El fenómeno de la posverdad ganó notoriedad por primera vez cuando en noviembre de 2016 el diccionario de Oxford la nombró la palabra del año. Durante 2015, el uso del término creció en un 2 mil por ciento respecto años anteriores. La definición que se le otorgó fue ésta: “circunstancia en la que los hechos objetivos tienen menos influencia en la opinión pública que las emociones y las creencias personales”. El prefijo ‘pos’ indica no que la verdad sea un principio que haya quedad en el pasado, sino que ha sido eclipsada por otros principios que la han vuelto irrelevante para el grueso de la sociedad.
Según Darío Sztajnszrajber, la posverdad es un concepto nuevo para un tema tradicional: la crisis de la verdad. Desde hace mucho tiempo que los filósofos discuten el deterioro e incluso la muerte de la verdad y la objetividad científica. La creciente preocupación por la calidad de la información ofrecida por los medios de comunicación ha hecho que la verdad en sí misma sea considerada inaccesible, y eso ha dado lugar a que las interpretaciones subjetivas sobre el mundo se impongan.
“Al no haber una verdad absoluta, el sujeto tiene la posibilidad de armar su propia verdad. Partiendo ya de una idea que quiere demostrar, siempre va a encontrar el modo de hacer encajar en la realidad lo que él supone, o necesita demostrar”, dijo Sztajnszrajber en una conferencia sobre el tema. Es precisamente en eso en lo que consiste la posverdad: torcer los hechos para que se acomoden a nuestras creencias.
La posverdad se origina en la crisis de las ciencias
El advenimiento de la era de la posverdad fue anticipado por la crisis que las ciencias arrastraron durante varias décadas. Hubo un tiempo en el que la ciencia era considerada la forma suprema de conocimiento y se le otorgaba gran autoridad en virtud de su método y la formalidad de sus resultados. Hoy en día, sus hallazgos son abiertamente cuestionados por legiones de opinólogos que no concuerdan con lo que ella dice en base a postulados que tienen poco o ningún fundamento, o les parece que lo que afirma resulta inconveniente o incómodo.
La ciencia siempre se aseguró de que sus resultados sean rutinariamente revisados y sometidos a escrutinio por la comunidad científica, para garantizar de ese modo la objetividad de los conocimientos producidos. La epistemología siempre tomó con seriedad la supresión de los sesgos ideológicos y de interés dentro de las investigaciones. Dado el elevado nivel de rigurosidad con el que los científicos filtran su información para asegurarse de que sus aseveraciones estén bien fundamentadas y sean razonablemente verdaderas, ¿por qué la opinión pública ve como necesario rechazar los resultados de la ciencia y abrazar un escepticismo radical que nos conduce a la incertidumbre y el relativismo?
Lo más usual entre las personas que encuentran que sus creencias ideológicas, sean de derecha o izquierda, conservadoras o liberales, religiosas o ateas, chocan con la verdad científica, es acusar a los científicos de estar involucrados en un conflicto de intereses que menoscaba la calidad de sus hallazgos y responder a una voluntad superior que hace que sus teorías estén económicamente condicionadas. La fórmula es: “Tal investigación es falsa porque fue financiada por ‘x’ persona, gobierno o empresa”. El negacionismo científico se sirve de las dudas razonables sobre la confiabilidad de la información científica para descartar el conjunto de la ciencia e inducir a las personas a atrincherarse en sus creencias ideológicas y morales. En consecuencia, nuestras interpretaciones personales sobre la realidad pesan más que los datos que la ciencia es capaz de ofrecernos.
Hay otra categoría de críticos de la verdad científica que, de forma un poco más ingeniosa, refutan la evidencia científica acusando a los científicos de haber utilizado metodologías erróneas o aplicar estándares insatisfactorios. Por lo general, estas personas tienen algo más de conocimiento y fe en la ciencia y comprenden al menos a un nivel elemental cómo funciona. Sin embargo, eso no cambia el hecho de que mucha gente cree que las teorías son sólo teorías, que los científicos buscan evidencia para dar validez a sus creencias personales y que no importa qué tan riguroso uno sea, el saber científico siempre está empañado por la subjetividad. Las debilidades de la ciencia están siendo explotadas para relativizar nuestro compromiso con la verdad. La gente ya no acepta la evidencia empírica. Las verdades científicas son aceptables cuando nos dan la razón e insoportables cuando nos dan la contra o refutan nuestras convicciones.
Trump, el maestro de la posverdad
En julio de 2017, el filósofo español Fernando Savater acusó a los defensores de la ex fuerza terrorista ETA de mentir a través de la posverdad, al haber afirmado que la célula cometía terrorismo en defensa propia.
Ese mismo año, tras haber asumido la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump fue convertido en el político que mejor ejemplifica el ejercicio de la posverdad, por haber hecho durante su campaña un sinnúmero de afirmaciones que, pese a que no están respaldadas por evidencia, fueron parte central de su discurso electoral. Acusó a México de ser un país que roba empleos, acusó a su predecesor Barack Obama de ser el fundador de la fuerza terrorista Estado Islámico y acusó al sistema electoral norteamericano de estar amañado, todo sin acompañar sus afirmaciones con datos o pruebas.
Según Óscar Marcano, periodista venezolano y director del portal Prodavinci, el gobierno de Nicolás Maduro es una dictadura que no hace otra cosa que vender posverdad. Marcano acusó al mandatario venezolano de beneficiarse de un black out informativo que le permite ocultar la realidad del país y presentar datos falsos sobre la situación socioeconómica.
Según Benjamín Lana, otro periodista venezolano, toda información, falsa o verdadera, está siendo reconocida como periodismo. “Cualquier texto con un titular pensamos que es periodismo, pero el periodismo debe tener atributos. Hay que garantizar el origen de la información. Ahora se puede manipular la información de forma masiva (a través de las redes sociales)”, dijo durante una de las jornadas del encuentro Futuro en Español.
La posverdad no es igual a la mentira
¿La posverdad consiste en mentir con fines políticos? Tal como ha sido introducida en el debate contemporáneo, la expresión hace referencia a algo más complejo que eso. Parte importante de la sociedad civil está seriamente preocupada por el implacable ataque contra el concepto de verdad y su reemplazo con verdades a medias, verdades distorsionadas y verdades que se sirven de datos falsos para hacerse pasar por hechos incuestionables.
Dentro de la filosofía, el concepto de verdad fue originalmente discutido por Platón, y antes que él, por su maestro Sócrates. Según éste, la ignorancia es remediable, porque alguien que es ignorante puede aprender. El verdadero problema proviene de aquellas personas que creen que poseen la verdad y no están dispuestas a que se les demuestre que están equivocadas. Aristóteles definía la verdad como “decir que lo que es, es, y que lo que no es, no es”.
Cuando alguien afirma algo que no es cierto a causa de su desconocimiento de los hechos, esa persona no está necesariamente mintiendo, pero tampoco está diciendo la verdad. Su ignorancia la lleva a decir que es cierto aquello que en realidad no es cierto. Cuando alguien miente, hay la intención deliberada de engañar. Se quiere manipular la conducta de otras personas al hacerles creer que los que no es, es, y que lo que es, no es. Todas las mentiras necesitan una audiencia. No nos sentimos culpables por creer algo que no es cierto hasta que nuestras falsificaciones han inducido a alguien a un error que va en contra de nuestros deseos.
En su libro On bullshit (sobre la chorrada), el filósofo Harry Frankfurt sostiene que decir chorradas no equivale necesariamente a mentir, y que en muchos casos lo que demuestra es indiferencia sobre lo que es verdadero. Muchas veces, las personas hablan sobre cosas que desconocen para impresionar a otros o no les parece particularmente problemático el decir algo que con alta probabilidad no es cierto.
La forma más virulenta en que la posverdad se manifiesta es el autoengaño. Es común que alguien que está fanatizado con sus convicciones personales descrea de la verdad y se envuelva en un capullo de falsedades pese a que hay mucha evidencia confiable que demuestra la falsedad de sus creencias. Cuando los datos estadísticos apuntan en dirección contraria que nuestras creencias, preferimos descartarlos y acusarlos de ser erróneos. Según el diario Opinión de España, curiosamente 6 de cada 10 personas no creen en las encuestas.
El movimiento feminista ha sido muchas veces acusado de rehusarse a aceptar las estadísticas que demuestran que la calidad de vida de las mujeres mejoró en las últimas décadas, que hay más inclusión laboral y que la brecha salarial no es real. El deseo de que las cosas sean mejores es truncado por el deseo de que las cosas estén peor de lo que están y así haya más indignación en las personas. Christina Hoff Sommers, académica del American Enterprise Institute, es una de las principales defensoras de la idea de que el feminismo ignora sistemáticamente las estadísticas que contradicen su discurso y le hace falta reconciliarse con ellas.
El problema con las discusiones contemporáneas sobre la posverdad es que muchas veces no reconocen que estamos tratando con un fenómeno nuevo que va más allá de la mentira, la ignorancia, el cinismo y el fanatismo político, problemas con los que hemos convivido durante siglos. En la era de la posverdad, estamos cada vez más cerrados ante la posibilidad de descubrir la verdad. El escepticismo científico y mediático nos ha llevado a negarnos a conocer la realidad del mundo que nos rodea. Cuando un individuo procede de esa forma, al final de cuentas será él quien pague las consecuencias. Sin embargo, cuando líderes mundiales o enormes colectivos sociales con gran influencia se rehúsan a basar sus acciones y postulados en verdades fácticas, las consecuencias afectan al conjunto de la sociedad.
Sucumbimos ante sesgos cognitivos cuando estamos emocionalmente comprometidos con determinado tema (la pobreza, la desigualdad, la guerra, la economía) y nuestro juicio resulta afectado por ello. La habilidad de razonar bien es esencial para todos nosotros. Cuando nos rehusamos a aceptar las verdades que van en contra de nuestros sentimientos morales, lo único que logramos es hacernos vulnerables a la manipulación de otros que tienen intereses respecto a nuestra conducta.
Imagen: Pagina 12
Fuente: Aldea Politica
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