Así reza un gran letrero colgado sobre la entrada del Ministerio de Salud de Lima, Perú: “Personas que atendemos Personas”. Me gusta esta expresión pues recoge la esencia del trabajo de quienes brindan atención a las familias y a los niños, no solo en el sector de la salud, sino también en una gran variedad de servicios sociales como:
– Educación
– Desarrollo infantil
– Prevención de comportamientos de riesgo
– Cuidado a la población en situación de dependencia
– Combate a la pobreza, y más.
Sin duda, América Latina y el Caribe han avanzado de manera importante durante las dos últimas décadas hacia la ampliación de la cobertura de sus programas sociales en las áreas mencionadas. No obstante, el desafío de producir servicios de calidad permanece como una constante en la agenda. Es, sin lugar a dudas, un área en la cual la región ha avanzado menos. A medida que las economías de la región crecen, se vuelve cada vez más difícil de explicar el que se haya logrado tan poco para producir servicios sociales de calidad comparable a los de otros países de fuera de la región con ingresos similares.
Las personas que atienden personas, el recurso humano primordial
¿Qué se necesita para que los diferentes programas sociales sean de buena calidad? No hay una sola lista, pero sí hay unos puntos que están presentes en todos los programas. Entre ellos, destacan los recursos humanos.
Hoy quiero enfocarme en un tipo de personal que es muy frecuente encontrar en los programas sociales. Me refiero al personal que atiende directamente a las familias y a los niños, a las personas que atienden personas. Específicamente, estoy pensando en las madres cuidadoras de los jardines infantiles, en las facilitadoras que trabajan con las familias para mejorar sus prácticas de crianza en el hogar, en los promotores comunitarios de salud que tienen a su cargo varias de las actividades de la salud materno-infantil, en los cuidadores de personas en situación de dependencia, en las vocales de los programas de transferencias monetarias condicionadas que transmiten mensajes de empoderamiento y promueven la inversión en la salud y la educación de la familia, o en los mentores que trabajan con jóvenes en situación de riesgo.
Me atrevo a decir -aún sin datos duros- que la calidad de los programas sociales de la región se apoya, en gran medida, sobre estas personas. Sin embargo, en muchos de los países de América Latina y el Caribe, enfrentan grandes desafíos en su labor, por ejemplo:
– En su mayoría, llegan a su función con bajos niveles educativos o incluso sin haber completado la secundaria.
– Con frecuencia, asumen estas funciones bajo modalidades contractuales de voluntariado. Es decir, reciben un pago simbólico por sus servicios, muy por debajo del salario mínimo vital. Tampoco acceden a las prestaciones sociales a las que tienen derecho otros trabajadores.
– Muchas veces operan bajo contratos de muy corto plazo y con incertidumbre sobre su renovación.
– Las oportunidades de capacitación previa que les ofrecen son – en el mejor de los casos – escasas.
– No existen sistemas de acompañamiento que proporcionen retroalimentación con base en su desempeño en el trabajo.
– Los programas sociales no les ofrecen mayores oportunidades de desarrollo profesional.
– Como resultado, en poco tiempo se convierten en trabajadores poco motivados y, ante la primera oportunidad, abandonan el sector. Esto resulta en altas tasas de rotación de personal.
Además, cabe destacar que el sector social en la región está principalmente compuesto por una fuerza laboral femenina. En otras palabras, en algunos países los programas sociales de alguna manera terminan por precarizar el empleo de muchas mujeres.
Sin un cambio de enfoque en materia de recursos humanos, es imposible pensar en producir servicios sociales de calidad. Si las personas que atienden personas en los programas sociales no cuentan con la capacitación, las herramientas, el apoyo, los incentivos y la motivación adecuadas, esa atención no va a ser la mejor. Cualquier esquema de mejora de la calidad depende de ciertos parámetros de continuidad. Los retornos de inversiones como la formación y capacitación del personal no pueden agotarse cada tres o seis meses. La rendición de cuentas y la mejora del desempeño deben venir acompañadas de incentivos que induzcan a los trabajadores a esforzarse y mejorar.
Es hora de que nos pongamos a pensar en serio en el tema de los recursos humanos, en quienes depende la calidad de los programas sociales. ¿Cómo fortalecemos este recurso esencial? ¿Qué experiencias exitosas conoces en tu país? Cuéntanos en la sección de comentarios.
Fuente: Blog Primeros Pasos - BID
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