La revolución tecnológica está avivando un importante debate social sobre el futuro del empleo. Prevalece la preocupación de que el avance de la inteligencia artificial no deje títere con cabeza y desaparezcan buena parte de los oficios y profesiones.
Es cierto que el desarrollo de los robots es imparable –un fenómeno que se ha intensificado aún más con la covid-19– y ya conviven de forma natural entre nosotros: los transportamos en nuestros bolsillos en forma de móvil, y pueden cobrarnos la compra en el supermercado e incluso conducir por nosotros.
Pero esto no es el Apocalipsis, ni los androides van a dominar el mundo. Hemos de entender que las máquinas no han llegado para sustituirnos, sino para acompañarnos. Porque a pesar de que los procesos se sofistican y emergen increíbles chatbots que simulan emociones, el pensamiento crítico, la conciencia o la empatía son todavía imposibles de reproducir por la tecnología.
«Los prejuicios y la discriminación no tienen cabida en un mundo en el que todas las personas tienen un talento único»
Para entendernos: ¿a quién preferimos presentar una queja, a un asesor telefónico o a un robot? ¿A quién elegiríamos para atendernos, a un enfermero o a un ente automatizado? En plena transformación tecnológica son, paradójicamente, las soft skills las que marcan la diferencia. Hoy valoramos más que nunca lo humano, los valores y actitudes de las personas como garantes para establecer conexiones más íntimas y auténticas con el entorno que nos rodea.
Por eso, el futuro del empleo no se escribe únicamente con r de robot, sino con d de diversidad. Hace poco, desde la Fundación Adecco presentábamos una guía que recogía las veinte competencias que van a regir el mundo del empleo del nuevo siglo: curiosidad, creatividad, aprendizaje, adaptación, espíritu colaborativo, iniciativa, resiliencia, tolerancia al estrés, comunicación, planificación, autonomía, lealtad, perseverancia, orientación a resultados, motivación, empatía, liderazgo, humanidad, respeto a la diversidad y competencias digitales. Sin lugar a réplica, no todas estas habilidades son transferibles a un robot y, por otro lado, no existe un solo profesional que las reúna en su misma persona. Por ello necesitamos diversidad para que cada una de las skills tenga representación en los entornos de trabajo. En este contexto, los prejuicios y la discriminación por razón de sexo, edad o discapacidad no pueden sino extinguirse: no tienen cabida en un mundo en el que todas las personas tienen un talento único, cuya suma con el de otros profesionales da lugar a resultados verdaderamente innovadores y transformadores.
Hoy, la crisis de la covid-19 supone un punto de inflexión para acelerar la diversidad corporativa, eliminando sesgos inconscientes en los procesos de recruiting y desarrollando estrategias y buenas prácticas que reduzcan la desigualdad y la exclusión que hoy se acentúa con la pandemia. Con esta misión nacía el pasado año la alianza #CEOporLaDiversidad, junto a la Fundación CEOE y 61 empresas. Ha llegado el momento de posicionar, de forma definitiva, la diversidad como eje estratégico de competitividad y futuro.
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