datos que entregan a la red social; vaya comunidad aquella donde sus miembros no pueden discutir los fundamentos de su vínculo. Peor aún, al ser inquirido por asuntos como el discurso de odio en la plataforma, Zuckerberg apuntó al desarrollo y uso de herramientas de Inteligencia Artificial, como si estas fueran suficientes y sin cuestionar sus implicaciones políticas.
Este tipo de discursos, centrados en la potencial eficacia de los desarrollos tecnológicos -que autores como Morozov han catalogado de tecnosolucionismo- desplaza la pregunta sustantiva (¿qué constituye un discurso de odio?) hacia una pregunta formal (¿está adecuadamente programada la máquina que determina tal categoría?). Tales posiciones sitúan a desarrollos como la Inteligencia Artificial en el fundamento de las certezas, naturalizando su actuar. Como señaló Ryan Calo, Profesor de Derecho de la Universidad de Washington, “‘La inteligencia artificial solucionará esto’, es el nuevo ‘lo solucionará el mercado’”.
Tercero, que necesitamos, con urgencia, un mayor desarrollo institucional para abordar problemáticas como las que surgieron tras el escándalo de Cambridge Analytica. No se trata solo de la existencia de agencias estatales dedicadas al resguardo de los datos personales; tampoco a la necesidad de una legislación que reconozca el cambio en los modos de registro de la vida cotidiana. Además es importante puntualizar la necesidad de que las y los representantes democráticamente elegidos desarrollen un juicio crítico sobre las implicaciones asociadas a las nuevas tecnologías. Bajo ese rasero las preguntas de las y los congresistas norteamericanos dejaron bastante que desear. Como contrapunto, la imagen de una situación semejante en el contexto latinoamericano llega a ser pavorosa. Basta recordar que una de las congresistas acabó discutiendo con Zuckerberg cuán bueno sería que Facebook desarrollase proyectos de fibra óptica en su distrito.
A la luz de lo anterior es necesario que repensemos la pregunta en torno a la privacidad. Durante siglos resultó habitual considerar que la publicidad, considerada la contra cara de la privacidad en tanto capacidad de alcanzar a otros con nuestro mensaje, suponía un esfuerzo activo. Actualmente, por el contrario, pareciera que estamos situados en un contexto donde, como señaló Danah Boyd, lo público se asume por defecto, lo privado por necesidad. Si la privacidad es una necesidad, ha de ser también reconocida como una construcción, como algo por ser resuelto. No significa que tengamos que renunciar a ella, en lo absoluto, sino que debemos hacer esfuerzos conscientes a nivel individual y colectivo por construirla.
Esto se traduce en las “nuevas” preocupaciones que, por ejemplo, deben enfrentar madres y padres al verificar que sus hijas e hijos “conocen” personas a través de redes sociales. Tales preocupaciones suponen un esfuerzo activo por señalar a las y los niños cómo pueden construir su privacidad. Lo mismo que hacemos día a día, a través de las distintas redes sociales, al determinar a quién permitimos acceder a los contenidos que generamos. A nivel colectivo, sin embargo, esto supone un esfuerzo mayor. Toda vez que hemos de reconocer que la construcción de la privacidad será uno de los grandes desafíos de una era que, como nunca en la historia, ha generado mecanismo de registro pasivo de nuestras acciones cotidianas. Me refiero con esto, a cuestiones como el hecho de que nuestros teléfonos saben cuántos pasos hemos dado día a día, sin nosotros tener -las más de las veces- noticia de ello.
Finalmente, es importante no caer en la tentación de situar a Facebook como el chivo expiatorio de las tensiones que generan las nuevas tecnologías. En este sentido, Facebook no es sino, literalmente la punta del iceberg de un problema mayor: el comercio de datos sobre el que se cimenta la nueva economía de internet. Es imperioso que comprendamos que nuestros datos son valiosos, aunque no sean tangibles, aunque no sepamos que se están generando.
Fuente: Derechos Digitales
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