Nuestras sociedades occidentales se basan en un pacto económico implícito en tres actos: por el trabajo ascendemos en la escala social, la mayoría se une a una amplia clase media y los hijos vivirán mejor que los padres. Es, a grandes rasgos, lo que ha ocurrido desde la Segunda Guerra Mundial gracias a la economía de mercado y al libre intercambio. La democracia política, que se ha impuesto como norma en nuestro mundo occidental, ha acompañado esta evolución económica. Todos los excesos han desaparecido, el exceso de pobreza, el exceso de riqueza y el exceso en las posturas partidistas. Pues bien, debemos plantearnos seriamente que esta normalidad política y económica está en vías de desaparición.
Esto resulta evidente en la distribución de los ingresos en Estados Unidos y también en Europa. En todas partes asistimos a la aparición de una clase de superricos en el vértice de la pirámide; en todas partes comprobamos que hay una nueva pobreza que afecta a casi un 10% de la población. Y entre estos dos extremos, la clase media tiende a disminuir y a fragmentarse. Los más cualificados, con un título (casi una cuarta parte de la población), ganan cada vez más, mientras que los otros se quedan estancados. Encontramos una explicación única respaldada por los trabajos estadísticos (entre otros) de la economista estadounidense James Heckman, y del francés Pierre-André Chiappori. Podemos resumir esos trabajos como sigue: en las economías occidentales el trabajo industrial ha desaparecido casi por completo debido a automatización de la producción, a los intercambios internacionales y a la dominación china. Ya solo quedan empleos muy cualificados o empleos de servicios poco cualificados. Para los trabajos muy cualificados las empresas buscan titulados de alto nivel, hombres y mujeres; ahora bien, cada vez hay menos personas cualificadas y más empleos disponibles, lo que ha hecho que aumenten los salarios. Las remuneraciones de los ejecutivos superiores y los investigadores se disparan y dejan tras de sí a la masa de no cualificados. Los superasalariados, al menos bilingües y mundializados, se benefician de una «prima a la educación», college premium en inglés. La enseñanza superior se ha convertido para todos en la inversión más rentable. Pero observamos la existencia de un fenómeno preocupante: en todas partes los más instruidos son los hijos de padres instruidos, el padre y la madre. Un niño tiene más posibilidades de realizar unos estudios brillantes si tiene un padre y una madre con un título de enseñanza superior. Y también se observa una tendencia que se afirma desde hace unos veinte años: que los padres instruidos dedican cada vez más tiempo a las actividades de estimulación de sus hijos. Se constituye así una clase «supermedia», cualificada y hereditaria, mientras que en el resto de la sociedad la movilidad social disminuye.
Esta evolución económica explica en buena medida el advenimiento del llamado populismo. Aquellos que, en nuestras sociedades, acusan la pérdida de movilidad social, el retroceso de sus esperanzas económicas, la brecha entre cualificados y no cualificados, se vuelven hacia partidos políticos que prometen soluciones instantáneas. Estos partidos cuestionan la innovación, los intercambios y las élites, acusaciones que no son infundadas, pero que no constituyen ni análisis ni soluciones. Si existe una solución, es decir, una esperanza de recuperar la movilidad social para el conjunto de la clase media, esta pasa necesariamente por la educación primaria, a la edad más temprana posible. De esta manera se puede colmar algo la distancia entre los niños nacidos en familias privilegiadas y los demás. Hay que señalar, de paso, lo que dice Heckman: que el auténtico capital de hoy día ya no es como antes, el capital económico, sino el capital humano, el título. La acumulación tradicional del capital económico solo afecta al 0,1% de la población, mientras que el capital humano, que garantiza unos ingresos satisfactorios durante toda la vida, es la auténtica fortuna moderna.
Invertir en la educación primaria es, por lo tanto, necesario en una lógica igualitaria y para una sociedad en busca de democracia. En todas partes se habla vagamente de ello, pero nunca se propone como una prioridad; sin duda, es más fácil repartir culpas que plantear soluciones concretas pero a largo plazo. Y de todas formas, queda por gestionar el corto plazo, es decir, la nueva pobreza. Ahí se enfrentan dos modelos, o antimodelos: en Estados Unidos, donde las prestaciones sociales son modestas, los pobres trabajan y siguen siendo pobres, pero gracias al trabajo, sin embargo, se incorporan a la sociedad; en Europa, por el contrario, la mayoría de los pobres siguen sin trabajar, porque se mantienen gracias a las prestaciones sociales. No sé si esta situación es más moral o no que en Estados Unidos, pero está claro que en Europa el paro favorece la reproducción de la pobreza.
De modo que no propondremos aquí soluciones inmediatas, sino que desearemos que los conocimientos adquiridos por la ciencia económica y la sociología se popularicen más y que sirvan de base al debate político. No es útil para los miembros más desfavorecidos de la sociedad que a su pobreza económica se añada la debilidad de un discurso político no informado.
Fuente: Almendron
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