miércoles, 31 de julio de 2019

Álex Ayala: Un periodista que no lee acabará siendo un notario de la información

Recuperamos una charla con el cronista boliviano español de 2017, en la que nos habla de su experiencia enseñando y sus reflexiones sobre el periodismo a partir de estos espacios.

Álex Ayala es uno de los invitados especiales en la Feria Internacional Del Libro de La Paz 2019. El jueves 8 de agosto presentará, junto a la editorial El Cuervo, su nuevo libro: Ser payaso es cosa sería.

Mirándolo bien, no es la enseñanza lo que lo apasiona. Porque sí, en él es posible ver esa llama que enciende las emociones y los pensamientos, la pasión. Lo que en verdad ama es contar historias. Las suyas, las que vio y escuchó, con esos detalles que solo el oficio y la obsesión te permiten ver. También las de muchos otros, que supieron narrar con pulso firme y gran belleza sus testimonios. Chéjov, Caparrós, Talese, Guerriero, y otros tantos nombres aparecen constantemente, se cuelan entre sus frases y explicaciones. Porque otra de las cosas que disfruta Ayala es escuchar, y como el mismo dice, leer es otra forma de hacerlo. Y desde esa voracidad lectora desentraña crónicas de todos los tiempos y formas, para ofrecerlas, ya desmenuzadas en su belleza y brutalidad, a sus oyentes.

Así se vive un taller con Álex Ayala, un periodista que parece haber tomado la decisión de salirse del tiempo y emprenderla por otra vía, la de un periodismo que deje de ver clics en lugar de personas, que humanice a sus lectores, como el mismo dice.

Mijail Miranda Zapata


A continuación la entrevista:

-Tu taller de crónica periodística lleva el nombre de “Un cuaderno de notas y unos buenos zapatos”. ¿Es un guiño a la vieja escuela del periodismo? ¿Una añoranza tuya?

Es un guiño a Chéjov. Con todo este rollo de las nuevas tecnologías, a veces olvidamos que hubo un mundo antes de internet. Chéjov nos dejó muchísimos consejos útiles, relacionados con la mirada y el reporteo. El decía, por ejemplo, lo siguiente: “Lo que necesitamos son datos. Hablando en general, en nuestra dilecta patria hay una grandísima pobreza de hechos y una gran riqueza de razonamientos de todo tipo”. Cuando leo esta frase me acuerdo enseguida de Facebook, una red social donde se opina mucho y se cuenta poco. Obviamente, no está mal opinar, pero cuando todo se reduce a eso, perdemos como sociedad.

-¿Cómo definirías a un “periodista viajero”? ¿Estarán en extinción?

Un periodista viajero es aquel que da voz a gente de otras culturas, de otros lugares y también alguien que reinterpreta el espacio que habitamos, que explica lo que pasa en nuestras sociedades. En un mundo donde apenas hay rincones inexplorados y casi todo está plasmado en las guías especializadas y los folletos turísticos, una buena crónica de viajes debería mostrar empatía con la gente y convertirse en una búsqueda de experiencias, en una aventura que tenga al azar como uno de sus protagonistas. Javier Reverte dice que el viaje es sobre todo sensual y sentimental. Marcel Proust afirmaba que el verdadero descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con ojos nuevos. Mark Twain recordaba que el viaje es un antídoto contra la ignorancia y nuestros prejuicios.

No creo que los viajeros seamos una especie en extinción. Cuando uno sabe cómo y dónde buscar, logra hallar algo interesante casi siempre, incluso en un entorno rutinario o anodino.

-Tus talleres basan gran parte de su desarrollo en un exquisito banco de lecturas. ¿Qué ventajas tiene un periodista lector frente al resto, si es que las tiene?

Ventajas: todas. Un periodista que no es lector seguramente acabará convirtiéndose en un notario de la información. No sabrá ver más allá de lo evidente. En mi opinión, un buen periodista no debe aportar únicamente con hechos noticiosos. Su búsqueda también debería estar relacionada con el significado de las cosas que pasan. Un amigo dice que los cronistas no somos una cámara de fotos, sino pintores que interpretamos la naturaleza. Estoy totalmente de acuerdo con eso.

-Cuando todo parece apuntar a la “híperbrevedad” y la inmediatez, lo tuyo aparenta decantarse por el largo aliento, en todos los sentidos. ¿Por qué tomas esta decisión?

Porque creo que los seres humanos todavía disfrutamos escuchando historias. Leer es otra forma de escuchar. Pero, para que nos “escuchen” bien, creo que son necesarios tanto el tiempo —cuando se investiga— como el espacio. Al menos, de vez en cuando. También es importante que el cronista sepa lo que quiere decir con su texto. Cuando la tiene clara, a veces basta con una o dos páginas. Pero hasta llegar a ese punto quizás han tenido que pasar semanas. Escribir implica reflexionar. Fracasar. Hacer pausas. Y yo disfruto mucho con esa parte menos visible de todo el proceso.

-Nuestro tiempo tiene el registro compulsivo y la simultaneidad como imperativos. ¿Qué tan importante será para el periodismo recuperar el observar y escuchar con detenimiento, a detalle?

Tenemos que recuperar humanidad. A veces, tengo la sensación de que hay periodistas que ven clics en lugar de personas, que ya no son capaces de ponerse en el lugar del otro. Entender lo que pasa a nuestro alrededor no es nada fácil. Demanda obsesión, compromiso y esfuerzo.

-En tus libro se puede ver precisamente eso, un cronista casi obsesionado por el detalle (más aún en la vida de las cosas). ¿Cómo desarrollaste esta mirada “microscópica”?

Me encanta leer en voz alta los carteles que veo en la calle. Llego a un sitio nuevo y me fijo en los objetos que hay. Soy de los que piensan que el mundo hay que entenderlo a través de las cosas pequeñas. No me muevo bien en la inmensidad. Necesito amarrarme a cosas concretas. Stendhal decía que en los detalles está la verdad. Gay Talese dice que la realidad escribe mejor que nosotros. Esa realidad suele ser una suma de elementos minúsculos, que están ahí, a la espera de que alguien se interese en ellos.

-Tus últimos libros han sido bien recibidos por la crítica y los lectores. Con estos últimos, me da la impresión, tienes un contacto particular, que no muchos autores consiguen. ¿Qué recibes de ese feedback, ese contacto directo con aquellos que te leen o planean leerte?

Yo soy un autor que en cuanto le pone el punto final a un libro comienza a odiarlo. Los lectores me vienen a buscar a los cafés donde escribo, me preguntan por mi trabajo, se interesan por un desconocido y viceversa. Es decir, se crea un vínculo. Gracias a los lectores yo he aprendido a odiar un poquito menos mis libros. Gracias a ellos, renuevo a diario mi curiosidad. Gracias a ellos sé que escribo para alguien, y eso me compromete aún más.

-¿Tienes estas mismas experiencias con la gente que toma tus talleres?

Con los talleres se va creando una comunidad de gente interesada en contar las cosas de otra manera, preocupada por entender la vida. Los talleres son un intercambio de experiencias. Un momento para pensar y pasar un buen rato. No son un espacio para sufrir. Para eso ya está la escritura.

Fuente: Muy Waso

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