El recorrido oficial empieza el momento en que te colocas los audífonos y de ellos salen las palabras de bienvenida e introducción. Sin embargo, el recorrido, o la experiencia inmersiva como tal, inicia mucho antes, cuando estás entrando al Portales, pasas a recoger tu entrada y luego vas al jardín central a escuchar los primeros sonidos de ambiente, los insectos nocturnos, y a ver los primeros juegos de luces en los árboles. “¿Qué será que nos muestran o nos harán escuchar?”. Entonces, el guía te invita a ti y al resto del grupo a seguirlo por el camino hacia el palacio iluminado, y es ahí que te entregan los audífonos e inicia el tour.
La primera voz que escuchas es la del dueño de casa, Simón Iturri Patiño, introduciéndote al recorrido. “¿Será que Patiño de verdad hablaba así?”. Te fijas en la puerta del primer salón, todavía por fuera, y ves la silueta del barón del estaño dibujarse desde adentro mientras te habla y te cuenta quién fue y por qué volvió a Bolivia y construyó el ecléctico palacio que ahora estás visitando. Termina su introducción, y la puerta se abre con un chirrido de película de terror, invitándote a pasar. Los audífonos tienen este efecto aislante y de ensimismamiento que te hace olvidar a la gente a tu alrededor, pero, con este último efecto especial, ves hacia las otras personas para comprobar si también les agarró por sorpresa.
Pasas a los salones y te muestran todas las posesiones y disposiciones de Patiño. Hay piano de cola, “¿cuándo habrá sido la última vez que lo tocaron?, ¿habrá quien lo toque?”, y hay una habitación con cuadros de cada periodo en cada una de las cuatro paredes que te hace pensar en si el palacio realmente pertenece a algún periodo en particular. Fue construido a inicios del siglo XX, pero esa fusión de estilos arquitectónicos, que cuentan que estaba muy presente esa época, hace que se sienta de un tiempo difuso, anacrónico, y que siempre fue así, una construcción fuera de tiempo y espacio. “¿Qué tipo de repertorio será que tocan en el piano de Patiño? ¿Tocarán cuecas?”
Te invitan a pasar al salón de baile y eventos. Te sientas al costado, junto con el resto de los espectadores, y presencias un espectáculo que hace que te duela el cuello de tanto girarlo. Están las musas, esculpidas en la parte posterior del salón, que cobran vida a través de un retroproyector para contarte cómo Patiño mandó a construir ese salón para que se lleven a cabo bailes y fiestas que nunca se dieron. El lugar se llena de música (el lugar siendo en realidad tus oídos con los audífonos) y de luces que dibujan cada detalle en el techo, siendo lo más cercano que llegaste a ver como la Capilla Sixtina. Pero más que solo el juego de luces e imágenes, da la curiosidad de saber si el espectador de al lado, igual de aislado por los audífonos, ve también, con su imaginación, esos rastros invisibles de los invitados que Patiño pretendía recibir y las musas esperaban. Si también ven al medio del salón a los fantasmas de las influyentes familias que nunca se presentaron, el rastro de los bailes que nunca se hicieron y la sombra de los artistas que nunca se presentaron ahí.
Tengo una fascinación particular por los espacios abandonados y los transformados, aquellos que dejaron de cumplir o nunca cumplieron su función original para recibir otro tipo de actividades, y el Simón I. Patiño es exactamente ese lugar. En vez de ser un palacio habitado por una familia burguesa, es un lugar habitado por la actividad cultural. El Palacio Portales recibe visitas guiadas todos los días y está rodeado de exposiciones, talleres y encuentros artísticos cada semana. Y con “El Palacio Suena”, el público pudo salir de su imaginario del día a día que tiene del Patiño para crear uno nuevo, alimentado por historias del pasado a través de los cinco sentidos. El palacio no solo suena o sonó, sino que se vio, se sintió y cobró vida, una vida en la que el público presente y los fantasmas del pasado se encuentran.
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