Conmemorando el aniversario de Cochabamba, el 14 de septiembre, el año 1986 el matutino Los Tiempos publicó una serie de entrevistas a intelectuales y personajes públicos locales, para que definan aspectos de lo cochabambino y su cultura. Uno de ellos era Jorge Zabala.
La entrevista es escrita, por tanto, permite a nuestro Zabala que se explaye en su vibrante, humorística, brillante y aparentemente nonsensica prosa.
A la pregunta sobre lo que considera rasgos de lo cochabambino urbano, responde con dureza: su «indiferencia casi medieval ante las cosas”. Nuestra acedia, esa combinación de negligencia, flojera, y tristeza, angustia y amargura, es destacada por Jorge. Este juicio es coherente con la crítica al provincialismo cultural cochabambino, expresado ya en su libro Exorcismos (1971).
Y aprovecha para lanzar un dardo a la intelectualidad cochabambina: su pereza intelectual. 1986, es un periodo donde el ambiente intelectual cochabambino estaba dominado por el marxismo, nacionalismo y el creciente indigenismo, todos ellos discursos autoritarios a los ojos del escritor cochabambino, donde la tendencia era repetir un guion preestablecido, antes que estudiar con espíritu crítico y abierto.
En el ámbito de las artes plásticas, realiza una valoración de la pintura cochabambina. Su visión, también es parte de lo que considera provincialismo cochabambino. «(E)n general abundan los pintores iletrados», «bordeando lo grotesco» denomina a la llamada pintura «costumbrista» valluna. Esta pintura «revela gestos cotidianos y relatos morales y sentimentales», y oscila entre la «moraleja» y la “caricatura”: entre aquella pintura de protesta o fondo social, que busca concientizar y/o enseñar, muy en boga en ese tiempo; pero también, la pintura con una calidad que no alcanza a ser aquello que pretende.
Cuando señala a tres escritores como representativos de esta tendencia dominante, en realidad quiere decir que son excepciones. Solo veamos los artículos Un Superman criollo (Los Tiempos, 27/V/87), Los griegos de los Andes (Los Tiempos, 25/XII/85), con comentarios elogiosos a libros de Waldo Peña, así como la crítica positiva a la puesta en teatro, por parte de Luis Bredow, del cuento “El Otro Gallo” de Jorge Suarez («El Bandido y su ilusión», 1/X/92).
Respecto a los espectáculos en vivo en la emergente ciudad de Cochabamba, oscilan entre el humor de Tralalá y las puestas de escena, más intelectuales, del entonces restaurant Valencia, donde el mismo Zabala probablemente actuaba. Con una orientación al “music hall, teatro de variedades, vaudeville y la pantomima”, recuerda su carácter gratuito, conectado a las tabernas bohemias de la época. Destaca la fuerte tendencia al “teatro de tres centavos”, a propósito del teatro social, de denuncia de Bertolt Brecht, por la orientación dominante de izquierda, que tenían estas expresiones artísticas. Elogia al teatrero Germán Calderón y su pareja, brillante cantante, Cecilia Barraza (años después convertida en referente de la música popular peruana).
Respecto a cómo medir el progreso de Cochabamba, propone aplicar criterios de la sociología urbana (no rural, como se señala en el texto) de Henri Lefebre (un marxista heterodoxo), en su componente conservacionista. Indicadores que midan la destrucción del paisaje, considerado de una «complejidad horizontal». Acá evidencia una vez más la sensibilidad de «Jorge Agrícola» con el valle cochabambino y sus paisajes, además de su preocupación por la destrucción ecológica de la ciudad, a nombre del progreso.
Para hablar de la cultura alimentaria cochabambina, Zabala se remite al periodo precolonial incaico, una cultura del maíz, de culto al sol («heliocéntrico»). Jorge conecta a este producto alimenticio con la religiosidad andina, traducida, no solo en grandes infraestructuras de adoración, pero también como un medio para «llenar el tiempo libre», como dispositivo de placer y bienestar. Efectivamente, los rituales religiosos en la región andina, aún hoy, son festivos y gastronómicos; es decir, «tiene aún grandes consecuencias». Asimismo, acá ya anuncia lo que sería tema de su último libro, la coca y sus derivados. Visualiza en la «hoja sagrada» un sustituto de la religiosidad heliocéntrica, por su simbología, movimiento económico e influencia en la cultura occidental.
El año 86′ Jorge Zabala estaba convencido de las transformaciones sociales, culturales en el que se encontraba Bolivia, producto de la articulación a la economía coca cocaína, el «fetichismo de la mercancía» alrededor de la coca: «un mundo al revés que ha trastornado los valores y que raya con lo fantástico»: pero, es también la afiliación de la coca a la creciente religiosidad andina, «herético», que llama su atención. La coca «adquiere virtudes teológicas», recurriendo de manera extraña a Marx. aunque no tanto, si tomamos en cuenta que el marxismo opera como una iglesia. Los «sueños botánicos», freudianos, de la coca y sus derivados, fascinan al escritor cochabambino; los compara con el teatro shakespereano y de Calderón de la Barca; unos sueños «como fantasías lunares y babilónicas con espectaculares jardines colgantes, propios de épocas idílicas». Todas estas imágenes de la coca, visualizadas por Zabala, hoy son parte de la cultura de la coca: organiza la economía del país, es parte de la simbología del Estado plurinacional y la religiosidad oficial; pero también, en sus derivados, es una droga poderosa, que altera los sentidos.
Dos temas aparecen en la pregunta respecto a la relación de Cochabamba y la política nacional. Ubica al departamento dentro el «triángulo de Charcas», junto a Sucre y Santa Cruz, como una «provincia cultural». Raro que no incluya a La Paz como lugar donde se «difunde e irradia la cultura». Y aparece una de sus frases zabalianas: «los caminos no solo transportan bienes, sino también ideas». Las conexiones entre ciudades permiten el flujo e intercambios intelectuales, culturales. Aunque habla de una «cacería de brujas» cultural, en el período.
Respecto a la revolución del 52’, si bien reconoce las condiciones feudales de campesinos y mineros, su evaluación de Abril del 52′ es, a contracorriente de la intelligentsia dominante de la época (y actual), poco entusiasta. La nacionalización de las minas y la reforma agraria, no solo que las considera una «mistificación de un sistema liberal», sino que «hundió a los campesinos y mineros, en un estado de soledad». No solo que los dejó más pobres, sino que debilitó sus formas de cohesión e integración, los atomizó y fragmentó. Para Jorge, estaban mejor antes de la revolución, en un estado arcaico, frente al individualismo del «liberalismo científico». Y citando al ensayista, poeta y dramaturgo inglés, Joseph Adisson, de tendencia proto liberal (1672-1719), advierte que el campesino y el minero corren el riesgo de «que se vuelvan espectadores de su propipo destino». Otra feliz frase zabaliana, que, en el contexto del Estado plurinacional, la frase se ha vuelto anunciatoria: los procesos políticos y sociales de los últimos 20 años, se han realizado a nombre de estos sectores sociales, convertidos en receptores, sujetos pasivos, espectadores.
En otro momento, solicitan a Zabala que imagine Cochabamba, el año 2000. Que el estilo de escritura de Jorge Zabala, es rizomático es evidente, y acá aparece plenamente. Muchos temas a la vez, aparentemente inconexos, pasa de un tema a otro, retorna, hace quiebres temáticos, sin medida ni clemencia. Tornando su lectura en un seductor ejercicio de imaginación, sobre lo que sería entonces nuestro querido valle. Parafraseando a la Alicia de Lewis Carroll, digo, «suena interesante, aunque no entiendo»:
«En lo acelerado, la vida de las plantas es Shakespereana, dirían los poetas africanos y es claro que el porvenir ha de ser cinematográfico para los que no han tomado parte en la construcción de la gran y colosal muralla que se abre, está demás decirlo, sobre un paisaje futurista, en el que emerge un circo de emigrantes. Quien tendría que hacer el polo de desarrollo es Coca Cola, por mimetizar el nombre y la imagen bolivianas.»
Pero, reseño la parte de la respuesta de la que sí tengo una interpretación. Nuestro destino está ligado a un escenario «exótico», según el aedo Zabala, intuye que no saldremos del provincialismo, pues en el futuro imaginado se halla una «Gran Muralla quechua», donde los mensajes «no llegan a destino. Nuestro encierro intelectual, tal vez sueño de algún emperador local, uno de nuestros «errores colectivos, dignos de la astrología judicial».
Acá aparece otra misteriosa frase zabaliana: la “verdadera Cochabamba” está más allá de la literatura y más cerca de la retórica de las “tormentas y pasiones”. Nuestra historia es más conectada con la telenovela mexicana, que con las expresiones artísticas locales. Aun Juan de la Rosa tiene un sentimentalismo afín a la cochabambinidad.
Carlos Crespo Flores
Fuente: Inmediaciones
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