El sueño insuficiente es una epidemia mundial de salud pública que a menudo no se reconoce, de la que se informa poco y que tiene costos económicos bastante altos. Así concluyó un equipo de especialistas tras revisar 111 estudios globales sobre la calidad de sueño.
Según Vijay Kumar Chattu, de la Universidad de las Indias Occidentales, en Trinidad y Tobago, y autor principal de la revisión, el sueño insuficiente se relaciona con siete de las quince causas principales de muerte, entre ellas enfermedades cardiovasculares, neoplasias malignas, enfermedades cerebrovasculares, accidentes, diabetes, hipertensión, septicemia e, incluso, aumento del riesgo de suicidio en adolescentes que padecen restricción crónica del sueño.
Los problemas mentales, la percepción del dolor, la recuperación del cuerpo tras una lesión, la pérdida de peso, el incremento de la libido y hasta la motivación diaria pasan también por un buen sueño, enfatiza la publicación que advierte que quienes duermen menos de 6 horas tienen un riesgo diez veces mayor de mortalidad prematura que las personas que duermen entre 7 y 9 horas diariamente.
El autor precisa que la accesibilidad a la luz artificial y los dispositivos electrónicos han favorecido una cultura de actividades 24/7 y han alterado los límites naturales del día y también nuestro círculo circadiano (dormir de noche y estar despierto de día).
Publicada en la revista Healthcare, la revisión encontró que adolescentes, padres y madres con hijos recién nacidos, y personas que trabajan jornadas nocturnas o tienen dos o más trabajos son las poblaciones más afectadas.
“Durante las últimas tres o cuatro décadas, se ha observado que el promedio total de horas de sueño obtenidas por noche por individuos normales ha disminuido”, asevera Chattu. Esta tendencia global ha ocurrido tanto en adultos como en niños y está teniendo marcadas consecuencias para la salud pública.
El incremento de las migrañas, las infecciones, la obesidad, los padecimientos cardíacos, el cáncer y hasta la diabetes tipo 2 están relacionadas directamente con la disminución del descanso, según la publicación.
¿Rendir más, durmiendo menos?
Lilliana Estrada, médica y máster en Medicina y Fisiología del Sueño y directora médica de varias clínicas del sueño de Costa Rica, admite que en América Latina, el diagnóstico y tratamiento de los trastornos del sueño se hace aún de forma muy empírica y que pocos pacientes reconocen al sueño insuficiente como un problema que requiere intervención de especialistas, lo que hace que probablemente haya millones de casos de personas que duermen mal sin diagnosticar y tratar.
“Nos han hecho creer que el éxito está en leer más, saber más, estudiar más, ejercitarse más, ver más películas, conversar con personas en otras latitudes, estar más conectado y enterado de todo. Nos exigimos que hay que hacer siempre más. Pero es muy grave para el organismo no dormir”, comenta a SciDev.Net.
En América Latina existen algunos estudios sobre trastornos de sueño que apoyan los resultados de la nueva publicación.
En 2009, investigadores colombianos demostraron que entre trabajadores sometidos a turnos alternos es más frecuente encontrar mala calidad de sueño y elevados niveles de psicopatología que en los trabajadores con un horario habitual. “Es decir, estos trabajadores de turnos presentan un sueño no reparador y un bajo nivel de vigilancia durante el día”, indica la publicación.
Y en 2015, una investigación sobre el sueño y vigilias de estudiantes de medicina de Córdoba, Argentina, fue complementada por investigadores peruanos. Ambos estudios confirmaron el alto porcentaje de mala calidad del sueño entre estudiantes universitarios de Latinoamérica (entre 67 y 82 por ciento) lo que lleva a un deterioro de su rendimiento académico, de su productividad y de las relaciones personales y profesionales.
En 2016, la Universidad Nacional Autónoma de México también compartió datos de un estudio hecho con 577 estudiantes que reveló que los jóvenes universitarios duermen más durante los fines de semana y que la mayor queja de su somnolencia diurna está relacionada con el ronquido habitual durante el sueño. Mostró también que solo entre el 15 y 20 por ciento hacían algún tipo de siesta diurna para recuperar fuerzas.
Adolescentes, más perjudicados
Si bien la revisión de Chattu no incluyó análisis geográficos, sí recalca que las personas que tienen trabajos de doble o triple jornada y menor conocimiento sobre la importancia de la calidad del sueño son, generalmente, menos conscientes del daño que se hacen al dormir poco.
Por ejemplo, los adolescentes necesitan hasta 10 horas de sueño para que su organismo reponga la energía. Biológicamente a ellos les cuesta más dormirse y tienen más despertares. Sin embargo, pasan noches en vela pegados a sus teléfonos y como consecuencia, es probable que tengan sobrepeso y puedan sufrir síntomas depresivos, alerta la investigación.
“Pasa en América Latina y en todo el mundo. Muchas personas hasta sienten que van a ser juzgados si reconocen que duermen 8 horas o más, y lo “socialmente aceptable” es decir que se duerme poco. Casi nadie se inmuta cuando decimos que dormimos mal. Es algo tan común que ya parece normal”, enfatiza Estrada, representante costarricense ante la Federación Latinoamericana de Sociedades de Sueño (FLASS).
Fuente: SciDev.Net
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