lunes, 31 de agosto de 2020

El algoritmo escolar que destrozó a toda una generación de estudiantes

Cuando el Reino Unido se propuso por primera vez encontrar una alternativa a los exámenes de ingreso a la universidad, la premisa parecía perfectamente razonable. Covid-19 había descarrilado cualquier oportunidad para que los estudiantes tomaran los exámenes en persona, pero el gobierno todavía quería una forma de evaluarlos para las decisiones de admisión.

La principal de sus preocupaciones era la cuestión de la equidad. Los maestros ya habían hecho predicciones de los puntajes de los exámenes de sus estudiantes, pero estudios anteriores habían demostrado que estos podían estar sesgados en función de la edad, el género y la etnia. Después de una serie de paneles de expertos y consultas , Ofqual, la Oficina de Regulación de Calificaciones y Exámenes, recurrió a un algoritmo. A partir de ahí, las cosas salieron terriblemente mal.

Casi el 40% de los estudiantes terminaron recibiendo puntajes de exámenes rebajados de las predicciones de sus maestros, lo que amenazó con costarles sus lugares universitarios. El análisis del algoritmo también reveló que había dañado de manera desproporcionada a los estudiantes de la clase trabajadora y comunidades desfavorecidas e inflado las puntuaciones de los estudiantes de las escuelas privadas. El 16 de agosto, cientos de personas corearon " A la mierda el algoritmo " frente al edificio del Departamento de Educación del Reino Unido en Londres para protestar por los resultados. Al día siguiente, Ofqual había revocado su decisión . Los estudiantes ahora recibirán las puntuaciones previstas por su profesor o las del algoritmo, lo que sea más alto.

La debacle parece un ejemplo de libro de texto de discriminación algorítmica . Aquellos que desde entonces han analizado el algoritmo han señalado lo predecible que era que las cosas salieran mal; fue capacitado, en parte, no solo en el desempeño académico anterior de cada estudiante, sino también en el desempeño anterior en los exámenes de ingreso de la escuela del estudiante. El enfoque solo podría haber conducido al castigo de los valores atípicos sobresalientes a favor de un promedio constante.

Pero la raíz del problema es más profunda que los datos incorrectos o un diseño algorítmico deficiente. Los errores más fundamentales se cometieron incluso antes de que Ofqual decidiera seguir un algoritmo. En el fondo, el regulador perdió de vista el objetivo final: ayudar a los estudiantes a hacer la transición a la universidad durante tiempos de ansiedad. En esta situación sin precedentes, el sistema de exámenes debería haberse replanteado por completo.

“Simplemente hubo una espectacular falla de imaginación”, dice Hye Jung Han, investigadora de Human Rights Watch en los Estados Unidos, que se enfoca en los derechos de los niños y la tecnología. "Simplemente no cuestionaron la premisa misma de muchos de sus procesos, incluso cuando deberían haberlo hecho".

En un nivel básico, Ofqual enfrentó dos objetivos potenciales después de que se cancelaron los exámenes. El primero fue evitar la inflación de calificaciones y estandarizar los puntajes; el segundo fue evaluar a los estudiantes con la mayor precisión posible de una manera útil para las admisiones universitarias. Bajo una directiva del secretario de Estado, priorizó el primer objetivo. “Creo que realmente ese fue el momento en el que surgió el problema”, dice Hannah Fry, profesora principal del University College London y autora de Hello World: How to Be Human in the Age of the Machine . “Estaban optimizando para lo incorrecto. Entonces, básicamente, no importa cuál sea el algoritmo, nunca será perfecto ".

El objetivo determinó por completo la forma en que Ofqual resolvió el problema. La necesidad de estandarización anuló todo lo demás. Luego, el regulador eligió lógicamente una de las mejores herramientas de estandarización, un modelo estadístico, para predecir una distribución de los puntajes de los exámenes de ingreso para 2020 que coincidiría con la distribución de 2019.

Si Ofqual hubiera elegido el otro objetivo, las cosas hubieran sido muy diferentes. Probablemente habría desechado el algoritmo y trabajado con las universidades para cambiar la forma en que se ponderan las calificaciones de los exámenes en sus procesos de admisión. “Si solo vieran un paso más allá de su problema inmediato y vieran cuál es el propósito de las calificaciones, ir a la universidad, poder conseguir trabajo, podrían haber trabajado de manera flexible con universidades y lugares de trabajo para decir: 'Oye, esto Las calificaciones del año se verán diferentes, lo que significa que cualquier decisión importante que tradicionalmente se tomaba en base a las calificaciones también debe ser flexible y debe cambiarse ”, dice Han.

Al fijarse en la justicia percibida de una solución algorítmica, Ofqual se cegó a las evidentes desigualdades del sistema en general. “Existe una injusticia inherente al definir el problema para predecir las calificaciones de los estudiantes como si no hubiera ocurrido una pandemia”, dice Han. "En realidad, ignora lo que ya sabemos, que es que la pandemia expuso todas estas brechas digitales en la educación".

Los fracasos de Ofqual no son únicos. En un informe publicado la semana pasada por el Instituto de Internet de Oxford, los investigadores encontraron que una de las trampas más comunes en las que caen las organizaciones al implementar algoritmos es la creencia de que solucionarán problemas estructurales realmente complejos. Estos proyectos "se prestan a una especie de pensamiento mágico", dice Gina Neff, profesora asociada del instituto y coautora del informe. "De alguna manera, el algoritmo simplemente eliminará cualquier sesgo del maestro, eliminará cualquier intento de hacer trampa o engañar al sistema".

Pero la verdad es que los algoritmos no pueden reparar sistemas rotos. Heredan los defectos de los sistemas en los que están ubicados. En este caso, los estudiantes y su futuro finalmente sufrieron la peor parte del daño. “Creo que es la primera vez que una nación entera siente la injusticia de un algoritmo simultáneamente”, dice Fry.

A Fry, Neff y Han les preocupa que este no sea el final de los errores algorítmicos. A pesar de la nueva conciencia pública de los problemas, el diseño e implementación de algoritmos justos y beneficiosos es francamente muy difícil.

No obstante, instan a las organizaciones a aprovechar al máximo las lecciones aprendidas de esta experiencia. Primero, regrese al objetivo y piense críticamente si es el correcto. En segundo lugar, evalúe los problemas estructurales que deben solucionarse para lograr el objetivo. ("Cuando el gobierno canceló el examen en marzo, esa debería haber sido la señal para idear otra estrategia para permitir que una ecología mucho más amplia de tomadores de decisiones evaluaran de manera justa el desempeño de los estudiantes", dice Neff).

Por último, elija una solución que sea fácil de entender, implementar y cuestionar, especialmente en tiempos de incertidumbre. En este caso, dice Fry, eso significa renunciar al algoritmo a favor de los puntajes predichos por el maestro: "No estoy diciendo que sea perfecto", dice, "pero es al menos un sistema simple y transparente".

Fuente: MIT Technology Review

Aprobar o aprender, estrategias de evaluación para actividades no presenciales

Libro muy pertinente en tiempos de confinamiento en casa ya que muestra cómo emplear las TIC para lograr nuevos modos de comunicación con y entre los estudiantes y, sobre todo, para conseguir nuevas formas de aprendizaje; además, se centra en los procesos de evaluación por considerar que éstos estimulan y orientan los procesos de aprendizaje. Cada capítulo muestra un análisis teórico y algunos ejemplos prácticos del uso de: (1) blogs; (2) rúbricas; (3) e-portfolios; (4) Entornos de Aprendizaje Personal (PLEs); (5) trabajo colaborativo en red y (6) ciertos usos de los campus virtuales.

Estos cambios en el lenguaje no son de carácter ornamental, sino que obedecen a un modo de entender los artefactos y dispositivos tecnológicos: ya no se consideran nuevos, sino algo cotidiano y se entiende que son útiles en tanto que sirven para comunicarse y aprender como un recurso más, integrado en la vida diaria, aunque para los que no somos nativos digitales la adaptación a ellos resulte algo progresiva.

Pero, como es obvio, el uso de la tecnología per se no es necesariamente bueno si no se halla al servicio de un mayor aprendizaje y si no se continúa combinando con experiencias de educación presencial, de relación cara a cara entre iguales, de interacción con adultos, de observación y manipulación de objetos reales, etc. Por ello, la tecnología sólo nos sirve para ser más competentes si se pone al servicio de los objetivos educativos (y no si supeditamos estos a aquella).

Así pues, al referirnos a “evaluación con soporte tecnológico”, no aludiremos tan sólo al hecho de disponer de técnicas electrónicas que nos ayuden logísticamente a sistematizar las calificaciones o a facilitar la entrega y conservación de evidencias de trabajo, sino al hecho de dar un paso más y buscar cómo la tecnología puede cambiar los procesos de evaluación y, por ende, de aprendizaje, puesto que consideramos que la evaluación orienta los procesos de aprendizaje.

En este sentido, este libro pretende recoger experiencias que constituyan buenas prácticas de uso de los medios al servicio de la evaluación formativa y aborda cómo los recursos tecnológicos pueden favorecer otro modo de evaluación, especialmente ligado a los escenarios que toman sentido en las enseñanzas universitarias situadas en el Espacio Europeo de Educación Superior. Los diseños por competencias obligan a buscar fórmulas para que los estudiantes integren y apliquen saberes. Ello significa que aumenta el sentido que poseen los casos, los proyectos, las simulaciones, las prácticas, etc. y los espacios en los que los estudiantes piensen sobre las acciones que han desarrollado a modo de reflexión metacognitiva o autorreguladora. Y es en este sentido que nos preguntamos: ¿pueden las diversas herramientas tecnológicas favorecer este tipo de aprendizajes? Y, especialmente, ¿pueden ayudarnos a evaluarlas? ¿Puede la evaluación por competencias desarrollarse de modo más eficiente con la ayuda de soporte tecnológico? ¿Pueden los medios favorecer los procesos de autorregulación inherentes al desarrollo de competencias? A estas y a otras preguntas vamos a intentar dar respuesta a lo largo de estas páginas.

Los diseños por competencias

En la actualidad, los planes de estudio se diseñan desde un enfoque de aprendizaje por competencias. Esta lógica, que supera —o incorpora— los diseños por contenidos, se debe situar en un contexto de rápida creación, difusión y acceso a la información, y en un mundo globalizado. En este marco parece coherente trabajar para favorecer grandes capacidades que puedan recrearse, adaptarse y actualizarse a lo largo de la vida, más que limitarse a aprender ciertos conocimientos que pueden quedar obsoletos rápidamente. Por ello, el diseño por competencias intenta combinar el conocimiento conceptual con el aprendizaje de técnicas, destrezas y habilidades y con el planteamiento de ciertas actitudes para el desarrollo personal y profesional. Trabajar por competencias supone preguntarse la finalidad de los conocimientos que queremos que aprendan nuestros estudiantes (seleccionando los básicos). Supone también ofrecer experiencias de integración y aplicación de los conocimientos que se adquieren, para que no sólo se sepa sino que se sepa hacer y se sepa ser, para que se sepa resolver problemas, tomar decisiones y enfrentar situaciones, dándoles una respuesta eficiente.

Todo ello, que, evidentemente, ya se venía haciendo, supone enfatizarlas metodologías activas, donde hay que buscar información, seleccionar la pertinente, convertirla en conocimiento y aplicarla, con criterio, para resolver problemas. No obstante, mal entendido, este tipo de diseños podría llevarnos a un activismo “facilón”, a un conjunto de tareas puntuales, poco relevantes y significativas que no sólo no desarrollarían la competencia sino que expondrían al estudiante al peligro de no adquirir los conocimientos necesarios para seguir aprendiendo a lo largo de la vida. De ahí la importancia de la selección de competencias sustantivas y de estrategias formativas, con soporte tecnológico, que contribuyan a su desarrollo.

Los procesos de evaluación

La evaluación es un proceso de recogida y análisis de información con el fin de emitir juicios acerca de la progresión y la calidad del aprendizaje. Como proceso debe de planificarse, sistematizando las etapas o momentos en que se van a recoger las diversas evidencias y el modo en que se va a devolver la información sobre el proceso y sobre los resultados a los estudiantes.

La evaluación debe estar diseñada en relación con los objetivos o resultados de aprendizaje buscados (y estos ligados a las competencias de la titulación). Por lo tanto, no habrá estrategias evaluativas buenas ni malas —sí hay, en cambio, instrumentos rigurosos y bien elaborados o no—, sino coherentes o no con los propósitos que se persiguen.

Por otra parte, la evaluación también ha de ser coherente con la metodología. Si trabajamos por PBL, casos clínicos, problemas, etc., la evaluación debe reproducir las metodologías que se utilizan para promover el aprendizaje y no emplear arbitrariamente otros procedimientos. Del mismo modo, también debe estar vinculada al nivel de contenidos trabajado y responder a criterios relevantes y transparentes, que acerquen a los estudiantes a los objetivos fijados en la asignatura. Finalmente, es interesante diversificar los agentes que intervienen en la evaluación, de modo que los estudiantes participen y se pongan en práctica posibles estrategias de autoevaluación y de evaluación entre iguales.

Por todas las características que acabamos de atribuir a los procesos de evaluación, sin duda, contar con tecnologías flexibles, gestionadas por los estudiantes y al servicio del aprendizaje profundo será de gran ayuda.

La evaluación auténtica

Por todo lo señalado respecto a las competencias, en la formación inicial hay que trabajar para consolidar los aprendizajes básicos que van a permitir activar los saberes ahora y en el futuro y para desarrollar mecanismos de metacognición, que lleven a aprender a aprender.

En términos generales, podríamos considerar una buena práctica de evaluación aquella que es coherente con objetivos, contenidos y metodología, que es diversa (porque recoge información sobre contenidos variados y porque utiliza instrumentos diversos), que implica a diferentes agentes (incluyendo la autoevaluación y la evaluación entre iguales) y que da lugar a la autorregulación de los aprendizajes. Si nos referimos a la evaluación por competencias, debemos añadir, además, que una buena práctica será aquella que, por una parte, promueva que los estudiantes respondan a situaciones contextualizadas, resuelvan problemas, tomen decisiones, realicen proyectos reales y, por otra parte, facilite la reflexión sobre los procesos que han realizado.

Este tipo de evaluaciones se sitúan en lo que se ha denominado evaluación auténtica e indudablemente esta se halla ligada a la evaluación de competencias. Por su naturaleza, la competencia se demuestra en la práctica, al resolver de forma eficiente una situación problemática en un contexto determinado. Por ello, proporcionar oportunidades de aprendizaje que requieran integración y transferencia con simulaciones, prácticas y casos (situaciones de evaluación auténtica que reproducen la realidad laboral a la que, al finalizar sus estudios, se van a enfrentar los titulados) es ofrecer buenas experiencias de aprendizaje y de evaluación. Y estas pueden venir asociadas al uso de diversos instrumentos que adquieren un valor añadido si se realizan con soporte tecnológico.

La autorregulación

Por otra parte, se trata de tomar conciencia de los procesos seguidos para resolver cada tarea con el fin de consolidar los puntos fuertes y reorientar los procesos erróneos o incompletos, esto es, de aprender a aprender.

La autorregulación pasa por:
  • apropiarse de los objetivos de su acción;
  • estructurar tareas (anticipar y planificar operaciones);
  • apropiarse de los criterios de evaluación de la tarea;
  • aplicar informaciones, construir respuestas, etc.;
  • gestionar el propio alumno los errores;
  • y explicar el proceso realizado.
Como señalan Martín y Moreno, aprender a aprender es la capacidad para proseguir y persistir en el aprendizaje y para organizar el propio aprendizaje, lo que conlleva realizar un control eficaz del tiempo y la información, tanto individualmente como en grupo. Es decir, supone que los estudiantes se comprometan a construir su conocimiento a partir de sus aprendizajes y experiencias vitales anteriores con el fin de utilizar y aplicar el conocimiento y las habilidades en una variedad de contextos. Para ello se requieren capacidades cognitivas (manejo de habilidades básicas que permiten obtener y procesar nuevos conocimientos, como atención, selección de información, recuerdo, razonamiento); elementos afectivos (motivación, autoestima, emociones) y elementos sociales, puesto que aprender es una tarea colectiva, en interacción y comunicación, que implica interdependencia, colaboración y empatía. Todo ello se da junto con procesos de autorregulación, de reflexión o metacognición, es decir, de supervisión activa y orquestación de los procesos implicados en el aprendizaje en relación con los objetos o datos en los que se apoya: saber cómo aprendemos y cómo aprender. Entendemos la autorregulación como una estrategia prevista y planificada por el profesorado para que cada estudiante pueda adaptar las condiciones generales de una tarea a sus condiciones particulares. Por lo tanto, se debe de planificar. La mayoría de los estudiantes tienden a actuar directamente, sin planificar qué harán y cómo. Por ello, los esquemas, los mapas conceptuales, los portafolios o las e-rúbricas pueden ser buenos elementos para sistematizar los pasos de un proceso y los resultados de este. Y, además de los instrumentos que se deban emplear, el profesorado debe planificar también los momentos para la recogida de la información y para la devolución al estudiante, puesto que la retroacción (el feed-back) tiene un papel esencial en este proceso.

La retroacción

La retroacción ha de permitir que cada aprendiz conozca sus fortalezas así como sus debilidades. Como indica Escudero (2010), debe servir para: confirmar lo que se conoce y se hace bien; adaptar y ajustar bien lo conocido; diagnosticar errores y carencias; corregir creencias previas o conocimientos incorrectos; añadir información a lo conocido y reestructurar esquemas y concepciones con nueva información.

Esta devolución ha de centrarse en la tarea (no en la persona) y debe ser de calidad, es decir, deberá informar no sólo de los errores sino de los motivos de dichos errores y tendrá que aportar alternativas o vías de solución para superarlos. Además, tiene que ser ágil. Para ello, puede ser: individual, con un comentario oral o escrito individualizado; colectiva en clase; entre iguales (revisar la actividad con compañeros) o contrastar ellos mismos con las “soluciones” y elaborar un informe. Para todo ello, la tecnología nos resulta de gran utilidad porque permite que la evaluación se realice a lo largo del proceso y sea verdaderamente continua porque permite devoluciones rápidas, individuales o colectivas, especialmente en sus dimensiones retroactiva y proactiva.

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Fuente: Web del maestro

domingo, 30 de agosto de 2020

El uso de la tecnología durante el confinamiento

Aumentó un 42 por ciento en época de confinamiento, revela estudio

A unos días de la apertura escalonada de actividades no esenciales es importante detenerse para hacer un análisis de los usos de la tecnología en los diversos contextos en que vivimos la cuarentena.

Con el objetivo de entender cómo se está interactuando con la tecnología y qué tanto se han modificado los patrones de uso, la doctora Erika Villavicencio Ayub, coordinadora e investigadora de Psicología Organizacional de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM, realizó una investigación con 557 personas.

En México, los usuarios de internet superan los 89 millones, su perfil principal son jóvenes, pero va en aumento la población de 45 años en adelante, “se están involucrando más y los pone en la jugada”, explicó la especialista.

Entre los principales hallazgos de la también académica de la FP, fueron que en una situación cotidiana, pre pandemia, los momentos de mayor conexión eran después del medio de día hasta las 14 horas y de 16:00 a 19:00 horas. El 68 por ciento de los encuestados señaló que lo hace durante todo el día, “en época de confinamiento la conectividad aumentó, lo que cambia las costumbres, consecuencias y afectaciones de este uso y dependencia”.

México es uno de los países en América Latina con mayor uso de internet, los dispositivos más utilizados son las laptop y smart phones. El 99 por ciento de los entrevistados tiene servicio de internet en casa y el 73 por ciento tiene contratado un plan de datos.

La tecnología durante el confinamiento fue utilizada, en un 80 por ciento, para atender necesidades laborales y escolares. Tan solo el 61 por ciento empezó a realizar home office a partir de la cuarentena, la cual, califican como regular (44 por ciento) y buena (22 por ciento).

De acuerdo con Erika Villavicencio, siete de cada 10 personas que realizan teletrabajo se sienten cómodos trabajando con la tecnología, sin embargo, presentan un incremento en la carga de trabajo y en el horario. “Hay que eficientar el home office en cuanto a los modelos de capacitación, políticas, procedimientos para lograrlo y que esté ligada a los resultados”.

En cuanto a los aspectos negativos del uso de las tecnologías, la investigadora refirió que provocan tecno fatiga, tecno adicción o tecno dependencia y tecno fobia. Tan solo el 47 por ciento manifestó descontento si no tienen acceso a su celular o a internet, de ellos, el 64 por ciento está pendiente de si le llegó un mensaje o notificación. “Hemos llegado a una dependencia a la tecnología que gobierna nuestro ser, en la escuela, en los trabajos, en la vida personal, etc”.

En ese sentido, es real que la tecnología ha tomado un lugar preponderante en la vida de las personas, muchas de las cosas que se realizan las han migrado a los dispositivos como el uso de calculadora, la agenda, la música, traductor, calendario y muchas más.

Sin embargo, no todo es negativo, ya que el uso de la tecnología viene a ocupar un papel representativo y brinda diversas alternativas. Si no fuera por la tecnología el número de empresas afectadas, por ejemplo, hubiera sido mucho mayor. Asimismo, un 62 por ciento utilizó y utiliza más las tecnologías para estar comunicados con sus familiares, para muchos fue una novedad hacer una conferencia con varias personas, sobre todo las generaciones de adultos.

Por otro lado, en las generaciones más jóvenes sigue presente la generación muda, ya que el 57 por ciento prefieren textear que realizar alguna llamada.

Otro de los hallazgos de la investigadora y académica es que el 91 por ciento tiene acceso y consume servicios en streaming y las redes preferidas las sigue encabezando Facebook y whatsapp con el 90 por ciento.

Durante la cuarentena también se han alterado los ciclos del sueño, el 64 por ciento de los encuestados en el estudio de Villavicencio, resaltó que se pasan por mucho de su hora de dormir habitual. Sin embargo, la tecnología les ha ayudado a sobrellevar la cuarentena, han aprendido cosas, hecho ejercicio o han tomado clases de algo.

Asimismo, se encontró que las aplicaciones para pedir comida no tuvieron un boom durante la cuarentena, ya que el 62 por ciento no las utiliza y del porcentaje que sí lo hace, sólo el 30 por ciento realiza un pedido una vez por semana.

El uso de la tecnología en sí misma aumentó un 42 por ciento en época de confinamiento, lo que era antes la TV ahora es la tecnología. Lo que más se consume son: videos con 61 por ciento, juegos 60 por ciento, películas 57 por ciento, música 38 por ciento, redes sociales 26 por ciento.

En ese sentido, hay un camino muy productivo con el uso de la tecnología, es cierto que no todos tienen acceso a las tecnologías, lo que incide en las brechas económicas y sociales que aún están presentes. “Es difícil designar si ha sido más positivo o negativo, depende de las realidades, pero las actividades han seguido, los trabajos también siguieron y por esa continuidad la calificaría como positiva, pero aún hay trabajo por hacer en cuanto a las alteraciones. No es simplemente usar el equipo, sino cómo lo uso, en ese aspecto estamos en pañales”.

Fuente: Desinformemonos

sábado, 29 de agosto de 2020

El plan de Google para acabar con los títulos universitarios es una idea extraordinaria

Mi esposa y yo contratamos recientemente a un asesor financiero que nos está ayudando a trazar nuestro futuro financiero.

Parecía sorprendido de que no quisiéramos aprovechar la disposición 529 del código tributario de EE. UU., Que ayuda a los padres a ahorrar para la educación de sus hijos.

«Tienes tres hijos», dijo. “Es probable que al menos uno vaya a la universidad. Es una obviedad».

No obstante, objetamos. Me gusta reducir mi obligación tributaria tanto como cualquier otro, pero la verdad es que tanto mi esposa como yo tenemos serias dudas sobre la educación superior. Aunque ambos asistimos a la universidad, las opciones hoy parecen menos prometedoras que antes.

La universidad pudo haber sido una «obviedad» en algún momento para los padres y estudiantes que podían pagarla, pero ese ya no es el caso. El aumento de los costos, la inflación de las calificaciones, la disminución del valor de las calificaciones, la politización de los campus y una serie de otros problemas han hecho que los beneficios que alguna vez fueron claros de la universidad sean menos claros.

A pesar de todo esto, una gran parte de mí todavía quiere que mis hijos vayan a la universidad porque siento que hay muy pocas opciones disponibles. Sin embargo, eso podría estar cambiando.

El esfuerzo de Google para acabar con el diploma universitario

En julio, Kent Walker, vicepresidente sénior de asuntos globales y director jurídico de Google, anunció en Twitter que la empresa estaba ampliando sus opciones de educación.

Fue una puñalada directa a la yugular de la industria de la educación superior de Estados Unidos.

“Los títulos universitarios están fuera del alcance de muchos estadounidenses y no debería necesitar un diploma universitario para tener seguridad económica”, escribió Walker en el blog de Google. «Necesitamos soluciones de capacitación laboral nuevas y accesibles, desde programas vocacionales mejorados hasta educación en línea, para ayudar a Estados Unidos a recuperarse y reconstruirse».

Sin duda, es difícil imaginar que alguien se enfrente a la industria de la educación superior estadounidense, una industria de 600.000 millones de dólares. Sin embargo, un vistazo rápido al modelo de Google muestra por qué las universidades deberían estar preocupadas.

Google está lanzando varios cursos profesionales que ofrecen capacitación para trabajos específicos bien remunerados que tienen una gran demanda. Los graduados del programa pueden obtener un «Certificado de carrera de Google» en uno de los siguientes puestos: Gerente de proyectos ($ 93,000); Analista de datos (66.000 dólares); Diseñador de UX ($ 75,000).

Si bien Google no dijo cuánto costaría obtener un certificado, si es algo parecido al Certificado profesional de soporte de TI de Google, el costo es bastante bajo, especialmente en comparación con la universidad.

Ese programa de soporte de TI de Google cuesta a los afiliados 49 dólares al mes. Eso significa que un programa de seis meses costaría alrededor de $ 300 en lo que muchos estudiantes universitarios gastan en los libros de texto solo de un semestre, señala.

Compare ese precio con el de la universidad, donde los estudiantes pagan en promedio alrededor de $ 30,000 por año cuando se tienen en cuenta la matrícula, la vivienda, el alojamiento y la comida y otros gastos.

Sin embargo, a diferencia de la universidad, Google no solo te entregará un diploma y te despedirá. La compañía se ha comprometido a ayudar a los graduados en la búsqueda de empleo, conectándolos con empleadores como Intel, Bank of America, Hulu, Walmart y Best Buy.

Los graduados también serán elegibles para una de las cientos de oportunidades de aprendizaje que ofrece la compañía.

¿La universidad vale la pena?

En economía usamos un término simple para hablar sobre el valor de algo: valor. Sabemos que el valor es subjetivo. Pero si los consumidores compran algo libremente, sugiere que los consumidores le dan un valor a ese bien más alto que el precio.

Sin embargo, juzgar el valor de un título es complicado. No es como comprar bistec en una tienda de comestibles. La mayoría de los compradores están protegidos de los costos a corto plazo y los beneficios de la compra se extienden durante muchos años.

Sabemos que para muchos estudiantes, la universidad es una inversión maravillosa que aumenta sus ingresos, mientras que para otros resultará una mala inversión porque no se gradúan o adquieren habilidades laborales que no se traducen en mayores ganancias. (Por ejemplo: era cantinero después de recibir mi título universitario; no gané más dinero porque tenía un título).

También sabemos que los precios y el valor cambian con el tiempo. En el caso de la educación superior, los precios han aumentado considerablemente en los últimos 30 años mientras que el valor ha disminuido.

Como señaló Arthur C. Brooks en The Atlantic en julio , entre 1989 y 2016 los costos universitarios en matrícula y aranceles aumentaron en un 98 por ciento en dólares reales (ajustados a la inflación), aproximadamente 11 veces el ingreso familiar promedio.

Al mismo tiempo, existe evidencia convincente de que, si bien el precio de la universidad está aumentando considerablemente, el valor de los títulos está disminuyendo debido al excedente de diplomas universitarios.

Para padres como yo, la idea de gastar 350.000 dólares para enviar a mis tres hijos a la universidad es, para ser sincero, un poco nauseabunda. En igualdad de condiciones, no veo el valor allí. (Sin embargo, como le digo a mi esposa, esto no significa que no enviaré a mi hijo a Princeton si es admitido y si creo que la universidad es lo más adecuado para ese niño en particular). Durante los últimos años, cada vez que pensaba en el futuro de mis hijos, me ponía cada vez más nervioso.

Si no es la universidad, ¿entonces qué? ¿Por qué no hay mejores opciones? Hay una gran necesidad .

Lo hermoso de los mercados libres es que las necesidades no quedan insatisfechas por mucho tiempo. En un sistema libre, la innovación tiene una forma de llenar los vacíos para satisfacer lo que quieren los consumidores.

La expansión de Google de su sistema de acreditación ofrece dos cosas que los jóvenes (y sus padres) valoran mucho: 1) habilidades de capacitación laboral; y 2) prestigio.

No subestimes el poder de este último. De hecho, cuando miras la educación real que muchos estudiantes universitarios reciben hoy, lo que están comprando es prestigio, no educación.

El valor de los títulos podría haber estado disminuyendo durante años, pero los padres y los niños aún podían racionalizar los costos excesivos porque había una cierta cantidad de estatus y reconocimiento conferidos simplemente por estar en la universidad y luego graduarse.

Las grandes corporaciones como Google tienen más que ofrecer de lo que creen. En el mercado actual, tener Google en un currículum puede ofrecer el mismo prestigio que una universidad, y posiblemente mucho más en términos de habilidades laborales.

Una vez que las corporaciones descubran que su marca puede ofrecer los productos básicos que los consumidores desean (capacitación y validación laboral), podría alterar el modelo educativo actual. Es posible que las corporaciones también provoquen un resurgimiento del estilo de aprendizaje, una vez popular, que se remonta al Código de Hammurabi en la antigua Babilonia, hasta los programas de capacitación empresarial de la actualidad como Praxis y Google.

Como mínimo, programas como los certificados de carrera de Google ofrecerán una competencia muy necesaria para el sistema universitario y opciones adicionales para los jóvenes que buscan dar su próximo paso en el mundo.

Padres del mundo, ¡regocíjense!

Imagen: La Comadre

Fuente: Mas Libertad

viernes, 28 de agosto de 2020

Impresoras 3D podrían contribuir a construcciones más ecológicas utilizando suelo local

Científicos desarrollaron un método para construcciones con impresoras 3D que utiliza el suelo local y hace que las construcciones sean más ecológicas y, según dicen, tiene el potencial de revolucionar la industria de la construcción.

El proyecto fue desarrollado por investigadores que contaron con el apoyo del programa X-Grants de la Universidad de Texas A&M y fue presentado ante la Sociedad Estadounidense de Química (American Chemical Society), y la tecnología que plantean está diseñada para ser una alternativa sustentable al concreto.

Sarbajit Banerjee, quien es la persona a cargo de la investigación, sostuvo que la versatilidad que tienen las impresiones en tres dimensiones permite imprimir toda una fachada arquitectónica, pero el desafío es lograr que esas estructuras lleguen a cumplir las regulaciones que le corresponden a las diferentes construcciones.

“El impacto ambiental de la industria de la construcción es un tema que cada vez genera más preocupación“, sostuvo Banerjee. Además, planteó que ya hay personas que utilizan la construcción con impresoras 3D utilizando diferentes capas y eso es un avance ya que reduce los desperdicios “pero los materiales que se utilizan en el proceso necesitan ser sustentables también”.

El concreto sigue siendo la materia prima utilizada en muchas construcciones y el problema que tiene es que no puede ser reciclado y, además, requiere de mucha energía para mezclarlo y transportarlo. En cambio, el proyecto que plantea el equipo de investigación de Banerjee apunta a utilizar tierra que puede ser encontrada en cualquier jardín.

“Nuestra idea fue volver el reloj en el tiempo y encontrar una forma de adaptar los materiales que tenemos en nuestros patios como un posible reemplazo del concreto”, dijo Aayushi Bajpayee, estudiante graduada que trabaja en el laboratorio de Banerjee. La ventaja de usar suelo local es que los materiales no necesitan ser fabricados y transportados al lugar en el que se va a construir, por lo que reduce al mismo tiempo el costo y el daño ambiental.

Si bien el grupo de investigación reconoce que el concreto democratizó el acceso a las viviendas y permitió el crecimiento de ciudades, sostienen que esto se realizó a costa de un gran daño ambiental. El paradigma de construcción al que ellos apuntan es a uno que use recursos naturales. “Usar esos materiales va a abrir camino a diseños de construcciones que estén específicamente adaptadas a las necesidades de los climas locales”.

En ese sentido, sostienen que ven esto como un medio para proveer de lugares dignos a algunas de las poblaciones más necesitadas alrededor del mundo.

Actualmente el plan de reemplazar el concreto por materiales que encontramos en nuestros hogares depende de la habilidad que tengan para mejorar la capacidad de estas impresiones en 3D para sostener grandes pesos. Según Banerjee, están en camino a eso.

Fuente: Intriper

jueves, 27 de agosto de 2020

Messi superó al coronavirus en búsquedas de Google

El futbolista argentino del FC Barcelona, Lionel Messi superó en cantidad de búsquedas en Google a nivel mundial al coronavirus tras conocerse su intención de abandonar su club.

La revelación de la existencia de un burofax de Messi solicitando su salida (luego de 20 años en la institución), motivó que las búsquedas sobre el jugador se disparasen hasta el punto de desbancar al coronavirus por momentos.

En una escala de 0 a 100, métrica que usa Google Trends para medir la popularidad de las búsquedas, Messi pasó de tener un 8 a un 86 en apenas dos horas. El punto más alto se produjo en torno a las 20:00 del martes, rebasando al coronavirus por dos puntos.

Burkina Faso, Guinea, Guinea y Mali fueron los países en los que más se dispararon las consultas acerca del argentino, con cifras del 89%, 88% y 87% respectivamente.

Palabras como burofax, Bartomeu o Manchester City también crecieron exponencialmente con relación a la noticia. Además, en España las búsquedas sobre el presidente del FC Barcelona en los últimos 7 días han ascendido de un 1% a un 82% de popularidad.

El ícono mundial del fútbol y figura del centro de formación azulgrana, la ‘Pulga’ es tanto un orgullo local como un símbolo planetario. Su voluntad de abandonar el club en el que ha permanecido por 20 años sacudió al Barça y a Cataluña, tanto así que el presidente del FC Barcelona, Josep María Bartomeu, está dispuesto a dar un paso al lado si el problema para que Messi se quede es él: “Si el problema soy yo, me voy”, dijo.

La condición que pone Bartomeu es que Messi diga públicamente que el problema para que siga en el Barcelona es la continuidad del actual presidente. hasta los momentos, el futbolista no ha reculado su decisión.

Fuente: Runrun

No vimos bastantes muertos

Una de las lecciones que aprendí en los veintiún años que pasé pateando la geografía de las catástrofes, es que donde no hay foto, donde no hay imagen que mostrar, no hay reacción. Si no enseñas, no conmueves; y además, la gente cree que el drama no va con ella, o que ocurre demasiado lejos como para preocuparse, o que eludir la realidad la pone a salvo. Sobre eso y otras cosas relacionadas escribí hace tiempo una novela titulada El pintor de batallas, quizá la más personal y descarnada de cuantas he escrito en estos treinta años, pues tiene poco de ficción y mucho de realidad. Recuerdos, remordimientos y fantasmas personales.

Ocurrió muchas veces cuando era reportero: la lucha diaria, crónica a crónica, telediario a telediario, entre los que estábamos allí, donde fuera, queriendo mostrar el horror para sacudir conciencias y provocar reacciones, y la censura de ciertos jefes empeñados en que no fuésemos demasiado explícitos en lo que mostrábamos. Sangre, pero no demasiada. Muertos, pero pocos y de lejos. No hiramos sensibilidades, decían. No seamos morbosos, etcétera. No le estropeemos la negociación a Javier Solana, el pacificador de Europa, porque hoy le toca besarse en la boca con Radovan Karadžić. Y aquellas maneras de hace tres o cuatro décadas condujeron a hoy, cuando sale un presentador o presentadora de telediario con cara muy seria, dice gravemente «les advertimos de que van a ver imágenes muy duras», y acto seguido, en una información sobre el zambombazo de Beirut, te enseñan una manchita de sangre en el suelo, una señora llorando y un par de féretros a lo lejos. Los muy imbéciles.

Ha vuelto a ocurrir, y seguirá ocurriendo. Durante los meses de pandemia que llevamos en el currículum, el horror ha galopado a lo largo y ancho del mundo, España incluida, y supongo que seguirá haciéndolo durante un tiempo más –el día que me alcance a mí se darán cuenta, porque escribiré en Twitter Váyanse todos a la mierda–. Sin embargo, las imágenes cercanas de ese horror nos han sido cuidadosamente ahorradas por las autoridades encargadas de que durmamos bien por las noches, no nos angustiemos demasiado, no nos turben imágenes demasiado duras en los periódicos ni los telediarios, hasta el punto de que una fotografía de prensa que mostraba ataúdes fue muy criticada en las redes sociales, por desconsiderada y morbosa. Y eso ya no fue el gobierno, sino el público soberano. O sea, que no es sólo que el presidente Sánchez, el ministro de Sanidad y su fiable portavoz Simón nos hayan estado vendiendo por dosis una normalidad y una seguridad que no eran tales, sino que tenían mucha razón al hacerlo, pues lo que la peña deseaba oír era precisamente eso. Que todo estaba bajo control y que era cosa de cuatro días.

Todo lo demás se quedó fuera: fotos que no hemos visto de los ancianos que morían solos en residencias, dolor de familias enterrando a familiares de los que no podían despedirse, rostros enfermos y agonizantes, lágrimas de esa vecina mía que en dos semanas perdió a su marido, a sus padres y se vio ella misma con su hija en un hospital. Los cuerpos amontonados en las morgues, la desesperación, la angustia, la muerte de cerca y en directo. Los resultados de la vida, en fin, cuando la naturaleza, que no tiene sentimientos, se muestra despiadada y mortal. Todo eso nos lo han escamoteado, ocultado a petición propia; y en su lugar hemos tenido a docenas de políticos contándonos su puta vida en lugar de la verdad, empresarios perjudicados, médicos y enfermeras ensalzados como héroes pero al mismo tiempo amordazados para que no gritasen su horror y desesperación, viudas y huérfanos filmados de lejos para que las lágrimas no salpicasen la lente de la cámara ni se oyeran sus gritos de dolor o cólera.

Hemos aplicado a todo eso los filtros sociales de rigor, con el resultado de que cientos de miles de personas han creído que esto era un pequeño inconveniente que les ocurría a otros, pasajero y relativo. Hemos olvidado, sobre todo, que el ser humano es un animal tan estúpido que ni mostrándole de cerca el horror, ni restregándole la cara por la sangre, es capaz de sentirse personalmente afectado. Hasta que le toca a él, claro. Hasta que llaman a la puerta y aparece el cobrador del frac y uno pone cara de gilipollas mientras su mundo, sus seres queridos, su vida entera, se van a tomar por saco.

No nos han enseñado suficientes muertos. Por eso todos estos meses de tragedia y dolor no han servido para un carajo. Y aquí estamos. Acabando agosto puestos de coronavirus hasta las trancas. Protestando porque no nos dejan bailar en las discotecas.

Fuente: Arturo Pérez-Reverte - Zenda

miércoles, 26 de agosto de 2020

Cepal propone canasta de tecnologías digitales para América Latina

Los países latinoamericanos deben adoptar una cesta de tecnologías de la información y las comunicaciones para universalizar que su población contrarreste los impactos provocados por la pandemia covid-19, propuso este miércoles 26 la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

La canasta aseguraría a las familias de la región un computador portátil, un teléfono inteligente, una tableta y un plan de conexión a internet para los hogares que no estén conectados, con un costo anual inferior a uno por ciento del producto interno bruto para la mayoría de los países.

Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal, dijo al presentar el informe especial sobre el tema que “los países de América Latina y el Caribe han adoptado medidas para impulsar el uso de las soluciones tecnológicas y cautelar la continuidad de los servicios de telecomunicaciones. Sin embargo, el alcance de esas acciones es limitado por las brechas en el acceso y uso de esas tecnologías, y las velocidades de conexión”.

El informe “Universalizar el acceso a las tecnologías digitales para enfrentar los efectos del covid-19” propone cinco líneas de acción: construir una sociedad digital inclusiva, impulsar la transformación productiva, promover la confianza y la seguridad digital, fortalecer la cooperación digital regional.

La quinta línea comprende “avanzar hacia un nuevo modelo de gobernanza para asegurar un Estado de bienestar digital que promueva la igualdad, proteja los derechos económicos, sociales y laborales de la población, garantice el uso seguro de datos y genere cambio estructural progresivo”.

El documento recoge que las tecnologías digitales han sido esenciales para que funcionen la economía y la sociedad durante la pandemia, y que avances que se pensó que demorarían años se han resuelto en cuestión de meses, aunque un resultado puede ser que se ahonde la brecha de la desigualdad.

En 2019, en la región 66,7 por ciento de los habitantes tenían conexión a internet, y el tercio restante acceso limitado o no accedían a tecnologías digitales debido a su condición económica y social, en particular a su edad y localización.

En 12 países de la región, 81 por ciento de hogares del quintil de ingresos más alto tiene conexión a internet, versus 38 por ciento los del quintil más bajo.

Si la mitad o más de los hogares del quintil más pobre tienen acceso a internet en países como Brasil, Chile, Costa Rica y Uruguay, esa cifra es menor a 10 por ciento en Bolivia, El Salvador, Perú o República Dominicana.

Dos tercios de los hogares urbanos están conectados a internet, pero solo 23 por ciento de los rurales, y entre grupos etarios, los jóvenes y adultos mayores son los que tienen mayor conectividad, pero de ella carecen 54 por ciento de las personas mayores de 66 años.

El costo del servicio de banda ancha móvil y fija para la población más pobre está entre 12 y 14 por ciento de su ingreso, seis veces el umbral de referencia de dos por ciento recomendado por la Comisión de Banda Ancha de Naciones Unidas.

En Europa y Estados Unidos casi 40 por ciento de quienes laboran puede trabajar desde su hogar, mientras que en América Latina la Cepal estima que alrededor de 21,3 por ciento de los ocupados podría teletrabajar.

Internet mitiga el impacto de la crisis en las empresas: entre marzo y abril de 2020 el número de páginas web empresariales aumentó 800 por ciento en Colombia y México, y 360 por ciento en Brasil y Chile. En junio de 2020, la presencia en línea de empresas de comercio minorista aumentó 431 por ciento respecto a junio de 2019.

El informe señala que la postpandemia estará caracterizada por una nueva demanda basada en canales en línea, que implicarán esfuerzos por entregar un mejor servicio. De manera que la nueva oferta estará basada en la flexibilidad, la cercanía local y la capacidad de reacción.

“La productividad y el cambio estructural seguirán siendo factores ineludibles para el desarrollo. La región debe avanzar hacia sistemas productivos más diversificados, homogéneos e integrados para aumentar la productividad y la inclusión productiva, lo que se traduciría en mayores niveles de empleo y salarios”, concluyó Bárcena.

Fuente: IPS

martes, 25 de agosto de 2020

Una digitalización irreversible

La crisis sanitaria actual ha puesto sobre la mesa la necesidad de desarrollar más los servicios médicos a distancia porque, para evitar el contagio, ha sido imprescindible limitar la movilidad de los pacientes. La covid-19 nos ha digitalizado irreversiblemente en todos los órdenes y la medicina no es una excepción. En lugar de consultas en persona, la telemedicina conecta a través de videoconferencias, consultas electrónicas y comunicaciones virtuales a pacientes con quienes dispensan atención médica.

Para extender esta práctica es necesario insistir sobre problemas conocidos, como la mejora en la alfabetización digital de poblaciones desfavorecidas por edad o económicamente. También sería deseable vencer la resistencia al cambio en algunos médicos y pacientes. A la vez, resulta imprescindible tener más medios, como conexión wifi en los centros de atención primaria y hospitales o teléfonos móviles para el trabajo de los profesionales. También sería necesario relajar algunas disposiciones, cuando tanto médicos como enfermos se acrediten de forma segura. El crecimiento explosivo de plataformas de interacción social como Zoom se podrá ver mañana en la telemedicina.

Los defensores de la telemedicina inciden en que adoptarla de forma mayoritaria en la sanidad pública aliviaría la presión sobre el sistema, reduciendo las listas de espera. Ahora habrá pacientes que querrán seguir recibiendo atención en línea, y la telemedicina tiene el potencial de mejorar la calidad de vida de muchos pacientes crónicos.

Quizá sea el momento de que legisladores y políticos planteen la integración de la telemedicina y el paso de un sistema sanitario analógico a uno más digital.

Imagen: Alerta Bolivia

Fuente: El Pais

lunes, 24 de agosto de 2020

Antiguas recetas mexicanas son recuperadas en una colección digital gratuita por la Universidad de Texas en San Antonio

Excelente noticia para los foodies y/o amantes de la gastronomía regional: ahora cualquier usuario podrá acceder de manera gratuita a información y recetas mexicanas de hace casi unos 200 años.

¿Cómo? A partir de libros de cocina digitalizados que han sido elaborados que han sido recopilados y analizados por los archiveros de las Colecciones Especiales de Bibliotecas de UTSA, la Universidad de Texas en San Antonio. De esta manera, los investigadores han tomado una colección digitalizada de unos 2.000 libros de cocina mexicanos, compilando recetas en una serie de tres libros de cocina a los que han bautizado como “Recetas: Cooking in the Time of Coronavirus“.

La Universidad de Texas en San Antonio es una universidad pública de investigación que, como su nombre lo indica, está situada en San Antonio, Texas. Se trata de la universidad más grande de San Antonio, con capacidad para unos 30.000 estudiantes matriculados en programas de pregrado y postgrado.

En esta ocasión, el trabajo realizado comprende una serie de contenidos gastronómicos que reconoce que las recetas mexicanas se encuentran investidas de un significado cultural y familiar. En efecto, los libros de cocina podrían convertirse en escenarios de impugnación de construcciones culturales y nacionales.

Así, las Colecciones Especiales de Bibliotecas de UTSA presentan una selección de recetas de la Colección de Libros de Cocina Mexicanos, la más grande del país. En ella, los usuarios podrán descubrir desde sopas y guisos hasta preparación de salsas y dulces, platos que seguramente inspirarán y motivarán a la exploración culinaria entre quienes se quedan en casa.

Hasta el momento, la serie incluye tres volúmenes, de los cuales solo el primero está disponible para descargar desde el sitio web. Este primer volumen contempla recetas alusivas a “Postres: Guardando Lo Mejor Para el Principio” (Desserts: Saving the Best for First), comenzando con los postres clásicos mexicanos.

Cada receta de la colección digitalizada se extrae de la Colección de libros raros, y el libro de cocina más antiguo se remonta a 1789. Elegido y transcrito por los bibliotecarios y archiveros de UTSA, algunas de las recetas carecen de características familiares para los chefs modernos, como listas de ingredientes o mediciones.

Es importante destacar que los bibliotecarios y archiveros de UTSA transcribieron recetas tal como aparecían originalmente en libros de cocina manuscritos que ocasionalmente usan ortografías no estándar y variantes en español. El uso común de instrucciones abreviadas junto con la dificultad de leer la escritura a mano y las lágrimas o el texto tachado añaden un nivel adicional de dificultad al desafío de transcribir e interpretar recetas históricas

En cuanto a los otros dos libros de cocina que se esperan en esta serie figuran actualmente como Próximamente: el segundo módulo estará dirigido a las recetas de platos principales, y el tercer volumen de la colección será de aperitivos y bebidas.

Fuente: Intriper

sábado, 22 de agosto de 2020

Estas son las habilidades que se necesitan en un mundo impredecible (y no son tecnológicas)

"La principal lección (de la pandemia de covid-19) es que nos recuerda que la vida es incierta y que si esperamos a la certidumbre siempre llegaremos demasiado tarde", reflexiona Margaret Heffernan.

La incertidumbre y nuestra actitud hacia ella es precisamente uno de los temas que la investigadora estadounidense ha estudiado en los últimos años.

Heffernan, quien ha sido CEO de cinco compañías, es profesora de Práctica en la escuela de Gestión de la Universidad de Bath en Inglaterra y es autora de seis libros.

El más reciente: Uncharted: How to map the future ("Inexplorado: Cómo trazar el mapa del futuro") fue publicado a inicios del año.

En febrero, el diario británico Financial Times lo incluyó en los libros del mes: "Uncharted se opone a nuestra obsesión con la 'ciencia' de la predicción".

Y es que aunque es muy tentador que un experto prediga lo que pasará en el futuro, Heffernan insiste en que hay que "abrazar" y aceptar la incertidumbre para desarrollar resiliencia.

"No podemos esperar al plan perfecto", le dice a BBC Mundo.


La ceguera voluntaria

Heffernan también es autora de Willful Blindness: Why We Ignore the Obvious at our Peril ("Ceguera deliberada: por qué ignoramos lo obvio a nuestro riesgo"), uno de los finalistas del Financial Times Best Business Book Award 2011 y uno de los libros de negocios más importantes de la década, según ese periódico.

En esa obra la autora plantea que las amenazas más grandes que enfrentamos son las que no vemos, pero no porque estén escondidas o sean invisibles.

"Puedes ver ceguera voluntaria en los bancos, cuando miles de personas vendieron hipotecas a personas que no podían pagarlas. Se pudo ver en los bancos cuando se manipularon las tasas de interés y todo el mundo sabía lo que estaba pasando, pero todos cautelosamente lo ignoraron", señaló en 2013 en la charla TedTalk The dangers of willful blindness.

"Pueden ver la ceguera voluntaria en la Iglesia católica, que ignoró décadas de abuso infantil. Pueden ver la ceguera voluntaria en el período previo a la guerra de Irak", prosiguió.

"La ceguera voluntaria existe en escalas épicas como estas y también existe en escalas muy pequeñas, en las familias, en las casas y comunidades de la gente, y particularmente en las organizaciones e instituciones", indicó.

La periodista, con años de experiencia en la producción de programas de la BBC, ha dictado cuatro charlas TedTalk, organización que destaca su capacidad para explorar "los patrones de pensamiento demasiado humanos que llevan a las organizaciones y a los gerentes por mal camino".

Estas son sus respuestas a las preguntas de BBC Mundo:

—Hace un año, usted ofreció una charla Ted sobre las habilidades humanas que necesitamos en un mundo impredecible. No muchas personas pudieron haber predicho lo que está ocurriendo en el mundo con la pandemia de covid-19. En este contexto tan particular ¿qué habilidades necesitamos?

—Las habilidades tienen que ver con la imaginación, con la capacidad de pensar en diferentes posibles resultados de la pandemia.

También necesitamos adaptarnos. Muchas personas cuyos trabajos quizás están desapareciendo deben pensar en qué otras cosas pueden y les gustaría hacer: ¿cómo adapto mis destrezas a este nuevo mundo?

Y precisamos muchas habilidades para colaborar: ¿cómo puedo trabajar con otras personas para ayudarlas y ayudarme?

Uno de los aspectos cruciales en momentos como los que vivimos es que la gente pueda apreciar que, aunque obviamente hay empleos y compañías que son más seguros que otros, este es un momento en el que realmente nos tenemos que ayudar entre nosotros.

Las personas que perdieron sus trabajos o están por perderlos necesitan ayuda y nosotros necesitamos ayudarlos, si podemos, porque a la larga todo el país, todo el mundo, sólo mejorará en la medida en que todos mejoremos.

Este no es el momento para ser egoístas ni egocéntricos, sino para pensar en que si todos estamos siendo afectados por la pandemia: ¿cómo nos podemos ayudar para enfrentarla?

—Habla de imaginar, adaptarse y colaborar. Pero ¿de qué manera esas habilidades se ven afectadas en una época de autoaislamiento, distanciamiento social, confinamientos y mascarillas?

—La paradoja es que entre más distantes estamos entre nosotros, más nos necesitamos.

Nos necesitamos para no perder la esperanza, para darnos inspiración e ideas y para mantenernos motivados.

Cuando observo a mis hijos que son veinteañeros, me parece muy interesante ver cuánto tiempo invierten contactando a su amigos y colegas.

Quieren estar conectados para, por ejemplo, ayudarse en la búsqueda de empleo, para compartir información.

Al principio de la pandemia, una de las cosas que hice fue escribir una lista de las personas que quería asegurarme que llamaría cada una o dos semanas.

Personas que quizás viven solas, gente a la cual me siento muy cercana o que posiblemente necesitaban apoyo.

Inicialmente pensé que lo haría para ayudarlos a ellos pero la verdad es que cada vez que los llamo, cuando me cuentan que han hecho, eso también me ayuda y eso me hace sentir que no he perdido a mis amigos, a mis colegas.

He estado apoyando y sirviendo de mentora de un grupo de líderes del NHS (Servicio Nacional de Salud de Reino Unido).

Son personas que están muy ocupadas y que, por la forma en que están trabajando ahora, no necesariamente ven a sus colegas regularmente.

Una de ellas, por ejemplo, compartía la oficina con otra persona de un área diferente, pero ya no se ven porque están trabajando desde casa y me dijo: 'No la veo desde hace tres meses y era una persona con la que pasaba todo el día. Como no hacemos el mismo trabajo y no la veo, me di cuenta de que perdí mi conexión con ella'.

Después de nuestra conversación, la llamó y, posteriormente, me contó lo bien que se sintió porque fueron capaces de reconectarse por un deseo humano, para no sentirse aisladas, y no por algo laboral que tenían que hacer.

Creo que una de las dificultades de las personas que trabajan desde casa es que estarán conectadas con las personas que precisan por razones laborales pero con frecuencia se olvidarán de mantener la conexión con la que gente que necesitan, les gusta o que les importa.

Las relaciones laborales son muy motivadoras y les dan al trabajo mucha relevancia. Pero también creo que sacar tiempo para hacer lo innecesario se ha vuelto más importante que nunca.

—Usted ha dicho que necesitamos menos habilidades tecnológicas y más "habilidades humanas desordenadas". ¿Cree que hemos sobrestimado la tecnología para resolver los problemas?

—Sí y mucho porque pienso que se nos ha dicho que esperemos que la respuesta a todo está en la tecnología y considero que lo que estamos aprendiendo ahora mismo es que no es así.

La tecnología no predijo esta pandemia y no puede, porque las pandemias son intrínsecamente impredecibles.

La tecnología realmente no puede ayudarte con tus sentimientos, sólo acercándote a otros seres humanos te ayudará.

Nos puede ayudar a buscar trabajo pero no nos va a dar el optimismo y la energía que necesitamos (para perseguirlo y conseguirlo).

Cuanto más dependemos de ella para saber todo y conocer todo, menos creativos y habilidosos nos volvemos.

También creo que mucha tecnología que nos organiza nos dice qué hacer, cuándo, cuánto tiempo nos llevará. Todo eso nos ha hecho menos imaginativos, menos creativos.

Depender de la tecnología para hacer muchas cosas nos puede ayudar logísticamente pero realmente no alimenta nuestras almas, nuestra creatividad, no le da sentido a las cosas que hacemos, sólo nos da información.

—Y también, para algunos personas, da una sensación de seguridad.

—Sí y es que nos hemos vuelto muy adictos a la certeza. Nos gusta pensar que sabemos todo lo que pasará y entre más nos acostumbramos a eso, considero que nos volvemos menos flexibles y menos adaptables cuando aparece lo inesperado.

Cuando lo inesperado llega no sabemos cómo manejarnos porque desde hace mucho tiempo que no hemos tenido que lidiar con algo así.

Me impresionan mucho las diferentes compañías con las que trabajo porque algunas de ellas están funcionando exactamente de la misma manera.

Con excepción de unas modificaciones, el plan de negocios es el mismo, la jerarquía es la misma, la estrategia es la misma. Tienen un sentimiento triste hacia ellas mismas. Hay una inmensa sensación de perdida por retrasarse en su plan: 'no podemos hacer lo que creíamos que haríamos'.

Otras, un segundo grupo de compañías, que cuando la pandemia golpeó dijeron: 'Ok, todo es diferente ahora. Vamos a empezar otra vez, vamos a comenzar desde un punto fresco: 'con todo lo que tenemos y sabemos, qué es lo mejor y lo más importante que nuestra compañía debería hacer ahora mismo'.

Estas compañías que son mucho más valientes e imaginativas tienen mucha energía porque están pensando en alcanzar un nuevo futuro y no tratando de quedarse en el pasado.

Y es que puede haber una respuesta positiva a la incertidumbre: 'ok, vamos a hacer algo nuevo'.

Se necesita más imaginación y creatividad para que la gente sienta más energía y solidaridad.

—Usted ha dicho que los ejecutivos de Silicon Valley no sólo están amenazando nuestra diversidad económica y cultural sino que nos están llevando a tener una definición de vida limitada y empobrecida. ¿A qué se refiere? ¿Tiene alguna relación con lo que plantea sobre nuestro afán por la certidumbre?

—Creo que con apps, dispositivos y software, Silicon Valley nos ha estado enseñando (por ejemplo): no salgas sin un mapa, no hagas nada que no puedas predecir, podemos anticipar cuánto tardarás desde el punto A al punto B.

Nos hemos vuelto muy dependientes de esta predictibilidad, como si nos asustara intentar hacer las cosas.

También nos hemos acostumbrado a saber todo antes de llevar a cabo una actividad. Es como un temor a hacer algo si no podemos ver la garantía de que habrá un resultado.

Pero ahora mismo, con la pandemia, la economía y el clima, estamos en un punto en el que no tenemos más tiempo para procurar pensar en cuál es 'el resultado perfecto predecible'.

Necesitamos usar nuestra imaginación para ver qué es lo mejor, intentarlo y aprender; intentarlo otra vez y aprender más y hacer eso a medida que avanzamos y no esperar hasta tener todo esquematizado en la teoría antes de tener la energía y el coraje para hacer cualquier cosa en la práctica.

—¿Cómo podemos recuperar la fe en nuestras habilidades humanas cuando los dispositivos tecnológicos se han vuelto, en cierta forma, fundamentales en muchas de nuestras sociedades?

—Considero que en nuestras vidas personales y laborales hay algo que es muy importante: hacer experimentos.

Es decir, en vez de esperar por el 'resultado perfecto predecible', intenta hacer las cosas y aprende de ese proceso y vuélvelo a hacer: intenta y aprende.

Hacer experimentos, tanto en el ámbito privado como en el trabajo, le da a la gente esperanza. Las personas sienten que están aprendiendo cosas, que son capaces de contribuir y eso cambia la forma cómo perciben su propio potencial y coraje.

Cuando empiezas a experimentar y a cambiar las cosas, redescubres que eres capaz de hacer cosas maravillosas y de causar un impacto real en tu comunidad, en tu ciudad o en tu país.

Pero si solo te sientas, piensas sobre eso y te quedas esperando, desarrollas lo que creo es una impotencia aprendida, en la que pierdes la capacidad de pensar y actuar por ti mismo.

Y si llegamos a ese punto, realmente estamos en problemas.

—Tomando en cuenta el planteamiento de uno de sus libros ¿usted cree que estábamos "intencionalmente ciegos" y no vimos que una pandemia como esta podría pasar en cualquier momento?

—Sí. Creo que es importante decir que es imposible predecir las epidemias en sí mismas porque cada una es diferente.

Sabes que habrán epidemias, siempre ocurren, pero no puedes predecir qué enfermedad emergerá, ni cuándo, ni dónde.

Pero en lo que definitivamente estábamos intencionalmente ciegos es frente al conocimiento de que una pandemia podía pasar aquí, en Europa, a nosotros, y en Estados Unidos.

Por ejemplo, sabemos que el gobierno de (Barack) Obama tenía un plan muy detallado de cómo responder a una pandemia, el cual desechó el gobierno de (Donald) Trump.

Se conoce que en Reino Unido se dejaron de comprar productos como equipos de protección individual (para trabajadores de la salud), respiradores, entre otros equipamientos, que sabíamos que no necesitaríamos si una epidemia de coronavirus se desataba.

Sabíamos que estas cosas eran generalmente ciertas, pero pensamos que si iba a ocurrir (una epidemia) seríamos capaces de verla venir y de prepararnos y eso fue totalmente equivocado porque, de hecho, para cuando te das cuenta, ya es muy tarde.

Considero que tuvimos demasiada fe en nuestra habilidad para predecir; en nuestra eficiencia: 'si necesitamos ese equipamiento lo podremos conseguir rápido', y en nuestra habilidad para planear.

Y también creo que imaginamos, dadas las experiencias con SARS y MERS, que (un brote) se podía contener en Asia.

Creo que todo eso fue ceguera voluntaria y me parece muy interesante ver que países como Corea del Sur y Singapur, que tenían experiencia con SARS y MERS, estaban mejor preparados.

Ellos no tenían fe en que podían predecir (una epidemia), sabían que era algo incierto y que era mejor estar muy preparados que ser supereficientes.

—Debido a esta crisis, desgraciadamente miles de personas en América Latina y en el mundo han muerto, otras están muy enfermas, otras han perdido sus empleos. ¿Qué manera de pensar nos puede ayudar en medio de esto?

—Es una situación muy difícil porque estamos en medio de una crisis: la pandemia; en medio de una segunda crisis: la económica y en medio de una tercera, la climática.

Creo que lo que tenemos que hacer es pensar apuntando hacia el futuro y reflexionar: qué tipo de economía requiere el futuro y claramente será una economía verde.

Después de este shock no podemos pretender por más tiempo que la crisis climática no existe y no podemos seguir pensando que seguiremos construyendo la economía con los combustibles fósiles y con el tipo de consumo de recursos naturales que se ha dado en los últimos cien años.

Es absolutamente perturbador saber que desde 1990 básicamente todo el exceso de emisiones de CO2 a la atmósfera ha sido generado en esos 30 años.

Nosotros, mi generación, nuestra generación, creamos esta crisis y somos la generación que la tenemos que arreglar.

Y la única manera que la podemos solucionar es reconocer que está aquí, hoy, y que necesitamos cambiar cada parte de nuestra economía para que sea verde.

En las nuevas tecnologías e industrias que surjan vamos a encontrar crecimiento económico, pero va a ser uno muy diferente y no podrá ser en torno a combustibles fósiles y a la explotación de recursos naturales no renovables.

—¿Cuál ha sido, para usted, la principal lección que esta terrible pandemia está dejando?

—La principal lección es que nos recuerda que la vida es incierta y que si esperamos por la certidumbre siempre llegaremos demasiado tarde.

Lo que tenemos que hacer es usar nuestras mejores capacidades al pensar, aprender e imaginar y actuar de antemano a la certeza.

Porque lo que pasa con el futuro es que es algo que nos pasa o que nosotros hacemos. Y creo que tenemos las habilidades intelectuales, sociales e imaginativas que necesitamos para hacer el futuro que queremos.

Fuente: BBC

Derechos Digitales: El Fondo de Respuesta Rápida sigue abierto y esperando sus propuestas

El Fondo de Respuesta Rápida para la protección de los derechos digitales en América Latina (FRR) es una iniciativa apoyada por la Fundación Ford y gestionada por Derechos Digitales, que tiene como objetivo aportar pequeños montos de dinero a organizaciones y activistas de la sociedad civil enfrentadas a urgencias a las que necesitan responder de forma ágil. Desde 2019, ya son trece los proyectos que el FRR ha apoyado en la región.

En 2020 el Fondo sigue abierto de manera permanente a nuevas postulaciones (puedes encontrar más información aquí). Sin embargo, ante la rápida expansión del COVID-19, recomendamos a los y las postulantes considerar en sus aplicaciones las medidas tendientes a ralentizar la propagación del virus, como la limitación de la circulación y las interacciones sociales, particularmente si sus proyectos involucran actividades presenciales. Nosotros seguiremos revisando y respondiendo ágilmente sus postulaciones, entendiendo que se trata de un momento en el que pueden surgir nuevos tipos de urgencias.

Desde Derechos Digitales entendemos las características extraordinarias y excepcionales de las circunstancias en las que nos encontramos y que eso puede impactar los proyectos actualmente en curso. Somos empáticas frente a la situación — que también nos impacta directamente — y queremos enfatizar que nos mantendremos abiertos y flexibles en caso de que sea necesario revisar plazos y compromisos relacionados a los proyectos actualmente en ejecución. Para ello es fundamental que las actuales beneficiarias se comuniquen con nosotros de manera transparente y nos mantengan actualizados de cualquier inconveniente o cambio de planes. Ante cualquier duda o dificultad, pedimos que comuníquense con nosotros lo antes posible.

Es fundamental que en este momento nos cuidemos y que cuidemos nuestro entorno, y para ello no debemos ponernos bajo riesgos innecesarios. Cuídense y no dejen de comunicarse por cualquier cuestión a frr@derechosdigitales.org.

Fuente: Derechos Digitales

viernes, 21 de agosto de 2020

La tentación de Newton ante las manifestaciones de la conspiración

Existe una historia sobre Isaac Newton que siempre ha llamado mi atención. Muy probablemente será apócrifa, pero ilustra perfectamente cómo se veía a los científicos en el siglo XVIII. En su casa, el científico fue abordado por una señora que había perdido su bolso. El bolso contenía objetos importantes y la mujer le pidió angustiada que le dijese dónde estaba. Evidentemente, Newton se negó, no podía ayudarla. Tras catorce insistentes visitas, el científico se puso una túnica, marcó un círculo con tiza a su alrededor y dijo: Abracadabra. Ve a la fachada del Hospital Greenwich. Allí veo a un duende agachado con tu bolso. No puedo por menos que sonreír imaginando al científico perplejo ante la incomprensión de algunos de sus vecinos sobre el funcionamiento y alcance de su trabajo. Pero también me pregunto cómo continuaría la historia al saberse estos ridiculizados por el maestro ante sus demandas imposibles.

En estas semanas corren ríos de tinta sobre algunas manifestaciones que contradicen el consenso científico. Antes que nada, recomendaría consultar el trabajo que desde finales de los años 1980 realiza el Comité de Investigación de Sociología del Conocimiento, de la Ciencia y la Tecnología de la Federación Española de Sociología (la sociedad científica que agrupa a la sociología española), así como desde la psicología social y la opinión pública, para comprender las dinámicas de la confianza social en la ciencia y las instituciones científicas. ¿Qué nos dice la evidencia sobre los movimientos contra el consenso científico?

El error de meterlo todo en el mismo saco

Primera evidencia: que no son homogéneos. Lejos de eso, entre la población existe un amplio espectro de confianza hacia el consenso tecnocientífico y, además, con diferentes puntos de tensión. Es decir, algunas personas desconfían profundamente de la capacidad de controlar la energía nuclear, mientras que confían en las vacunas infantiles recomendadas por las instituciones sanitarias.

En el caso de la confianza a las recomendaciones sanitarias contra el coronavirus, primera sugerencia: tener en cuenta este continuo de actitudes (positivas, ambivalentes y negativas). Dicho de otra manera: no tratar las actitudes críticas como si fueran un bloque. No lo son; se trata de una amalgama de personas, algunas con posiciones infranqueables, otras con planteamientos más ambiguos, con una gran diversidad de inquietudes.

Como dice Dan Kahan en su interesante artículo en Science, tratarlos de manera uniforme puede tener efectos contraproducentes. También en España, diversos estudios muestran cómo la mayor parte de la ciudadanía expresa actitudes ambivalentes hacia la ciencia y la tecnología, alejadas de la antigua dicotomía «todo es beneficioso», «nada lo es».

La responsabilidad de los referentes en los que confiamos

Segunda evidencia: cuando analizamos realidades con aspectos científicos complejos (como un nuevo coronavirus que irrumpe de repente en nuestras vidas) la gran mayoría de las personas no puede dedicar el tiempo y la energía necesaria a comprender por ellas mismas todas las cuestiones en juego. No podemos estudiar microbiología, epidemiología, neumología, virología durante meses para poder llegar a tener una opinión sobre lo que sucede.

¿Cómo hacemos? Usamos atajos, normalmente mediados por la confianza que nos proporcionan algunas instituciones o personas. Por ello es tan importante cuidar la confianza cuando abordamos la comunicación de una crisis sanitaria como la que vivimos. Volveré sobre esto. Así, las declaraciones de referentes sociales y políticos tienen mucha importancia. Un experimento de mi colega Matthew Hornsey muestra cómo los votantes republicanos son más propensos a rechazar la vacunación si llegan a leer tuits antivacunas de Donald Trump (en el que tienen una confianza política).

¿Hizo el presidente Trump ese curso de microbiología que no pudimos hacer? No. Pero su posicionamiento sobre temas complejos y controvertidos funciona de atajo para cientos de miles de personas. Por ello es tan importante la responsabilidad de los referentes políticos, sociales y culturales a la hora de pronunciarse sobre este tipo de cuestiones complejas. Si no pueden hacer ese curso de microbiología, deberían dirigir sus opiniones hacia las personas expertas. Pero también existen incentivos para que algunos agentes sociales no actúen de manera responsable. Esta capacidad de ser atajos para cuestiones complejas y controvertidas está siendo utilizada por algunas agrupaciones políticas extremas en diversos países para canalizar la desconfianza y las inquietudes sobre la evolución de la pandemia. Estos incentivos deberían ser compensados por costes legales específicamente definidos para reducir este uso irresponsable de la influencia política hacia cuestiones de sanidad pública.

El razonamiento motivado

Una tercera evidencia que me parece muy pertinente para entender las manifestaciones recientes contra el uso de la mascarilla o las futuras vacunas es la que muestra mecanismos de razonamiento motivado o cognición protectora de la identidad.

A menudo, las personas operamos más como abogados cognitivos que como científicos cognitivos: en lugar de sopesar la información de una manera abierta, atendemos, criticamos y recordamos información de manera selectiva, de un modo que refuerza nuestras conclusiones previas. Grupos más afectados por las medidas contra el coronavirus, que ven peligrar en mayor medida su forma de vida o valores, tenderán a activar en mayor medida mecanismos de razonamiento motivado.

Vista de los asistentes a la manifestación que se celebró el 16 de agosto en la Plaza de Colón de Madrid convocada en redes sociales en contra del uso de las mascarillas a todas horas y en los espacios públicos. © EFE/Fernando Alvarado

Y, todavía más interesante. Una investigación pendiente de publicación que hemos realizado en 2019 en España (con Celia Díaz y Matthew Hornsey) muestra que las personas con estudios superiores serían más proclives a activar este tipo de mecanismos en su reticencia a la vacunación, ya que disponen de más recursos para proteger cognitivamente su visión del mundo. Esto ayudaría a explicar la mayor presencia (con respecto al total de la población) de personas con niveles avanzados de estudios o con profesiones más expuestas por las medidas contra el coronavirus (autónomos, sector cultural, etc.).

Este mecanismo de razonamiento motivado también ayudaría a explicar por qué algunas personas reticentes con las vacunas pasan una cantidad de tiempo considerable buscando información en internet sobre las vacunas y, aun así, llegan a conclusiones alejadas del consenso científico. Y también por qué algunas campañas de vacunación que se han basado en presentar información científica o refutar mitos sobre las vacunas han logrado un éxito moderado e incluso algunas campañas particulares han llegado a tener efectos negativos (efecto boomerang).

El miedo y la necesidad de comprender

Por último, el miedo. La situación que hemos vivido estos últimos meses no tiene precedentes en nuestro tiempo de vida. Imagínese que, en esta circunstancia excepcional, siente que no puede confiar en los líderes políticos. Siente desconfianza hasta el punto que cree que no buscan proteger su salud. También desconfía de las farmacéuticas. Y de los médicos, porque cree que están al servicio de estas. No puede salir a la calle sin ‘saber’ lo que está pasando. Necesita una explicación coherente con su forma de ver el mundo.

Aquí entran en juego diversas teorías de la conspiración en torno al origen y la naturaleza del coronavirus. Para algunas personas, estas teorías cubren una necesidad urgente en un momento en que su vida está dando un vuelco: comprender. Porque si comprendo (o creo comprender) tengo la sensación de tener un mayor control sobre la situación.

El periodismo científico vive un momento crucial en todo el mundo, ya que puede influir de manera significativa en cómo evoluciona ese rango amplio de actitudes ambivalentes hacia la ciencia y la tecnología en este contexto de crisis sanitaria. Y sabemos que estas actitudes influirán en los comportamientos futuros.

Muchas personas quieren saber dónde está la solución y la quieren ya. Además, desconfían ante el hecho de que la ciencia no sea monolítica, que no todos los científicos den la misma contestación, que haya médicos que den explicaciones discordantes con el consenso mayoritario de la ciencia. También desconfían de que, en contextos de incertidumbre, haya medidas que posteriormente se corrijan o que puedan resultar contradictorias con otras. A pesar de que algunos ciudadanos insistan catorce veces, como a Newton, creo que la comunicación de la ciencia debe ser fiel a sus límites, evitando darles lo que reclaman: respuestas para todo, monolíticas, infalibles.

Redes sociales que polarizan mensajes

En las redes sociales veo cómo crece el ruido, la simplificación, la polarización social. El conflicto no necesariamente es negativo. Sin embargo, enfrentarnos contra quienes desconfían del consenso científico llevará a la polarización. Y en esta crisis, la polarización social promete pocos beneficios y, en cambio, mucho que perder.

Algunas reacciones duras contra las manifestaciones recientes me preocupan, aunque pueda entender las emociones que las motivan. Primero, porque numerosos estudios muestran que ridiculizar a estas personas es contraproducente. Sugiero revisar las recomendaciones de UNESCO (basadas en evidencia científica) sobre cómo comunicarse con personas que creen firmemente en teorías de la conspiración. Segundo, porque el endurecimiento de las posiciones puede provocar enfrentamientos (no solo verbales) entre grupos de personas que ven al otro como el enemigo. Me sorprendió recientemente un tuit de un diputado, señalando a los manifestantes como «enemigos del pueblo». Si empezamos a vernos como enemigos difícilmente podremos colaborar en un reto en el que nos necesitamos mutuamente.

La tentación de ridiculizar a quien no confía en el consenso científico puede llevarnos a una disminución de la confianza social. Sin confianza, no hay colaboración. Sin colaboración, no podemos parar la pandemia. En esta situación, creo que Newton respiraría por decimoquinta vez y, sin caer en la ridiculización, trataría de entender la desesperación de su vecina. Porque la necesita.

Fuente: Ethic

jueves, 20 de agosto de 2020

Derecho a la desconexión

A raíz de la reciente aprobación de la polémica ley de teletrabajo en el Congreso [Argentina] muchas dudas surgen de cara al futuro. Las críticas argumentan que las empresas, sobre todo las pymes, no podrán cumplir con la ley, algunos sindicatos festejan, los trabajadores esperan ansiosos se empiece a aplicar y se les resuelvan deudas pendientes en temas tan básicos como tener una computadora donde trabajar. Lo cierto es que se dijo en algunos editoriales que la ley atrasa. Nada más alejado de la realidad de una ley que es vanguardia en la región e incorpora temas sumamente novedosos que están presentes en otros países del mundo y que acá eran una deuda pendiente con la sociedad.

Para empezar la ley es un claro incentivo a la modernización de los espacios de trabajo. Debido al principio de reversibilidad, se oyeron quejas respecto a mantener una infraestructura edilicia por si los teletrabajadores que luego del aislamiento social preventivo y obligatorio decidan adoptar la modalidad, años más tarde, deseen volver a la modalidad presencial. Lo cierto es que en las empresas más modernas se imponen cada vez más espacios de trabajo dinámicos o de co-working, con grandes superficies físicas compartidas y alternativas, a la vez que un stock de notebooks que no son propias de cada trabajador, sino que cualquiera puede utilizarlas. Esta seria una solución posible al problema que impone el principio de reversibilidad.

La perspectiva de género de la ley resulta en un elemento fundamental y novedoso no solo a nivel regional, sino y sobre todo a nivel nacional. Es la primera vez que se reconocen las tareas de cuidados, buscando compatibilizar la vida personal y laboral de cientos de miles de trabajadores y trabajadoras en todo el país. Es un logro para las familias en general, y para las mujeres en particular: establece la posibilidad de fijar horarios acordes a la doble jornada de trabajo.

Esta ley es un salto a la modernidad. Motiva nuevas dinámicas de trabajo acorde a las tendencias más modernas del mercado y protege a las trabajadoras y los trabajadores, como así también a sus familias.

El último punto resistido es el derecho a la desconexión: nos pone en la selecta lista de países que ya lo han consagrado a nivel mundial.

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Si algo quedó en evidencia en esta cuarentena es la infinita catarata de conectividad en la que estamos inmersos. Mails a cualquier hora, mensajes que no cesan, llamadas en momentos inoportunos y una interminable lista de videollamadas donde nos vemos obligados a acomodarnos para no se vea el lío puertas adentro.

En los hogares la mayoría de las trabajadoras y trabajadores utilizan sus dispositivos personales para trabajar. Este problema instaló la cultura de la hiperconectividad y fusionó la vida familiar con la laboral. Hoy es muy difícil que el teléfono esté apagado fuera del horario de trabajo. “Te vi conectado/a y te escribí”, “me olvide de avisarte que…”, “revisa esto por favor para mañana…” son frases habituales de empleadores que descuidan las situaciones particulares de quienes están online resolviendo asuntos personales.

El derecho a desconexión era una deuda pendiente mucho antes del experimento masivo de trabajo desde casa que estamos viviendo por la pandemia. Suena atractivo, pero poco se sabe de él. En lo concreto es el derecho del oficinista que salió hace media hora del trabajo y lo llaman para recordarle que mañana viene un cliente; es el derecho del trabajador de la construcción, que lo mensajean para preguntarle dónde dejó algún elemento de trabajo; es el derecho del empleado de comercio al que llaman para modificar su horario de manera imprevista. Es un derecho de todos y cada uno de los trabajadores, teletrabajen o no.

Entonces, ¿qué es el derecho a la desconexión digital?

El derecho a desconectarse no implica sólo apagar mi teléfono o computadora, algo casi imposible porque, como dijimos, la mayoría usamos dispositivos personales para trabajar a distancia. Ni se resume en el derecho a “clavarle el visto al jefe”, cosa que ya podemos hacer si tenemos las agallas o la posibilidad. Implica también, y principalmente, el derecho a no recibir cualquier forma de comunicación entre el ámbito de trabajo y el trabajador o trabajadora: un mail, una notificación automática, un mensaje instantáneo por temas laborales tanto de la jefa o jefe, supervisores, compañeros/as o clientes fuera de la tiempo laboral o durante los periodos de descanso, vacaciones o licencias. Es, en definitiva, contar con tiempo libre de calidad.

Aunque se lo suele vincular con la jornada de ocho horas, en verdad está íntimamente relacionado con un tema de salud laboral. La hiperconectividad y los avances de las tecnologías de la información y la comunicación generaron una sobrecarga psicológica en los trabajadores y las trabajadoras: la conexión constante trae fuertes riesgos psicosociales asociados como ansiedad, depresión y agotamiento. En mayo de 2019 la Organización Mundial de la Salud reconoció el Síndrome del Burnout (o síndrome de agotamiento) por primera vez en su Clasificación Estadística Internacional de enfermedades y problemas relacionados a la salud, y varias encuestas nacionales de salud en diversos países indican que el síndrome de agotamiento está en aumento en todo el mundo. Lo interesante de la clasificación de la OMS es que determinó al síndrome de agotamiento como un fenómeno pura y exclusivamente ocupacional y no como una condición médica general. ¿Qué expone esto? El grado de responsabilidad que tenemos como sociedades en torno a las nocivas prácticas en el uso de las telecomunicaciones en los ámbitos de trabajo.

Entendemos el derecho a desconexión como un cambio de actitud social respecto a la hiperconectividad. Y a la hiperconectividad como el resultado de una práctica social consistente en enviar mensajes sin tener en cuenta el momento y lugar en donde se encuentra el receptor o receptora. El derecho a desconexión apunta directamente a tratar de generar una conducta social más razonable y respetuosa de la utilización de las tecnologías de la comunicación que lleve a aliviar el stress de la hiperconectividad y prevenga que el síndrome del agotamiento se instale de manera crónica en nuestras sociedades.

Este derecho no solo está relacionado con la salud mental. Es también un derecho por la igualdad de género. En los últimos años, responder mensajes fuera del horario de trabajo se convirtió en una “habilidad laboral” y empezó a interpretarse como un modo de compromiso con el lugar de trabajo:es tener la camiseta puesta. Lo cierto es que las mujeres en promedio tenemos menos oportunidades de responder a esos mensajes. Al ser las principales actoras de la economía del cuidado, es más difícil que tengamos esa “habilidad” adicional, y esto se puede interpretar como una falta de compromiso y por ende, perjudicar en la carrera profesional. Pero si nadie recibe mensajes fuera de hora se igualan las condiciones para todos, los que tienen responsabilidades familiares o de otra índole, como voluntariados o militancia política, por mencionar algunos.

Establecer las razones por las que uno puede ser contactado también puede evitar mensajes por motivos irrelevantes y también contribuir a la igualdad de género. Frases como “haceme acordar que…”, “agendá la reunión para…”, “recordá que mañana…”, son moneda corriente en los teléfonos de cientos de miles de mujeres a nivel global. Parece ser que el patriarcado nos ha asignado la nueva tarea de ser la agenda del mundo. Entender que estos recordatorios se pueden canalizar a través de medios electrónicos automáticos y no depositar en la mente de las mujeres esa responsabilidad “de acordarse” es un paso más para aliviar la sobrecarga mental. También el derecho a la desconexión puede operar en el sentido inverso: un hombre que no es interrumpido mientras está con su familia es más propenso a participar en las tareas del hogar. Si existe presión por contestar mensajes se interpone una excusa real para abandonar las responsabilidades domésticas y de cuidados. Si recuperamos la soberanía sobre nuestro tiempo libre contribuiremos a que las familias puedan organizar mejor la división de tareas en el hogar.

A todo esto apunta el derecho a la desconexión digital: a propiciar un cambio cultural en el que enviar mensajes fuera de horario sea visto como una falta de respeto al otro, una intromisión en su privacidad y no como una actitud a premiar.

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El primer antecedente del derecho a desconexión surgió en Francia en 2016. Allí se presentó una ley que introdujo el derecho como un tema obligatorio en la negociación colectiva entre sindicatos y empresas. La ley se basó en una sentencia del Tribunal Supremo de Francia de 2001 que establecía que “el empleado no está obligado a aceptar trabajar en casa ni a llevar consigo sus expedientes ni sus herramientas de trabajo”, y en una decisión de 2004 del mismo tribunal en la que dejaba en claro que no se puede recriminar a un empleado o empleada por no estar localizable fuera del horario de trabajo.

Otros países se fueron sumando a la iniciativa. Italia introdujo el derecho en una ley de “trabajo Inteligente” de 2017. En ella se identifica “los tiempos de descanso del trabajador, así como las medidas técnicas y organizativas necesarias para garantizar la desconexión del trabajador del equipo de trabajo tecnológico”. Más tarde, Bélgica, Canadá, Filipinas, India, España, Canadá, EEUU y Portugal exploraron la introducción del derecho a la desconexión a nivel nacional o estatal.

El caso de Alemania es distinto: optó por un enfoque no jurídico de la temática y decidió fomentar las deliberaciones en torno al derecho a desconexión en los ámbitos de las negociaciones colectivas por empresa. Compañías como Volkswagen, Daimler y Siemens ya tienen acuerdos que garantizan el derecho a desconexión.

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Que va a interferir en el funcionamiento de las empresas, que es falta de compañerismo, que así no se puede funcionar con eficiencia. Cuando se habla de este derecho se suelen hacer los peores vaticinios. Lo cierto es que una correcta implementación tiene como objetivo ordenar las comunicaciones y no impedirlas. Previo a la llegada de los teléfonos celulares, las comunicaciones en los ámbitos de trabajo tenían otro ordenamiento. Y si bien no podemos pretender seguir comunicándonos como lo hacíamos hace dos o tres décadas, sí podemos abandonar prácticas nocivas e implementar otras más sanas y tecnológicas. Porque la tecnología puede ser nuestra mejor aliada a la hora de ayudarnos a ordenar la comunicación y combatir la hiperconectividad. Recordatorios automáticos, herramientas para programar mails o elementos de la economía del comportamiento tan simples como un cartel rojo que advierta que se está enviando un mensaje fuera de horario son opciones para aliviar la situación.

El diálogo social es un elemento clave en este proceso. Ningún cambio en el protocolo comunicacional de una organización se puede realizar de manera eficaz si no se negocia entre las partes. Esta negociación debe contemplar que probablemente los primeros acuerdos sean pequeños pasos, cambios casi imperceptibles, pero a medida que se pase el tiempo podremos avanzar hacia un acuerdo más profundo. En este sentido, es necesario un comité de monitoreo y evaluación que capacite a instituciones y sindicatos respecto a qué negociar y cómo emprender este cambio.

Organizar las comunicaciones en los lugares de trabajo y poner límites a los contactos fuera de horario puede beneficiar a los trabajadores y trabajadoras en términos de soberanía sobre su propia vida y su tiempo libre. Pero debemos estar atentos: no se trata de establecer una jornada de trabajo. Va mucho más allá. Es entender que no implementarlo nos afecta la salud, estemos en la escala de responsabilidad que estemos y en el lugar de trabajo que tengamos. El derecho a desconexión implica una apuesta a largo plazo para construir sociedades más sanas y justas, darle más oportunidades a las mujeres y a todo aquel que con esfuerzo se hace cargo de la economía del cuidado en su plano intrafamiliar, respetar los tiempos libres a fin de contribuir y favorecer el reparto equitativo de tareas en el hogar.

Sólo entendiendo esto podemos hacerlo realidad.

El diálogo social es el camino. La salud y la igualdad, la respuesta.

Fuente: Anfibia