lunes, 21 de diciembre de 2020

Reducir el CO2 a golpe de clic


El futuro más distópico –o utópico– que podamos imaginar suele estar envuelto por un manto tecnológico que lo cubre todo: desde los coches y monopatines voladores (o, más bien, planeadores) con los que se topa Marty McFly, hasta la USS Enterprise capitaneada por Pike, Kirk, Spock o Picard. La tecnología está (y estará) en todos los recovecos del universo descubierto y por descubrir. En la mayoría de esos futuros –a veces no tan lejanos– que describe la ciencia ficción, todo está interconectado a través de una gran red. Pero no hace falta irse tan lejos: nuestro día a día ya está hiperconectado. Internet ha ido adquiriendo un mayor protagonismo en nuestras vidas a lo largo de los años y ya es prácticamente imposible imaginarnos nuestra rutina sin redes sociales ni Google, sin Netflix o HBO, sin Amazon o sin la posibilidad de pedir comida a través de una app. Estamos inmersos en la era digital y, muchas veces por desconocimiento y otras tantas por elección propia, decidimos ignorar el impacto que ese mundo conectado supone para nuestro planeta.

Por todos es sabido que la industria automovilística o la aviación contaminan. Cada vez son menos las personas que tiran sus residuos en el monte o en la playa y cada vez son más las que optan por un consumo responsable o por adoptar hábitos más sostenibles. La economía circular empieza a hacerse hueco en las mentes de empresarios y consumidores. Sin embargo, todos hacemos uso de internet y generamos datos masivos sin control.

En tan solo un minuto, Google puede llegar a emitir más de 30.000 kilos de CO2 a la atmósfera, o al menos esa es la cifra que revela el proyecto CO2GLE de la artista e investigadora Joana Moll, consistente en una instalación online gratuita que calcula en tiempo real las emisiones del buscador en su actividad global. Según los datos recogidos por Moll, la emisión media es de 0,037 gramos de CO2 por visita. «Tenemos que ser conscientes, como sociedad, del uso que se hace de nuestros datos y de cuánta información estamos generando con nuestros dispositivos electrónicos; muchas veces el usuario de a pie no se da cuenta de cómo se almacena toda esa información que se genera al día, ni de su impacto», explica Enrique Onieva, coordinador del Grado en Ciencia de Datos e Inteligencia Artificial y del programa de Doctorado en Ingeniería para la Sociedad y el Desarrollo de la Universidad de Deusto.

Por sorprendente que parezca, Internet sí contamina. Un correo electrónico, por ejemplo, genera 10 gramos de CO2 al año: «Cada e-mail que llega a tu bandeja de entrada y se queda ahí, sin abrir, sin borrar, produce la misma contaminación que cada bolsa de plástico que decides no comprar cuando vas al supermercado», reconoce Louis Balladur, cofundador de CleanFox, una aplicación francesa que, a golpe de clic, ayuda a que los usuarios de la red reduzcan su huella (digital) de carbono. «El 80% de los correos enviados a diario no se llega a abrir, es decir, ocho de cada diez e-mails que se intercambian en el mundo son completamente inútiles y contaminan, cuando es algo evitable», asegura. La app gratuita fundada en París en 2016 tiene clara su misión: limpiar el buzón de entrada de sus usuarios y reducir su huella de carbono de manera drástica. Balladur afirma que en tres años han conseguido que tres millones de usuarios eliminen más de 1.500 millones de e-mails. «En otras palabras, hemos evitado que se emitan 15.000 toneladas de CO2 a la atmósfera», afirma.

De media, manifiesta Balladur, un usuario que utiliza CleanFox «reduce su huella medioambiental en 10 kg tan solo borrando correos». El proceso es bastante más complejo de lo que pudiese parecer, ya que no es el correo electrónico –o la búsqueda web, o el uso de una app– lo que contamina per se, sino los datos que cada clic en un ordenador, smartphone, tablet, reloj inteligente, etc. produce. «Es difícil ver el impacto ambiental que tiene la red, a diferencia del que tiene, por ejemplo, un coche, ya que uno echa gases por el tubo de escape que son visibles, mientras que en la red no lo es, pero eso no quiere decir que este sea menor», advierte Jose Luis Friebel, director en España y Latinoamérica de DataCenter Dynamics (DCD), portal especializado en formación y actualidad relacionada con los centros de datos en todo el mundo. Friebel, Onieva y Balladur coinciden: el principal causante de la huella medioambiental de internet es la energía necesaria para que la infraestructura de los data centers funcione adecuadamente. «Cada vez que recibimos un e-mail en nuestro correo, este se almacena en un centro de datos que consume cantidades ingentes de energía. Además, cada dato que se almacena tiene que ir, por seguridad, duplicado. Por tanto, cada vez que guardamos en el correo una newsletter o un correo antiguo que no utilizamos, o que nunca hemos abierto, o que no vamos a volver a abrir, estamos usando un montón de energía que genera CO2», explica Balladur.

A día de hoy, la huella ecológica de este tráfico digital equivale aproximadamente al consumo del 7% de la electricidad mundial. En 2025 se cree que toda la industria de las TIC utilizará el 20% de la producción de energía global y, como consecuencia, será responsable del 6% de las emisiones mundiales. «Si bien es un sector que no para de crecer y que lo seguirá haciendo en un futuro cercano, ese porcentaje no contempla los posibles avances tecnológicos para que se reduzca el consumo de energía. Quizá sea menor de lo esperado», predice Friebel. Estas incluyen, además de los servidores y las infraestructuras, todos esos dispositivos conectados a internet y en los que se almacenan fotografías de alta resolución, correos electrónicos, vídeos, notas… La nube, por muy abstracto que parezca el concepto, no deja de ser un lugar real, supercomputadores y servidores encerrados en cuatro paredes que requieren, en su conjunto, de más de 400 teravatios de electricidad para operar.

Sin embargo, para Juan Romero, director de Operaciones de Equinix, «la gestión masiva de información no tiene por qué estar conectada directamente con las mayores emisiones de CO2, ya que nos proporciona información muy interesante para hacer un uso más sostenible y razonable de nuestros hábitos». Con más de 200 centros de datos en 52 países del mundo, Equinix necesita una alimentación de potencia de 5.000 gigavatios que, en el 94% de los casos, proviene de energías renovables. En el caso de España, el uso de alternativas limpias por parte de este proveedor de interconectividad asciende al 100%. «De esta manera, compensamos las emisiones que genera el almacenamiento de datos masivos», asegura Romero.

Si bien es cierto que la transición de los centros de datos a las energías verdes es clave para reducir el impacto medioambiental que tiene internet, no podemos (ni debemos) olvidar nuestra responsabilidad como usuarios. Ya no hay dudas de que sea posible reducir nuestra huella de carbono gracias a aplicaciones que eliminan datos para reducir emisiones, como CleanFox, u otras como el buscador alemán Ecosia, que dona aproximadamente el 80% de sus ingresos a diferentes organizaciones sin ánimo de lucro de todo el mundo que luchan contra la deforestación. «Nuestros servidores utilizan energía 100% renovable, y, con cada búsqueda, los árboles que plantamos eliminan 1 kg de CO2 de la atmósfera», asegura la empresa, que ha aumentado la población forestal en más de 66 millones de árboles en zonas especialmente castigadas por la deforestación. Al igual que otras plataformas similares como el motor de búsqueda Lilo, que acumula «gotas de agua» con cada búsqueda que se transforman en dinero que el usuario puede donar a proyectos sociales o medioambientales, todas estas iniciativas tienen un objetivo común: compensar las emisiones que produce el uso de internet con acciones que generan un impacto positivo en el planeta, ya sea llevando agua a una zona aislada, equipando escuelas o protegiendo la selva amazónica. Con el uso de este tipo de herramientas, como usuarios, ayudamos a que los datos que generamos incesantemente sean más sostenibles y a que, en definitiva, se compensen las emisiones de los data centers.

Enrique Onieva tiene claro que, como usuarios y consumidores, no solo debemos adquirir comportamientos digitales más sostenibles –o aprender a apagar nuestros aparatos electrónicos cuando no los estamos utilizando y desconectarlos de la corriente una vez cargados– sino que debemos exigir a las empresas una gestión y almacenamiento responsable de toda la información que generamos online; «a fin de cuentas, es Netflix, Google o Instagram la que decide almacenar datos que a los usuarios no nos interesan», argumenta. En nuestra mano está reducir lo que Onieva llama «el Diógenes digital», es decir, «todos esos datos que la gente genera porque, supuestamente, no cuesta dinero». El profesor de Deusto reconoce que la única manera de avanzar en este sentido es a través de la educación y la concienciación, lo que supone un cambio cultural considerable: «Debemos aprender que no es necesario guardar toda la información, hay cosas que se pueden perder».

A pesar de que los expertos coinciden en señalar el almacenamiento de datos masivos como el culpable de la contaminación generada en la red, hay iniciativas que buscan darle la vuelta al problema y convertir ese Big data en una solución o, por lo menos, en una herramienta. «Nosotros no percibimos que los datos en sí mismos contaminen; por el contrario, son una herramienta que ayuda a empresas, gobiernos e instituciones a ser más sostenibles», explica Esther Morales, directora de Desarrollo de Negocio de PiperLab, empresa que ha concebido una solución de Green data que contribuye, a través del análisis de datos y el uso de inteligencia artificial, a alargar la vida útil de los objetos, darles una segunda vida y, además, reducir la contaminación atmosférica. «Dentro de la economía circular en la que estamos inmersos, utilizamos todos esos datos masivos que se almacenan en centros de datos para contaminar menos, ya sea a través de la reutilización y reciclaje de productos o a través del análisis de los mismos para predecir, por ejemplo, las restricciones de tráfico que habrá en una ciudad por altos niveles de contaminación», puntualiza Morales. Con Datóxido de Nitrógeno, un bot gratuito disponible en Twitter, la empresa recoge los datos que lanzan las estaciones meteorológicas de Madrid y dan alertas, en tiempo real, sobre las posibles restricciones de tráfico. «Es una manera de utilizar los datos masivos emitidos por las estaciones para reducir las emisiones en la ciudad, involucrando a las empresas de paquetería, a los transportistas y a la ciudadanía», explica.

Del mismo modo, el uso de la tecnología y el análisis de datos permite mejorar la gestión de residuos en las ciudades, por ejemplo, a través de contenedores inteligentes, que avisan cuando están llenos a través de sensores para crear rutas óptimas y eficientes y ahorrar tiempo y dinero. Es uno de los objetivos de SmartWaste, un proyecto desarrollado por Ecoembes e Indra que hasta el momento está en marcha en Logroño, La Rioja, La Palma y Cantabria.

«Nos acercamos a una sociedad más digitalizada y conectada, que depende de una tecnología que cada vez demanda más cantidad de energía, por lo que el reto consiste en equilibrar el almacenamiento y la demanda y asegurar que la energía sea fiable y limpia», reflexiona Jose Luis Friebel. Aunque se haya reducido el consumo de papel o apostemos por la compra de cercanía, no podemos asumir que nuestra huella de carbono desaparece automáticamente. Internet, esa alternativa al consumo tradicional, sigue siendo un potente contaminador. El reto hoy es cómo invertir la ecuación: ¿seremos capaces de convertirlo en un aliado para cuidar el planeta?

Fuente: Circle

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