viernes, 30 de abril de 2021

Alcohólicos continuaron sesiones en cuarentena usando WhatsApp


Los Alcohólicos Anónimos (AA) de Cochabamba continuaron su lucha contra su adicción en cuarentena a través de WhatsApp.

Antes del brote de coronavirus, las personas que tenían problemas con la bebida encontraban ayuda en un ambiente contiguo a una parroquia ubicada en la 25 de Mayo, entre Heroínas y Bolívar, Inti Raymi, una célula de Alcohólicos Anónimos de Cochabamba. Acudían tres veces a la semana.

Pero, tuvieron que reinventarse en cuarentena, a través de WhatsApp. “Mandábamos audios sobre nuestros testimonios”, en algunos casos también hacían videollamadas para “hablar del tema abiertamente”, intentando emular las sesiones presenciales.

Si bien ese procedimiento no era el mejor, los miembros reconocieron que “de alguna manera nos ayudó bastante para los que estamos firmes en esto”.

Retomaron

Hace al menos cinco meses retomaron las sesiones presenciales. Se reúnen, en promedio, de 10 a 12 personas, manteniendo las medidas de bioseguridad.

Tras la cuarentena, la cifra de asistentes a Inti Raymi no varió. En contraposición, en el mundo, el encierro al que condujo el coronavirus elevó esta adicción.

Un estudio de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) muestra una “alta prevalencia de consumo excesivo episódico de alcohol durante la pandemia, lo cual se considera como riesgo de salud en relación con la COVID-19”.

Esta situación fue identificada en países de América Latina y El Caribe.

En criterio del Coordinador del grupo Inti Raymi de Alcohólicos Anónimos de Cochabamba, quizá mucha gente no busca ayuda porque en “Bolivia cuesta mucho decir que uno tiene un problema con el alcohol, porque el alcohol es normal”.

Entre los miembros que actualmente asisten a Inti Raymi hay mujeres. Además, hay jóvenes desde los 18 años y adultos mayores que son llevados por sus hijos.

Información

Los interesados en acudir a Alcohólicos Anónimos pueden hacerlo dos veces a la semana. Las sesiones son de 19:00 a 21:00 horas.

El grupo está abierto a todo aquel que quiera dejar de beber. Hay gente que va acompañado de algún familiar.

Imagen: Cadena Ser

Fuente: Opinion

miércoles, 28 de abril de 2021

El apagón de GeoBolivia, otro retroceso del gobierno en datos abiertos


Todes tenemos un amigue enciclopedia. Alguien que nos arroja el dato preciso en el momento adecuado. Son amigues imprescindibles. Para miles de estudiantes, investigadorxs y otrxs curiosxs (como nosotras), la plataforma GeoBolivia era ESE AMIGUE.

GeoBolivia está desaparecida desde el 11 de marzo. No tenemos ninguna noticia sobre qué le sucedió ni sabemos si algún día volverá. Lo que sí es seguro, es que su desaparición es una gran pérdida para el país.

Pero vamos por partes.

¿Qué era GeoBolivia? Una plataforma de datos abiertos a la que cualquiera de nosotres podía acceder para revisar información con base geográfica sobre Bolivia.

Disponible desde 2012, GeoBolivia reunía unas 2,500 capas de información geográfica que podían ser usadas por quien las necesite.

En GeoBolivia podías encontrar referencias sobre el número de centros de salud en todo el país, mapas de áreas protegidas, infraestructura de datos espaciales para Defensa Civil (en caso de desastres naturales) o georreferencias sobre la cobertura de internet.

Geo Bolivia también conectaba la información producida por 12 entidades públicas (gracias al esfuerzo conjunto de más de 100 entidades públicas, universidades y cooperación internacional). De alguna forma, ofrecía transparencia en el manejo y funcionamiento de recursos estatales.

¿Recuerdas el seguimiento que le hicimos a la evolución epidemiológica de la COVID-19 durante 2020? Muchos de los mapas que viste ahí (y en otras coberturas) fueron posibles gracias a los datos abiertos de GeoBolivia.

Obvio, no somos las únicas que aprovecharon esta base de datos para generar más conocimiento e información de calidad.

Este portal, según informó la Fundación Internet Bolivia, era visitado por unas tres mil personas cada semana. GeoBolivia era un oasis de datos abiertos e información (que nos pertenece a todes) en medio de un desierto de opacidad gubernamental.

Hoy mismo se cumplen dos semanas desde su desaparición.

¿Los culpables? Lxs mismxs que no brindan respuestas sobre la caída del sitio y de quienes dependía su funcionamiento: la Vicepresidencia del Estado Plurinacional.

Muchas organizaciones (como Internet Bolivia, CEJIS y CEDIB), investigadorxs, periodistas, activistas y estudiantes reclaman respuestas desde hace varios días. Pero aún no obtienen respuestas.

Esta desaparición debería preocuparnos a todes y reclama nuestra atención.

No solo se pierde información valiosa para el país, sus investigaciones y su desarrollo. También se vulneran derechos constitucionales y acuerdos internacionales de acceso ciudadano a la información.

Como muestra, hace solo tres días entró en vigencia el Acuerdo de Escazú, un documento regional firmado por Bolivia, mediante el que 24 países firmantes se comprometen, entre otras cosas, a garantizar el acceso a información ambiental de “manera sistemática, proactiva, oportuna, regular, accesible y comprensible”.

Antes de pasar a las recomendaciones, queremos compartir las palabras de una seguidora a la que queremos mucho, la activista por el software libre Noemí Ticona:

“Nos tuvieron acostumbrados a que la información que generan (las instituciones) es de ellos. Pero esos datos se generan con fondos públicos y son de todos”.

Imagen: Pinterest

Fuente: Muy Waso

martes, 27 de abril de 2021

Las contradicciones de vivir en un mundo con demasiada información


Una noche de finales de junio de 2018 caminaba por la Avenida Corrientes hacia la Plaza de Mayo, en el corazón de la ciudad de Buenos Aires. La investigación para este libro había terminado medio año antes y yo estaba inmerso en el análisis de datos. Tenía muchas ideas dando vueltas y la intuición de que podrían conectarse, pero aún no había encontrado el tema para unirlas. Pasé por la oficina de mi difunto padre, y poco después por el Centro Cultural Ricardo Rojas, donde tres décadas antes había tomado un apasionante curso sobre la obra de Jorge Luis Borges con el escritor y académico Ricardo Piglia, que cambió para siempre mi visión de cómo leer. En medio de este territorio familiar, vi una situación tristemente común con un giro novedoso. Me llamó la atención y, posteriormente, me llevó al tema que hizo que el argumento de este libro se unificara.

Había dos jóvenes viviendo en la calle. Estaban sentados uno al lado del otro en un par de sillas gastadas, mirando hacia la acera, con algunas pertenencias ubicadas entre sus espaldas y la fachada de un edificio. Tenían una gran caja de cartón al revés frente a ellos, como una mesa improvisada para cenar, y estaban rodeados de cajas de cartón más pequeñas apiladas, demarcando débilmente su espacio semi privado en la acera. Estaban comiendo de un recipiente de plástico, con una lata de Coca Cola a un lado. Sus ojos estaban fijos en una pantalla de la que emanaba una luz tenue dentro de un entorno bastante oscuro. La pantalla en cuestión era la de un teléfono inteligente. Era una versión empobrecida y del siglo XXI de la imagen icónica del siglo XX de una familia cenando frente al televisor. En una situación de extrema escasez material, estas dos personas estaban conectadas con la abundancia de información.

Con esta postal porteña, que bien podría ser de cualquier otra metrópolis latinoamericana, comienza mi libro Abundance: On the Experience of Living in a World of Information Plenty (Abundancia: Sobre la Experiencia de Vivir en un Mundo Pleno de Información), de reciente publicación en inglés por Oxford University Press. Basado en el análisis de material original de entrevistas y encuestas sobre consumo de medios y tecnología realizadas en Argentina, el libro indaga acerca de las interpretaciones, emociones y prácticas de lidiar con la abundancia de información en la vida cotidiana.

El proceso de escritura, que empezó poco después de aquella caminata por la Avenida Corrientes en 2018 y concluyó en noviembre de 2020, estuvo marcado por dos desafíos.

El primero fue historizar el presente para poder encontrar la esencia de lo nuevo. El nuestro no es el único período histórico en el cual ha habido un salto cualitativo en la cantidad de información disponible. Ni tampoco es el único en el que esta transformación ha sido asociada con consecuencias negativas para la sociedad.

Hace más de dos milenios, Séneca sostenía que “la abundancia de libros es una distracción”. Estos temores se multiplicaron luego de la invención de la imprenta a punto tal que un pensador clave del Renacimiento como Erasmo se mostraba preocupado porque el gran incremento de libros inundaría a la sociedad con textos “tontos, ignorantes, malignos, difamatorios… impíos y subversivos”. Un siglo después, Leibniz advertía acerca de “la horrible masa de libros que sigue creciendo… Porque al final el desorden se volverá casi insuperable”.

Estas advertencias y preocupaciones encuentran eco en el discurso distópico actual que vincula el masivo incremento de la información (en este caso en formato digital en lugar de impreso) con problemas sociales como las noticias falsas, la desinformación y la manipulación algorítmica. Sin embargo, la investigación histórica ha demostrado que en distintos períodos las sociedades han abordado la abundancia informativa desarrollando innovaciones que terminaron siendo altamente beneficiosas para el público.

En la raíz de los discursos distópicos del pasado y el presente se encuentra un desequilibrio de poder en el acceso y la producción de la información. Y allí reside también la novedad del presente. La imprenta expandió el acceso a la cantidad de textos y al público lector, pero la producción y distribución de libros quedó en manos de una elite relativamente pequeña.

Las tecnologías digitales amplían exponencialmente las posibilidades de quienes tienen la capacidad de producir y distribuir información y no solo de quienes tienen acceso a la misma. Y esto desestabiliza el equilibrio de poder preexistente, lo cual se evidencia, por ejemplo, en la potencia y el alcance de movimientos sociales como #NiUnaMenos y #BlackLivesMatter. Parte de su éxito se encuentra en haber sabido utilizar las tecnologías digitales para organizarse y comunicar reclamos que el Estado y los medios de comunicación han ignorado históricamente.

Es en reconocimiento a este potencial emancipatorio de las respuestas sociales frente a la abundancia de información que el libro tiene un tono cautelosamente optimista, que contrasta con el tono sombrío y apocalíptico que predomina en productos culturales de éxito masivo como el documental The Social Dilemma.

El segundo desafío que atravesó la escritura del libro fue tratar de recuperar la sensación de asombro y curiosidad frente a una realidad que hoy damos por sentado pero que hace tan solo unas décadas hubiera resultado un escenario de ciencia ficción.

Mi infancia y adolescencia transcurrieron en la Buenos Aires de los años sesenta a ochenta. Recuerdo la emoción familiar cuando nos instalaron una línea telefónica luego de una larga espera. También me acuerdo de ver los partidos del Mundial de 1978 en un televisor de blanco y negro, y la desazón de cuando no había ninguna película que me interesara en los cines porque las pocas que pasaban en los cuatro canales de televisión de aire que podíamos ver eran muy viejas. Y ni qué hablar de las partidas en los torneos de ajedrez por correspondencia. Duraban un promedio de dos años… y esto, con suerte, porque muchas veces las postales que usábamos para comunicar cada jugada al adversario perdían antes en el laberinto insondable que era el correo.

Como tantas otras personas, hoy mi teléfono inteligente me acompaña a todos lados. A través de este pequeño dispositivo hablo con colegas y amigos mientras paseo a mi perro, miro una de las miles de películas disponibles en plataformas de streaming incluyendo los estrenos en las salas de cine esa semana, y juego partidas de ajedrez rápido para pasar el tiempo cuando viajo en transporte público mediante una app que me conecta en cuestión de segundos con rivales en los cinco continentes. Mi vida cotidiana en la actualidad hubiera sido un escenario improbable incluso en las historias de ciencia ficción que circulaban durante mi infancia.

¿Cómo transmitir a través de la escritura esta sensación de asombro que se desvanece rápidamente cuando lo nuevo se transforma en parte las condiciones esperables y las rutinas de la vida cotidiana? ¿Cómo hacer para seguir siendo curiosos frente aquellos recursos y prácticas tecnológicas que usamos y llevamos a cabo casi sin pensar, como si siempre hubieran estado presente en nuestras vidas?

Un día, mientras intentaba infructuosamente empezar a escribir el libro releí La Soledad de América Latina, el discurso con el que Gabriel García Márquez aceptó el Premio Nobel de Literatura en 1982. En este discurso Gabo explica que el realismo mágico ha surgido como una crónica literaria de la vida en nuestro continente:

Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Inspirado por este discurso, decidí centrar la escritura del libro en recuperar a través de la crónica de la vida cotidiana de las personas entrevistadas la dimensión mágica de una realidad que apenas una generación atrás nos hubiera resultado impensable.

Asombrarnos frente a la magia de cómo vivimos la abundancia de información que caracteriza la sociedad contemporánea nos permite poner distancia frente a la misma y analizar las oportunidades y desafíos que nos presenta. Seguir siendo curiosos nos empodera y nos convoca a hacernos cargo de nuestro destino de manera colectiva y en menor soledad, alejados de los discursos apocalípticos plagados de respuestas demasiado fáciles y de dudosa eficacia para la complejidad de los problemas actuales.

Fuente: Infobae

lunes, 26 de abril de 2021

‘Covidiota’, la palabra que la RAE incorporó a su diccionario


Cuando COVID-19 se convirtió en una pandemia mundial a principios del 2020, la gente se apresuró a mantenerse al día. De repente, los artículos para el hogar, como el desinfectante de manos y el papel higiénico, se convirtieron en productos de moda y había un nuevo idioma que aprender. Términos como “covidiota” surgieron de la nada.

Si bien la palabra covidiota está bastante extendida en estos días, en serio, búscala en Twitter, es comprensible que se haya perdido la definición entre tratar de no contraer el coronavirus y aprender a vivir en una versión de la realidad socialmente distanciada y con máscaras. Esto es lo que significa ser un covidiota, además de lo que impulsa a las personas a convertirse en uno.

¿Qué es un covidiota, exactamente?

El Diccionario Macmillian define “covidiot” como “un término insultante para alguien que ignora los consejos de salud sobre COVID-19”. Urban Dictionary adopta un enfoque bastante similar, definiendo “covidiota” como “alguien que ignora las advertencias sobre la salud o la seguridad públicas. Una persona que atesora bienes negándolos a sus vecinos “.

Básicamente, un covidiota no se toma en serio el COVID-19 y los riesgos del virus, a pesar de lo que digan los funcionarios gubernamentales y la comunidad sanitaria mundial. Al mismo tiempo, también pueden tener un comportamiento egoísta que no busca el bien común cuando se trata de frenar y detener la propagación del coronavirus.

Según la RAE “covidiota” es un “calco estructural del inglés covidiot, voz atestiguada en esta lengua desde 2020 en la prensa, y consignada ya en el Oxford Advanced Learner’s Dictionary (2020); y esta, a su vez, de covid e idiot”.

¿Quién califica como covidiota?

El término se usa mucho últimamente, pero se sabe que los covidiotas hacen cosas como actuar como si nada hubiera cambiado, decir que COVID-19 es un engaño o exagerado, se cabrean cuando se les pide que usen una máscara o se refieren a COVID-19 como “solo una gripe”. Un covidiota también podría declarar que es su derecho constitucional ignorar las pautas de distanciamiento social y las regulaciones locales, comprar todos los papeles higiénicos, huevos, toallitas desinfectantes y desinfectante para manos a la vista, y organizar o ir a fiestas donde las personas no se distancien socialmente o sigan otras pautas de prevención de COVID-19.

¿Conoces un Covidiot?

Está bien, pero ¿por qué las personas adoptan estos comportamientos de riesgo en este momento?
Los expertos dicen que es algo desconcertante. “COVID-19 es una enfermedad muy contagiosa y peligrosa que la gente debe tomar en serio”, dice a Health Richard Watkins, médico de enfermedades infecciosas en Akron, Ohio, y profesor de medicina interna en la Universidad Médica del Noreste de Ohio. Aún así, estas razones podrían ayudar a explicar por qué una persona actuaría como un covidiota.

Están en negación. Algunas personas simplemente no comprenden la importancia de la situación, dice el psicólogo John Mayer, PhD, de New Hampshire, autor de Family Fit: Find Your Balance in Life. “Ellos niegan que el virus exista o que sea tan malo como lo proyectan los medios”, dice. “Esta negación también se convierte en una falsa bravuconería: ‘No lo entenderé'”.

No están midiendo las posibles consecuencias de sus acciones. Los covidiotas tienden a pensar que son inmunes al virus o que no se enfermarán gravemente, dice a Health Timothy Murphy, MD, decano asociado senior de investigación clínica y traslacional de la Facultad de Medicina y Ciencias Biomédicas Jacobs de la Universidad de Buffalo. Si bien pueden terminar bien, eso no significa que las personas con las que interactúan también lo harán. “Pueden infectarse, transmitir el virus y contagiar a alguien que se enfermará y morirá”, dice. “En muchos sentidos, es una responsabilidad social que las personas se comprometan a reducir la transmisión del virus”.

Creen que se están rebelando. “Un cierto segmento de la población sólo quiere ser inconformista y rebelarse contra las normas sociales”, dice el Dr. Watkins. “Esto ha sido visto como aceptable en el pasado, pero no lo es ahora durante una pandemia mortal”.

Están ansiosos. “Cuando aumenta la incertidumbre y la ansiedad, la gente tiende a participar en situaciones más extremas”, le dice a Health Petros Levounis, MD, presidente del departamento de psiquiatría de la Escuela de Medicina de Rutgers New Jersey y jefe de servicio en el Hospital Universitario. “Algunas personas están extremadamente atentas, mientras que otras dicen: ‘Ya nadie sabe nada y no voy a usar una máscara”.

Son impulsivos. Esto es especialmente probable después de meses de vivir bajo restricciones locales. “Ha hecho que algunas personas sean más impulsivas, y hay ciertas cosas sobre la impulsividad que son malas en este momento, como organizar una fiesta con 100 personas”, dice el Dr. Levounis.

Creen que se trata de política. La seguridad pública en torno a COVID-19 se ha convertido en una cuestión política para ciertas personas. “Otro segmento ve el distanciamiento social y el uso de máscaras como una especie de problema político, como el aborto o el control de armas”, dice el Dr. Watkins. “No lo es. No hay dos lados, como anti-COVID-19 o pro-COVID-19 “.

Son egoístas. “Hemos creado una gran población de personas que están más preocupadas por sus propios intereses y sus propias gratificaciones que por el bien de la sociedad en general”, dice Mayer.

Nuevas palabras que nacieron en pandemia y fueron aceptadas por la RAE
  • Coronaboda: “en la acepción ‘boda celebrada durante la pandemia del coronavirus'”. Apareció “en una noticia de finales de febrero de 2020 en La Vanguardia (Barcelona).
  • Coronacionalismo: “Entrecruzamiento de coronavirus y nacionalismo”. Surgió en un artículo de J. Sampedro en el Diario El País, de Madrid.
  • Coronacompra: “Compra realizada durante la pandemia del coronavirus, generalmente con sobreprecio”.
  • Covidiano: “Persona que sigue las normas sanitarias dictadas a causa de la covid y que no cuestiona la existencia de la enfermedad”.
  • Covidcidio: “Exterminio de multitud de personas causado por la pandemia de la covid”. Apareció en Mëxico.
  • Covidianidad: “Vida diaria adaptada a las normas y protocolos derivados a la pandemia de la covid.”
  • Covidengue: “Coexistencia de la covid y del dengue en una misma persona”. Sinónimo: “coronadengue”. Apareció en Mendoza, diario Los Andes.

Imagen: Dreamstime

Fuente: Intriper

sábado, 24 de abril de 2021

Ligas LoL: ¿Acabará Twich con las retransmisiones deportivas tradicionales?


En los años 70, en plena Guerra Fría, las dos grandes potencias del momento, la Unión Soviética y Estados Unidos, competían en lo militar, en lo social, en lo científico y en un tablero de ajedrez con un peón llamado Bobby Fischer.

Quizás por el contexto histórico, porque solo tenían la televisión como pantalla o por las excentricidades de Bobby, que lo convirtieron en una estrella de rock, millones de boomers se sentaron con su familia para ver la gran partida que se disputaba en Reikiavik (Islandia). Una final a 22 juegos de la que se retiró el ruso Boris Spassky convirtiendo a Bobby Fischer en el campeón del mundo de ajedrez y el primer deportista que, sentado, se haría influencer.

Este año, en Murcia, David Cánovas batía el récord de reproducciones en la plataforma de streaming Twitch. The Gregf, como es más conocido, presentaba un nuevo skin para el videojuego Fortnite y consiguió reunir a más de dos millones de personas. Sus seguidores no le piden autógrafos, le piden streamings, porque hay una nueva forma de suscribirse a los ídolos.

Las grandes ligas deportivas a nivel mundial empiezan a darse cuenta de la importancia de estos nuevos jugadores a los que deben integrar

Normalmente ajenas a los grandes cambios del último siglo, sin crisis, sin cambios en las normativas, sin igualdad de género, sin bajar a la tierra, las grandes ligas deportivas a nivel mundial empiezan a darse cuenta de la importancia de estos nuevos jugadores a los que deben integrar. Video killed the radio star, decían The Buggles.

En la última asamblea de la Asociación Europea de Clubes, Andrea Agnelli, su presidente, pedía un pensamiento más progresista ya que «el sistema actual no está hecho para la afición moderna». Una situación que se ha visto acrecentada por la pandemia y la imposibilidad de asistir a los estadios, pero que ya tenía un recorrido porque, como señala el también presidente de la Juventus, «el 40% de los seguidores de 16 a 24 años, el famoso Gen Z, no tiene ningún interés en el fútbol».

Estas palabras del máximo representante de clubes de fútbol a nivel europeo resumen numerosos estudios que han ido a confirmar lo que las grandes instituciones deportivas se olían; están perdiendo fans. O mejor dicho, están dejando de ganarlos.

Nielsen Sports, una compañía de análisis y estudios de mercado en la que se basan los anunciantes para invertir en la industria del deporte, rompió un importante mito en su informe Game Changer: Rethinking Sports Experiences for Generation Z. Que el déficit de atención que tienen los jóvenes entre 16 y 24 años les hace estar menos pendientes de algo en concreto y de manera interrumpida es un argumento falaz que se oye en barras de bares y juntas directivas deportivas faltas de creatividad.

Susiglue: «Nos aburren las retransmisiones tradicionales, preferimos las que nos permiten participar, eso es más emocionante»

Pero, y aquí desmonta el mito, «si el contenido es lo suficientemente atractivo y brinda oportunidades regulares para interactuar, están preparados para invertir un tiempo significativo. En EEUU, un 29% de los seguidores de streamers encuestados afirman que ven el mismo contenido online durante una o dos horas seguidas. Un 14% más de tres».

Si quieres hablar con los jóvenes, tienes que hablar su idioma. Plataformas como Twitch permiten interaccionar, compartir contenido de otras plataformas y hacer comunidad. Requisitos para esta generación que busca un contenido espontáneo y conversacional que rompa las barreras con sus estrellas, con sus ídolos. «Nos aburren las retransmisiones tradicionales», dice Susiglue, gen Z y CODM player (jugadora de la versión mobile de Call of Duty), «preferimos las que nos permiten participar, eso es más emocionante».

Y esto no es algo que se aplica solo a la visión pasiva de deportes, también a la práctica de los mismos. «No es lo mismo la tensión de un partido de tenis o de fútbol que estar en un videojuego de shooting con la banda sonora en los cascos, coordinándote con tus amigos y con un comentarista que también está en la partida».

Y aunque algunos de los streamers más famosos, como Ibai Llanos, hayan comentado algún partido de La Liga Santander, entrevistado a estrellas de fútbol y los clubes estén dando de alta perfiles en plataformas como Twitch, todavía no están logrando mucha repercusión. «Llegan tarde», continúa Susiglue, «otros, como el Real Betis, ya tienen su propio equipo de deportes electrónicos; o el mítico AC Milan, que entró en los eSports con el equipo Qlash, ganador del premio al Mejor Equipo Italiano en el sector del gaming».

Ni el Milan Qlash ni el Cream Real Betis juegan exclusivamente a videojuegos de fútbol; son un brazo más del contenido que producen ambos clubes como marca, como institución. De hecho, en la página web de Qlash podemos ver que se definen como «un nuevo tipo de empresa de medios» cuya misión es «crear una conexión fuerte, efectiva y atractiva dentro de las comunidades de juego a través del uso innovador de la producción de contenido, la gestión de jugadores e influencers profesionales y la organización de eventos comunitarios y competitivos». Que sirva como precedente.

Por afirmaciones como estas en las que se posiciona el gaming mucho más allá de una partida de LoL, algunos se huelen lo que se puede venir. En una entrevista reciente, Juanma Castaño, periodista deportivo con más de 20 años de experiencia en Cuatro, COPE y Marca, confiesa que siente miedo de que un youtuber le quite el puesto.

Tranquilo, Juanma, todavía los grandes patrocinadores siguen apostando por los deportes y los medios tradicionales porque sus números siguen siendo mucho mayores y abarcan más generaciones. Aun así, los clubes de las grandes ligas empiezan a diversificar su contenido en busca de fidelidad, fans apasionados que defiendan sus colores, nuevos espacios de patrocinio y otras formas de contar lo que ocurre en las gradas, en los vestuarios, detrás de las cámaras.

La próxima vez que alguien consiga sentar a toda la familia delante de la pantalla no serán ni Bobby Fischer ni Cristiano Ronaldo, si no un Juanma Castaño versión Z comentando en streaming cómo un ajedrecista gana el campeonato de mundo de ajedrez online.

Imagen: El Plural

Fuente: Yorokobu

jueves, 22 de abril de 2021

Las discusiones sobre la desinformación en las redes sociales no avanzan. Hay una manera de cambiar eso


El 25 de marzo, los directores ejecutivos de Facebook, Google y Twitter testificaron ante el Congreso de Estados Unidos sobre la desinformación en línea. Antes de que la comparecencia iniciara, ya podíamos predecir lo que sucedería. Algunos miembros del Congreso exigirían que las plataformas de redes sociales hicieran más para evitar que las falsedades virales dañen la democracia y provoquen violencia. Otros advertirían que la restricción innecesaria del discurso podría enfadar a ciertos elementos marginales y llevarlos a espacios menos gobernados.

Esta discusión se repite después de cada crisis, desde Christchurch hasta QAnon e incluso la pandemia de covid-19. ¿Por qué no podemos salir de este punto muerto? Porque el debate sobre la lucha contra la desinformación puede ser en sí mismo una zona libre de hechos, con muchas teorías y pocas pruebas. Necesitamos tener un mayor dominio de la materia, y eso significa darle un lugar a los expertos.

Los académicos han pasado décadas estudiando la propaganda y otras artes oscuras de la persuasión, pero la desinformación en línea es un nuevo giro a este viejo problema. Después de la interferencia de Rusia en las elecciones estadounidenses de 2016, este campo recibió una gran inyección de dinero, talento e interés. Ahora hay más de 460 think tanks, grupos de trabajo y otras iniciativas enfocadas en el problema. Desde 2016, esta comunidad global ha expuesto decenas de operaciones de influencia y ha publicado más de 80 informes sobre cómo la sociedad puede combatirlas mejor.

Hemos aprendido mucho en los últimos cuatro años, sin embargo, los expertos son los primeros en admitir cuánto desconocen. Por ejemplo, las verificaciones de información han proliferado y las investigaciones muestran que pueden marcar la diferencia cuando se presentan de la manera correcta. Pero la reciente proscripción del ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de distintas redes sociales, es una muestra de dónde siguen existiendo brechas. Los efectos a largo plazo de estas expulsiones siguen sin estar claros. Quizá las mentiras de Trump se desvanezcan en el vacío digital, o quizás su papel de mártir en las redes sociales cree una mitología aún más duradera. El tiempo dirá.

¿Cómo es que no podemos saber algo tan básico como si prohibir una cuenta realmente funciona? ¿Por qué las empresas de tecnología más grandes del mundo y los mejores académicos no tienen respuestas más claras después de años de esfuerzo concentrado? Hay dos problemas subyacentes.

El primer desafío son los datos. Para desenredar los complejos factores psicológicos, sociales y tecnológicos que impulsan la desinformación, necesitamos observar a un gran número de usuarios reaccionar ante el contenido malicioso y luego ver qué sucede cuando se introducen contramedidas. Las plataformas tienen estos datos, pero sus estudios internos pueden estar viciados por intereses comerciales y rara vez se revelan al público. La investigación creíble debe realizarse de forma independiente y publicarse de forma abierta. Aunque las plataformas comparten algunos datos con investigadores externos, expertos destacados dicen que el acceso a los datos sigue siendo su principal desafío.

El segundo es el dinero. Se necesita tiempo y talento para producir mapas detallados de las redes sociales o para realizar un seguimiento del impacto que tienen los numerosos ajustes de software de las plataformas. Pero las universidades no suelen premiar este tipo de investigaciones. Eso hace que los investigadores dependan de ayuda económica de corto plazo por parte de un puñado de fundaciones y filántropos. Sin estabilidad financiera, los investigadores luchan por contratar y evitan la investigación a largo plazo y a gran escala. Las plataformas ayudan a financiar parte del trabajo externo, pero esto puede generar la percepción de que se ha comprometido la independencia de las investigaciones.

El resultado neto es un frustrante punto muerto. Mientras la desinformación y la influencia maligna corren desenfrenadas, las democracias carecen de hechos reales para guiar su respuesta. Los expertos han ofrecido una serie de buenas ideas (mejorar la alfabetización mediática, regular las plataformas), pero luchan por validar o perfeccionar sus propuestas.

Afortunadamente, hay una solución, ya que problemas muy similares se han abordado con éxito antes.

En los inicios de la Guerra Fría, el gobierno de Estados Unidos vio la necesidad de un análisis objetivo y de alta calidad de los problemas de seguridad nacional. Comenzó a patrocinar un nuevo tipo de organización de investigación externa, dirigida por organizaciones sin fines de lucro como RAND Corp., MITRE y el Center for Naval Analyses. Estos centros de investigación y desarrollo financiados con fondos federales recibieron dinero e información clasificada del gobierno, pero operaron de forma independiente. Por lo tanto, pudieron contratar personal de primer nivel y publicar investigaciones creíbles, muchas de las cuales no fueron favorecedoras para sus patrocinadores gubernamentales.

Las empresas de redes sociales deberían tomar nota de este manual y ayudar a establecer una organización similar para estudiar las operaciones de influencia. Varias plataformas podrían reunir datos y dinero, en asociación con universidades y gobiernos. Con los recursos adecuados y la independencia garantizada, un nuevo centro de investigación podría abordar de manera creíble preguntas clave sobre cómo funcionan las operaciones de influencia y qué es efectivo contra ellas. La investigación sería pública, omitiendo partes solo como respuesta a preocupaciones legítimas como la privacidad del usuario, no para evitar la mala publicidad.

¿Por qué las plataformas deberían estar de acuerdo con este arreglo? Porque, en última instancia, el que haya reguladores, anunciantes y usuarios enojados es malo para sus negocios. Es por eso que Facebook recientemente gastó 130 millones de dólares para establecer una Junta de Supervisión externa para la eliminación de contenido y se comprometió a seguir sus fallos.

Es cierto que los críticos todavía ven a esa Junta de Supervisión como un ente demasiado dependiente de Facebook. La amarga ruptura de Google con dos investigadores de inteligencia artificial ha amplificado aún más las preocupaciones sobre el control corporativo de proyectos de investigación. Entonces, ¿cómo podría la gente confiar en un nuevo centro de investigación vinculado a las plataformas? El primer paso sería garantizar que un nuevo centro de investigación cuente con el respaldo no solo de múltiples plataformas (en lugar de una sola), sino también de universidades y gobiernos.

De igual manera, se podrían legislar más protecciones. Hay un movimiento en ascenso para actualizar la Sección 230, la ley federal de Estados Unidos, que brinda a las plataformas sus limitaciones de responsabilidad más importantes. Hasta el director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, ha respaldado condicionar estas limitaciones a una mayor "transparencia, responsabilidad y supervisión" de las empresas de tecnología. Un paso práctico en esta dirección sería exigir que las plataformas compartan datos con un centro de investigación independiente y mantengan una relación cooperativa y de plena competencia con sus investigadores.

La desinformación y otras operaciones de influencia se encuentran entre los mayores desafíos que enfrentan las democracias. No podemos quedarnos quietos hasta que comprendamos completamente esta amenaza, pero tampoco podemos seguir volando a ciegas para siempre. La batalla por la verdad requiere que nos armemos de conocimiento. El momento para comenzar es ahora.

Fuente: Letras Libres

miércoles, 21 de abril de 2021

RSF denunció que la persecución a periodistas en China impidió al mundo prepararse a tiempo para la pandemia de COVID-19


Reporteros sin Fronteras denunció que la persecución a periodistas por parte del régimen chino pudo haber contribuido a la propagación del COVID-19, que ya ha dejado más de tres millones de muertos y cientos de millones de contagios en todo el mundo.

Según la organización, al Beijing evitar que denunciantes advirtieran de lo que estaba pasando durante los primeros días del brote en Wuhan se impidió al mundo estar mejor preparados ante el inesperado virus.

En el índice proporcionado este martes por Reporteros sin Fronteras, China está de cuarto entre los 10 con peor libertad de prensa en el mundo. En los tres primeros puestos están los totalitarios Eritrea, Corea del Norte y Turkmenistán, y le siguen Yibuti, Vietnam, Irán, Siria, Laos y Cuba.

Sobre el régimen de Xi Jinping, RSF indicó que “sigue llevando a niveles sin precedentes la censura, la vigilancia y la propaganda en internet”.

“Podemos sentarnos en el Reino Unido y pensar que todo está bien aquí, pero en realidad lo que está sucediendo al otro lado del mundo puede afectarnos”, dijo Rebecca Vincent, directora de campañas internacionales de la organización. “Hemos dicho e insistiremos en ello que si la prensa hubiera sido más libre en China, entonces es posible que se hubiera evitado una pandemia mundial”.

Cuando se conocieron los primeros casos de coronavirus, a finales de 2019 en Wuhan, el régimen chino aplicó toda su brutal fuerza de censura para frenar cualquier información sobre lo que pasaba. Incluso las autoridades chinas persiguieron al médico Li Wenliang, quien fue el primero en denunciar lo que ocurría y que luego murió de COVID-19.

Vincent dijo que China utiliza su influencia global para intentar tapar los atropellos que comete contra su población e intentar vender otra imagen suya al mundo. “China tiene más periodistas en la cárcel que cualquier otro país del mundo, y esto se está filtrando y se está empezando gracias sistemas internacional de información. El régimen hace lo posible para tratar de influir en cómo obtenemos y percibimos la información“.

Numerosos regímenes han aprovechado las urgencias ligadas al coronavirus para restringir aún más la libertad de prensa, que vive una “situación difícil” en 73 de los 180 países analizados y “muy grave” en otros 59, lo que totaliza el 73% del total.”

En el momento en el que la desinformación, los rumores y las invitaciones al odio se propagan por las redes sociales, en el que el periodismo es la mejor vacuna contra esos males, en el 73% de los países esta vacuna está bloqueada”, asegura a Efe el secretario general de Reporteros Sin Fronteras (RSF), Christophe Deloire. La irrupción de la crisis sanitaria ha conformado las tendencias apuntadas ya en el último informe, al favorecer las violaciones de la libertad de prensa. Deloire señaló que en más de la mitad de los Estados de la ONU se han registrado este tipo de violaciones.

Fuente: Infobae

martes, 20 de abril de 2021

Digitalización acelerada: lo que la pandemia le enseñó a las universidades


Un año atrás con la llegada del COVID-19, más de 23 millones de estudiantes y 1,4 millones de profesores fueron afectados por la suspensión de las clases presenciales en los campus universitarios de todos los países de América Latina, según estimaciones de la Unesco. ¿Pudieron las universidades adaptar rápidamente sus mecanismos operativos y pedagógicos para funcionar en línea de forma efectiva? ¿Cuáles han sido los principales desafíos? ¿Qué lecciones deja la pandemia a las universidades latinoamericanas?

Antes de ensayar algunas respuestas, es importante mencionar que la emergencia sanitaria se ha dado en un contexto de retos competitivos a los cuales las instituciones de educación superior ya se venían enfrentando, producto del cambio tecnológico acelerado en la sociedad y la economía. Ya para nadie es extraño que la tecnología ha venido redefiniendo los oficios y puestos de trabajo, permeando a todas las ocupaciones y provocando cambios en los tipos de habilidades y conocimientos requeridos, así como en los modos de enseñar y aprender. Tampoco es desconocido el crecimiento exponencial de contenidos educativos en Internet que están disponibles para todas las personas con acceso a la red.

Asimismo, las universidades han venido observando un incremento de competidores con la aparición de nuevos modelos para la educación en línea tales como Coursera, Crehana o Platzi, la entrada de universidades corporativas abiertas al público con una oferta de cursos tecnológicos como Amazon University y el surgimiento de startups educativas especializadas en la formación rápida e intensiva en habilidades digitales avanzadas, también conocidas como bootcamps de programación.

Teniendo en cuenta estos factores y buscando responder a las preguntas anteriormente planteadas, el BID organizó en Costa Rica, el 10 y 11 de marzo pasado, un foro virtual denominado “Digitalización acelerada: lo que la pandemia le enseñó a la educación”, cuyo segundo día estuvo centrado en las universidades y en nuevas modalidades de educación disruptiva.

La transición digital debe ser prioridad

En la presentación central del evento, Juan Carlos Navarro, asesor senior de la División de Competitividad, Tecnología e Innovación del BID, se planteaba, a partir de lo vivido en el primer año de pandemia, ¿cómo se adapta la universidad latinoamericana al rápido cambio tecnológico y económico? Una de sus conclusiones principales: “la transición digital de las universidades es un tema urgente”.

La evidencia parcial disponible nos indica que, durante la pandemia, la principal barrera para el aprendizaje en línea no fue la falta de conectividad o de dispositivos digitales por parte de los estudiantes universitarios, independientemente de su nivel socioeconómico. El hecho más resaltante es que ha habido una diferencia notable entre las universidades bien preparadas, las mínimamente preparadas y las nada preparadas para la transición a la enseñanza en línea.

Adicionalmente, si bien las autoridades universitarias reconocieron rápidamente la necesidad de explorar nuevos caminos pedagógicos, en medio de la crisis lo que aconteció fue que la gran mayoría de la instrucción en línea reprodujo la entrega de clases presenciales a través de las plataformas digitales de videoconferencia como Zoom, Microsoft Teams o Google Meet. Sin embargo, aunque la mayoría de los profesores universitarios recibieron entrenamiento en el uso este tipo de plataformas, la capacitación en metodologías de enseñanza online fue escasa o nula.

Aprendizajes para el período post Covid-19

Ante el escenario complejo de cambios económicos y revolución digital que estamos viviendo, ¿cuáles son los riesgos y oportunidades para las universidades latinoamericanas en el periodo post Covid-19? Todo apunta a que es necesario capitalizar los aprendizajes del 2020 y competir desarrollando nichos y explotando oportunidades. Entre estas podemos mencionar:
  • Aprovechar la apertura y entusiasmo por la educación en línea.
  • Planear un proceso de digitalización a la medida para cada institución, buscando desarrollar resiliencia ante futuras crisis y aprovechar las oportunidades de las nuevas tecnologías.
  • Explorar decididamente alianzas con actores no tradicionales, por ejemplo, los bootcamps de formación digital o las grandes empresas de tecnología.
  • Estrechar lazos con los sistemas locales de emprendimiento e innovación.
No obstante, no debemos perder de vista los riesgos que existen tanto para las universidades como para la política pública. En el caso de las universidades, el riesgo de la complaciente vuelta a lo de siempre, en la forma de un abandono de la experiencia en línea y los aprendizajes adquiridos en este último año. Del lado de la política pública, el riesgo de falta de conectividad y acceso a computadoras en las universidades, así como la carencia de asistencia técnica y presupuestaria en las universidades pequeñas y medianas que impedían el desarrollo de la enseñanza en línea antes de la emergencia, sofocando la innovación. Otra amenaza es mantener la concepción de que las carreras universitarias tal como las conocemos son el único camino para obtener habilidades avanzadas, cerrándose a la ola de disrupción que está ocurriendo al margen de las universidades.

Algunos de los protagonistas de esta ola de innovación educativa compartieron sus experiencias durante del evento virtual del BID. A continuación, mencionamos sus proyectos e iniciativas y resumimos sus reflexiones.

Iniciativas pioneras

Para Angélica Natera, directora ejecutiva de Laspau, tres aprendizajes valiosos para las universidades son dar prioridad a generar las competencias requeridas para la empleabilidad, ser capaces de aprender a reaprender o tener apertura para repensar lo que se enseña, y reconocer que la tecnología tiene el poder de eliminar fronteras, pero también de abrir brechas de desigualdad.  En este contexto iniciativas como Technological Frontiers, de Laspau y Microsoft, buscan generar un espacio para articular diferentes sectores de la sociedad para empoderar a las universidades para acelerar la adopción de tecnologías y convertirse en agentes de cambio.

De la misma forma, proyectos colaborativos como MetaRed, la red de Fundación Universia para temas de digitalización universitaria, una red de redes de responsables de tecnología de información de universidades públicas y privadas de Iberoamérica que buscan compartir mejores prácticas, casos de éxito y realizar desarrollos tecnológicos colaborativos que apunten a la transformación digital de las universidades. Tomás Jiménez, coordinador global de MetaRed, destacó el trabajo que viene realizando con los rectores de las universidades de la región producto del Diálogo Virtual con Rectores de Universidades Líderes de América Latina, organizado por el BID y Universia Banco Santander. Como resultado de este diálogo, se creó, junto con el BID, un curso online para rectores que les ayudó a desarrollar planes de transformación digital para sus universidades.

Otro ejemplo que pudimos conocer es del Gobierno de Costa Rica y su programa que otorga becas completas para cursos de programación de tres a cuatro meses con dos reconocidos bootcamps: 4 Geeks Academy y Desafío Latam. Se trata de una iniciativa del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Telecomunicaciones (MICITT), en el marco de un programa financiado por el BID, que pudo capacitar en medio de la pandemia a más de 200 costarricenses. Federico Torres, viceministro de Ciencia y Tecnología del MICITT, y Vanessa Gibson, directiva de la Coalición Costarricense de Iniciativas de Desarrollo (CINDE), organización aliada en esta iniciativa, destacaron que la apuesta por los bootcamps se debió al potencial transformador de esta metodología disruptiva para la formación de habilidades, la relevancia del sector TIC en el país (6% del PIB) y la demanda del sector privado por contar con talento humano capacitado. A partir de esta primera experiencia exitosa, MICITT y CINDE lanzaron una segunda convocatoria de becas en abril de 2021.

Marcelo Ricigliano y Diego Arias, directores de 4Geeks Academy y Desafío Latam respectivamente, coincidieron en que la motivación de su lado para participar en el programa del MICITT fue que el objetivo estuvo bien planteado y que el gobierno conocía la metodología de los bootcamps, así como las necesidades de las personas interesadas en la capacitación. Como el programa empezó antes de la pandemia, uno de los retos más importantes del proceso fue la adecuación de la convocatoria y la propia metodología de los bootcamps al formato virtual, lo cual se logró con éxito.

El caso de Costa Rica es un ejemplo que normalmente no sucede en otros países de la Centroamérica. El ofrecimiento de becas del estado a estudiantes para capacitarse con bootcamps de programación en otros países es casi imposible. Costa Rica fue el uno de los primeros países de América Latina y el Caribe en hacer esto posible.

Son numerosos los retos y aprendizajes que la pandemia deja a las universidades y a programas disruptivos. Un aspecto fundamental es reconocer que la transición digital de las instituciones de educación superior latinoamericanas es un asunto prioritario. Todo lo aprendido durante el 2020 debe llevar a una efectiva transformación digital de las universidades, a la continuidad de programas disruptivos como los bootcamps y a repensar permanentemente la formación de talento en un mundo cambiante.

Fuente: BID

lunes, 19 de abril de 2021

La Escuela de Salamanca: un caso de producción global de conocimiento


En las últimas décadas, un número creciente de estudios ha destacado la importancia de la “Escuela de Salamanca” para el surgimiento de regímenes normativos coloniales y la formación de un lenguaje normativo a escala mundial. Según esta visión, América y Asia suelen aparecer como receptores pasivos del conocimiento normativo producido en Europa.

Sin embargo, este libro propone una perspectiva diferente y muestra, a través de un enfoque histórico del conocimiento y de varios estudios de caso, que la Escuela de Salamanca debe ser considerada tanto una comunidad epistémica como una comunidad de práctica que no puede ser fijada a ningún lugar individual. Por el contrario, la Escuela de Salamanca abarcó una variedad de sitios y actores diferentes en todo el mundo y, por lo tanto, representa un caso de producción de conocimiento global.

La Escuela de Salamanca

Durante el Siglo de Oro español fue cuando la Universidad de Salamanca se convirtió en el escenario de relevantes acontecimientos para la historia de la humanidad. En el claustro de esta Universidad se discutió sobre la viabilidad del proyecto de Cristóbal Colón y las consecuencias que traían sus afirmaciones. Tras el descubrimiento de América, se discutió sobre el derecho de los indígenas a ser reconocidos con plenitud de derechos; la denominada polémica de indias fue algo revolucionario para la época.

El caso es que los sabios de la llamada “Escuela de Salamanca” formaron un importante foco humanista, renovaron la teología, sentaron las bases del Derecho moderno de gentes, del Derecho Internacional, precursora de los primeros Derechos Humanos, encabezados por Francisco de Vitoria. Y efectuaron los primeros estudios en etnografía y antropología social moderna, especialmente por Bernardino de Sahagún. Relacionando la democracia con la justicia definieron el concepto de la Comunidad Internacional.

Este movimiento fue llevado a cabo por un grupo de teólogos y juristas que basándose en la teoría del Iusnaturalismo, desarrollaron las primeras leyes en Derecho Internacional de Gentes, precursores de los Derechos Humanos.

Sus miembros más brillantes fueron  Francisco de Vitoria (1483-1546), el fundador de la escuela, Domingo de Soto (1494-1570), Martín de Azpilcueta (1493-1586), Bernardino de Sahagún (1499-1590), Tomás de Mercado (1500-1575), Domingo Báñez (1528-1604), Luis de Molina (1535-1601),  Juan de Mariana (1536-1624), Francisco Suárez (1548-1617), etc.

Fuente: El Mercurio salmantino

domingo, 18 de abril de 2021

El nuevo Timelapse de Google muestra 37 años de cambio climático en cualquier lugar de la tierra, incluido tu barrio


La nueva función, llamada Timelapse, es la mayor actualización de Google Earth desde 2017. También es, por lo que dicen sus desarrolladores, el mayor vídeo tomado de la Tierra en la Tierra. La función recopila 24 millones de fotos de satélite tomadas entre 1984 y 2020 para mostrar cómo la actividad humana ha transformado el planeta en los últimos 37 años.

Las pruebas visuales pueden llegar al núcleo del debate de una manera que las palabras no pueden comunicar cuestiones complejas a todo el mundo.
Rebecca Moore, directora de Google Earth.

La propia Moore se ha visto directamente afectada por la crisis climática. Fue una de las muchas californianas evacuadas por los incendios forestales del año pasado. Sin embargo, la nueva función permite a la gente ser testigo de cambios más remotos, como el derretimiento de los casquetes polares.

Con Timelapse en Google Earth, tenemos una imagen más clara de nuestro planeta cambiante al alcance de la mano, que muestra no sólo los problemas sino también las soluciones, así como fenómenos naturales de una belleza fascinante que se desarrollan durante décadas.
Rebecca Moore.

Algunos de los impactos climáticos que los espectadores pueden presenciar incluyen el derretimiento del glaciar Columbia de Alaska entre 1984 y 2020. También pueden ver la desintegración del glaciar Pine Island en la Antártida. Sin embargo, los cambios no se limitan a los impactos del calentamiento global.

Moore dijo que los desarrolladores habían identificado cinco temas, y Google Earth ofrece una visita guiada para cada uno de ellos. Son:
  • Cambios en los bosques, como la deforestación en Bolivia para el cultivo de soja.
  • Crecimiento urbano, como la quintuplicación de la expansión de Las Vegas.
  • El calentamiento global, como el derretimiento de los glaciares y las capas de hielo.
  • Fuentes de energía, como el impacto de la minería del carbón en el paisaje de Wyoming.
  • Belleza frágil, como el caudal del río Mamoré en Bolivia.
Sin embargo, la función también permite ver los cambios a menor escala. Puedes introducir cualquier lugar en la barra de búsqueda, incluido tu barrio.

La función no ofrece el nivel de detalle de Street View. Está pensada para mostrar grandes cambios a lo largo del tiempo, más que detalles más pequeños como la construcción de una carretera o una casa.

Las imágenes de Timelapse han sido posibles gracias a la colaboración de la NASA, los satélites Landsat del Servicio Geológico de Estados Unidos y el programa Copérnico y los satélites Sentinel de la Unión Europea. El laboratorio CREATE de la Universidad Carnegie Mellon ayudó a desarrollar la tecnología.

Para utilizar Timelapse, se puede visitar directamente g.co/Timelapse o buscar Timelapse en Google Earth. Moore dijo que la función se actualizará anualmente con nuevas imágenes de las alteraciones de la Tierra.

Esperamos que esta perspectiva del planeta sirva para fundamentar los debates, fomentar el descubrimiento y cambiar las perspectivas sobre algunos de nuestros problemas globales más acuciantes.
Rebecca Moore.

Fuente: EcoInventos

Viaje a las estrellas sin salir de casa


Una de las incógnitas de estos tiempos pandémicos es qué quedará de lo nuevo y qué se desvanecerá de lo viejo. La virtualidad se abre paso entre la fobia y los excesos del solucionismo tecnológico. No queda del todo claro el rol de las subjetividades en un mundo que cambiará, poco o mucho, pero que ya no será el mismo.

Las respuestas al nuevo estado de cosas son múltiples y en el arte, la salida más habitual es trasladar aquello que era presencial al espacio virtual. Así se hizo con museos y exposiciones, cursos y seminarios, convocatorias y otras iniciativas. En rigor, y más allá de algunos aciertos, se tomó el camino más sencillo y no se agregó valor con la irrupción de la dimensión digital.

Ojos en el cielo, la propuesta de Silvia Gurfein para la Fundación Klemm, rompe con la inercia de la discusión entre virtualidad y presencialidad planteando un esquema que desde lo conceptual, lo metodológico y lo visual, imagina un universo enteramente diferente. Su planteo es el de una investigación, valga la referencia con el título, a cielo abierto. El interés por mostrar las distintas etapas del proceso de investigación-creación y de hacer participar dimensiones laterales es muy particular y muy original. En rigor de verdad, el método planteado por Gurfein excede los límites de la investigación sobre el arte y permite pensar en las posibilidades de rituales similares en otras disciplinas.

Todo surge de un gesto poético: mirar el cielo para imaginar la Tierra y cómo habitarla. A partir de allí, movida por las circunstancias, la curadora generó una serie de elementos integrados, en este principio, a la obra de Julián Terán, protagonista del primer capítulo del proyecto. Además de las obras, el sitio (podríamos denominarlo espacio y no sería equivocado) se puebla de entrevistas con el artista, de textos explicativos, de obras propias de Gurfein y elementos adicionales. Hay fotos de Terán en su faceta musical, y está profusamente documentado el proceso creativo de esta constelación con dibujos, referencias, escritos y fotos que ayudan a comprender el proceso creativo. Es iluminadora la libertad con que el proyecto está planteado y cómo usa esos márgenes para crecer, dando, al mismo tiempo, la sensación de un trabajo en elaboración y construcción continua.

Los artistas que tiene pensado convocar Gurfein para los futuros capítulos del proyecto mantienen una relación con el cielo. Lo exploran, lo dibujan, lo observan y lo convierten en un hecho estético.

La aventura comienza con Julián Terán y una familia de cinco series de trabajos con el cielo como tema excluyente. Trabajadas en formatos diferentes y con intenciones distintas, las obras guardan la coherencia temática y dibujan una línea de tiempo y espacio creativo constante, lo que se refuerza con las conversaciones que el artista tiene con la curadora en otro lugar del sitio.

En Territorios celestes, Terán dibuja el plano de las constelaciones sobre las páginas de un libro. El texto, Amateur Astronomy, lo encontró de casualidad en una casa familiar, y utiliza sus páginas para pintar, en un negro profundo, la forma geometrizada de las constelaciones. Son 89 piezas en las que los dibujos toman una forma de cuadrícula barrial y al mismo tiempo, vistas juntas, parecen una suerte de alfabeto ancestral, o de explicación cosmogónica del universo.

Siempre dentro del espectro del dibujo, la siguiente serie de trabajos, Sistemas de tránsito y reescritura, agrega algunos elementos que le dan otra complejidad compositiva y una envergadura mayor. Realizadas sobre papel milimetrado, lo que ya predispone a cierta percepción cientifista, una serie de puntos de diferentes tamaños se reparte por la superficie y son unidos por trazos que se entrecruzan, formando figuras que semejan telarañas, o bien mapeos de geolocalización. Estos dibujos, siempre en negro, están intervenidos con textos producidos por computadora sobre la base de canciones populares. Este punto es introductorio a las otras series y se constituye también en eje central del trabajo de Terán, donde la mirada hacia el cielo termina confirmando opciones terrenales y pueblerinas.

En Nocturnos, la serie siguiente, aparece la dimensión musical de Terán. Sobre partituras, el dibujo de las constelaciones aparece hecho con perforaciones en papel. Cada una de las piezas es de una dimensión distinta y, expuestas juntas, reviven una atmósfera de danza que envuelve el espacio dando forma a una bóveda celeste que combina lo visual con lo musical en estado latente.

En Rastros Celestes siguen predominando el dibujo y el negro, pero cambia el soporte y el tipo de representación. Las series anteriores, realizadas entre 2014 y 2015 eran concluyentemente abstractas y necesitan de una elaboración analítica más sofisticada para su comprensión integral. En cambio, esta serie, de 2019, escenifica figurativamente lo que en las anteriores se podía adivinar. Aparecen las formas zodiacales influenciadas por Johaness Hevelius, astrónomo polaco del siglo XVII considerado el fundador de la topografía estelar. Un centauro, una cabra, un toro, son dibujados por Terán sobre la base de papel carbónico usando una técnica en negativo. La figura queda estampada en el fondo y se refuerza visualmente con trazos fuertes y firmes sobre el papel, como confirmando su presencia y su potencia simbólica.

Terán se propone como continuador de la tarea de Hevelius e intenta, en su última serie, de este año, cifrar la superficie lunar desde el norte árido de la Argentina. En 12 trabajos en tinta negra sobre papel, dibuja diferentes perfiles lunares, marcando puntos específicos numerados. Cada punto es una referencia que se corresponde con un nombre de alguna localidad de la provincia de Santiago del Estero. La recuperación toponímica que hace el artista forma parte del ejercicio investigativo que circula la totalidad de la obra en el intento de combinar la mirada estética con la reivindicación lingüística y local. El resultado visual está muy logrado y la variación que establece entre una manera medieval de presentar el paisaje lunar y la nomenclatura ancestral funciona como un incentivo natural a la imaginación del espectador.

La curaduría suele generar debates. El “curacionismo” es un mal de época contra el que está bien rebelarse. Pero cuando la tarea está bien hecha, la diferencia se comprueba. El trabajo de Gurfein, además del aporte artístico, tiene el valor adicional de acompañar las teorizaciones contemporáneas que sostienen que ya no vale establecer la diferenciación entre lo virtual y lo que no lo es, entre lo digital y lo analógico o entre el online y el offline. Nuestro mundo abarca y unifica esas esferas hasta volverla una sola, con límites cada vez más porosos e inútiles. En el plano artístico, afortunadamente, su cielo se irá poblando de estrellas y su bitácora será un excelente recordatorio del mejor de los viajes.

Fuente: Clarin

sábado, 17 de abril de 2021

La ética del dato: hacia el ‘homo algorithmus’


Sábado 21 de mayo de 2016. Tras negarse a coger el autobús para viajar desde Taftan, en la frontera pakistaní con Irán, el mulá Akhtar Mohamed Mansur se sube a un Toyota Corolla de alquiler con conductor camino de Quetta, a más de 600 kilómetros al este. Mansur es, desde hace un año, el líder de los talibanes tras hacerse oficial la muerte del mulá Omar. Tras 450 kilómetros de viaje, una explosión destruye el vehículo, matando a sus dos ocupantes. El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, señaló desde Myanmar que Mansur suponía «una inminente y continua amenaza al personal estadounidense en Afganistán, a los civiles afganos, a las fuerzas de seguridad afganas y a los miembros de la coalición internacional». El presidente de Estados Unidos y premio Nobel de la Paz, Barack Obama, añadió: «Como jefe de los talibanes, [Mansur] tenía específicamente como blanco a funcionarios y militares de Estados Unidos dentro de Afganistán, quienes estaban allí como parte de la misión que he asignado para mantener una plataforma para combatir el terrorismo y proporcionar asistencia y entrenamiento a las fuerzas militares afganas».

El vehículo de Mansur fue destruido por un MQ-9 Reaper recién entrado en servicio, un aparato de unos 20 metros de largo, alrededor de cinco toneladas de peso y una autonomía de 14 horas que le permite volar a una altitud de entre 12.000 y 15.000 metros, a una velocidad de hasta 300 km por hora, cargado con cuatro misiles Hellfire y varias bombas más. Sustituía al Predator MQ-1. Este avión no tripulado llevaba en servicio desde 1999, y suponía una evolución del anterior dron de reconocimiento RQ-1.

Este tipo de drones se denominan, técnicamente, VANT o vehículos aéreos no tripulados. Están dotados del equipamiento tecnológico adecuado para llevar a cabo sus misiones de forma autónoma, desde el despegue hasta el aterrizaje, pasando por el guiado, la identificación del objetivo, el marcado del blanco y el disparo. Todas las capacidades están disponibles, y, sin embargo, el disparo jamás es efectuado de forma independiente por la aeronave, sino por un piloto, que es quien, situado a centenares de kilómetros, decide apretar el gatillo. En la actualidad, el ejército de Estados Unidos dispondría de más pilotos de drones que de aviones de transporte C17 e incluso que de F-16, algo que por sí solo revela la importancia que las nuevas formas de guerra están adoptando. Este tipo de guerra plantea dilemas éticos más allá de los tradicionales. Bajo el concepto de guerra justa existe toda una doctrina que desciende hasta Cicerón, crece con san Agustín, y se perfecciona en la Edad Media, fundamentalmente dentro de la tradición católica. Esta aproximación nace de una paradoja: considerar la guerra como intrínsecamente perversa y, al mismo tiempo, considerarla necesaria en determinadas ocasiones, fundamentalmente para preservar la libertad y evitar males mayores a la sociedad. De acuerdo con esa aproximación, el uso de drones estaría justificado, pero debería ser siempre un individuo quien tome la decisión de disparo, consciente del valor de una vida y de la posibilidad de errar en la selección del blanco.

Esta consideración está cambiando, entre otras cosas por los episodios de estrés postraumático que muestran los pilotos de los drones. A pesar de la capacidad de actuar del propio VANT, quien al final toma la decisión de disparo es, como hemos señalado, el piloto. Desde 2017, el Pentágono está inmerso en un proyecto de mejora de los sistemas autónomos para que la acción de disparo sea, también, decisión del propio dron. Fundamentalmente, se trata de entrenarlo mediante redes neuronales de aprendizaje profundo, empleando miles de horas de vídeo con millones de imágenes para que el sistema aprenda las características de los elementos ante los que debe reaccionar. El Equipo Multifuncional de Guerra Algorítmica, o Proyecto MAVEN, es el encargado de la misión de procesar esa documentación gráfica, casi siempre de baja calidad. Con ese fin ha lanzado la segunda convocatoria del reto UG, dotado con más de 60.000 dólares en premios. El objetivo es la investigación tanto en algoritmos de aprendizaje profundo (los mejor preparados para la tarea) como en cualesquiera otros que permitan la identificación y clasificación de objetos móviles, sin restricción del tipo, así como la detección de objetos en condiciones adversas de visibilidad. Para ello se proporciona un conjunto de más de 162.000 imágenes,123 anotadas y documentadas, procedentes de casi trescientos vídeos con más de 1,2 millones de fotogramas, con los que los equipos pueden entrenar y validar los distintos algoritmos. Las imágenes proceden tanto de VANT como de planeadores tripulados y de tomas estáticas, controladas, en tierra, en muy diversas condiciones tanto de luminosidad como atmosféricas. Una vez más, los datos son esenciales para que el sistema de decisiones automáticas pueda funcionar.

Los datos están modificando la forma en que nos relacionamos con nuestro entorno. Ciudadanos, empresas y Gobiernos dejamos un rastro digital que, casi siempre, modifica las relaciones de afecto, las económicas, incluso las relaciones de poder. Una vida más sencilla se abre ante nuestros ojos; sin embargo, existen dudas, normales, acerca de cómo será ese mañana. Uno de los principales problemas al que nos enfrentamos tiene que ver con el proceso de toma de decisiones en un entorno en el que la inteligencia digital está pensada para, precisamente, actuar de forma autónoma. Si bien los militares llevan tiempo enfrentándose a la cuestión, tal como acabamos de poner de manifiesto, existen otras áreas, mucho más cercanas a nuestra vida diaria en las que la ética inherente a todo proceso de decisión sale a la luz de forma mucho más evidente para todos nosotros.

Nos referimos, por ejemplo, al dilema al que se enfrentan, ya, los coches autónomos, cuando deben decidir entre impactar contra un peatón o evitarlo, poniendo entonces en peligro a sus ocupantes. En octubre de 2018 se publicó en Nature «The Moral Machine Experiment», resultado de una encuesta a más de dos millones de personas en todo el mundo para tratar de establecer la validez de un código moral universal para la resolución de cuestiones como la planteada. Se analizaron más de 40 millones de decisiones en más de 233 países, y las únicas coincidencias de todas las culturas fueron las de preferir salvar a personas antes que a animales, y a grupos antes que a individuos. Sólo Audi, el fabricante alemán, señaló que el estudio presentaba elementos importantes de discusión, otras compañías envueltas en la producción de este tipo de vehículos, como Waymo, Uber o Tesla, omitieron hacer comentarios al respecto. La postura no es baladí, pues tiene importantes e inmediatas connotaciones de tipo comercial; quién comprará un coche sabiendo que, llegado el caso, puede ser sacrificado. En ese sentido, Mercedes ya decidió en 2016 que sus vehículos autónomos, empujados al límite de la decisión, salvarían la vida de sus pasajeros antes que la de los peatones.

La gestión empresarial también se ve impactada por este tipo de consideraciones. En el mes de noviembre de 2018 tuvo lugar la quinta reunión del CDO Club Spain, en la que se trató de forma monográfica la ética del dato, poniendo de manifiesto la importancia que la cuestión tiene para los responsables del dato en España. Elena Gil, directora general de Luca, señaló cuatro áreas en las que los retos éticos son en especial importantes: la privacidad, la discriminación, la responsabilidad y la transformación del entorno laboral. Algunas empresas han formado equipos para investigar la ética de las decisiones algorítmicas; tal es el caso de Microsoft, cuyo grupo Fairness, Accountability, Transparency, and Ethics in Artificial Intelligence (FATE, equidad, responsabilidad, transparencia y ética en inteligencia artificial) intenta dar respuesta a procesos automatizados que afectan directamente a la vida de las personas.

En febrero de 2014, el ministerio de Interior británico desarrolló una investigación para comprobar si el reportaje de Pano­rama era cierto o no. De acuerdo con ese programa de la BBC, se estaba produciendo un fraude masivo y sistemático en las pruebas del Test of English for International Communication (TOEIC), el examen oficial para conocer las aptitudes lingüísticas de los candidatos a un visado para establecerse en el Reino Unido, y de cuya superación depende. Para llevar a cabo el control de las pruebas, el ministerio, de acuerdo con la política de «entorno hostil» llevada a cabo por su entonces cabeza Theresa May, contrató a la empresa English Test Services, que mediante un algoritmo de reconocimiento de voz señaló casi 34.000 pruebas fraudulentas y marcó otras 23.000 como cuestionables. A finales de 2016, el ministerio había revocado casi 36.000 visados de otros tantos estudiantes. Sin embargo, cuando se contrastó la eficacia del algoritmo, se comprobó que el número de falsos positivos ascendía a un 20 por ciento, lo que supuso que alrededor de 7.000 estudiantes fueron expulsados sin haber, necesariamente, cometido fraude en la prueba de idioma.

En Canadá, una investigación de la Facultad de Derecho de la Universidad de Toronto denunció que la sustitución de la toma de decisiones de individuos por algoritmos en la política inmigratoria canadiense estaba afectando negativamente a los «derechos humanos fundamentales» de los afectados. De acuerdo con una de las responsables de la investigación, lo que esta revela es «la necesidad urgente de crear un marco para la transparencia y la responsabilidad para abordar el sesgo y el error en relación con las formas de toma de decisiones automatizadas». Desde 2014, el departamento de inmigración canadiense viene introduciendo paulatinamente procesos de apoyo a las decisiones basados en datos e inteligencia artificial. Algunas cuestiones son fáciles de resolver, como la correcta cumplimentación de la documentación, pero otras son claramente más complejas, como la evaluación de matrimonios (que podrían ser fraudulentos) o la identificación de perfiles «de riesgo». Los autores plantean que la decisión basada en rasgos físicos, en patrones de viaje o incluso en las creencias religiosas puede llevar a situaciones discriminatorias, al incorporar a individuos a grupos comunes y excluirles sin darles la oportunidad de justificarse. El debate entre seguridad y derechos está en la base del problema, así como el problema de los errores que pueden cometerse y su jerarquización: alguien debe decidir qué es más grave, un falso positivo (que alguien sea calificado como «no apto», siendo falso) o el falso negativo (que alguien sea calificado como «apto», cuando en realidad no lo sea, con el muy pequeño riesgo, pero de consecuencias catastróficas, que plantea para la sociedad en el caso de terroristas que se aprovechan de la situación). Mientras tanto, el Gobierno de Ottawa ha ampliado la aplicación de estos algoritmos, con la idea de aumentar la capacidad y la velocidad de análisis de sus funcionarios.

El problema de la ética en la toma de decisiones basada en algoritmos plantea cuatro marcos de actuación que se solapan en mayor o menor grado. Qué se puede hacer con un algoritmo (marco exterior, pues sus capacidades son enormes y crecientes), cuál es el límite legal (definido actualmente por el Reglamento General de Protección de Datos, en vigor desde mayo de 2018, pero sólo aplicable en la Unión Europea, lo que plantea retos adicionales, como más adelante veremos), qué quiere hacer la empresa u organización (voluntad tanto autoimpuesta como limitada siempre por los dos marcos anteriores) y cuál es el límite ético. Este suele ser el más restrictivo de los cuatro, pero es evidente que puede ser muy volátil en virtud de las circunstancias sociales y culturales, como ya hemos señalado. Es por ello por lo que el problema ético debe analizarse de forma global en el seno de la administración y en el de la empresa, en este caso no sólo en su cúpula directiva, aunque, sin duda, principalmente en ella.

Imagen: besthqwallpapers

Fuente: Ethic

jueves, 15 de abril de 2021

El teletrabajo tras la pandemia: la neurociencia tiene mucho que decir


Todavía no nos hemos librado de la pandemia de Covid-19, pero las empresas han comenzado ya a tomar posiciones sobre cómo será el trabajo una vez recuperada la normalidad. El teletrabajo, que irrumpió de forma arrolladora con los confinamientos, parece haber venido para quedarse en todas aquellas actividades que sea factible. Por eso hay que minimizar el impacto cognitivo que ha significado para muchos y encauzarlo en positivo.

Es algo que va más allá de las modas anteriores y que, bien acompañado por políticas activas e imaginativas, podría paliar problemas crónicos de la sociedad. Las lógicas repercusiones laborales a corto plazo podrían tener importantes ecos demográficos y económicos a medio y largo plazo. Deberíamos aprovechar todo esto. Para ello un actor, quizá inesperado, debería tener un papel importante: la Neurociencia.

Cada empresa deberá estudiar bien qué precisa cambiar para no verse abocada a nuevos (y caros) cambios demasiado pronto. Por ejemplo, una empresa debe decidir muy bien si deja de tener una sede física o la necesita más pequeña. Pero desprenderse de sus sedes sin pensarlo puede condenarlas a no recuperarlas si resultan necesarias.

En esa decisión deben considerarse variantes meramente económicas, pero también estudiar el impacto cognitivo que puede tener en sus empleados el no compartir un espacio físico. Habrá actividades donde la creatividad y la productividad no se vean afectadas. En otros casos, sí lo harán.

La vida volverá, más o menos, a como era antes en aquellas personas que se ocupan de los sectores primario y secundario más tradicionales. Quizá al de muchos servicios de cara al público como supermercados y restaurantes. No es el caso de aquellos servicios que pueden ser realizados en remoto: actividades en auge, vinculadas a las sociedades del conocimiento y que no dejarán de generar cada vez más empleo.

Neuroderechos para sobrevivir al teletrabajo

Todos hemos experimentado el riesgo de tener el trabajo en casa y, por tanto, tenerlo casi 24 horas al día. Esto sin contar los riesgos de intromisión, sobre los que ya está llamando la atención la iniciativa de los Neuroderechos que ha lanzado el neurocientífico Rafael Yuste, de Columbia University, y que ya se está ensayando en Chile.

Cada persona tiene su propia idiosincrasia, sus propios biorritmos. Ante la posibilidad de realizar gran parte de su jornada laboral con la mayor libertad que podría suponer el teletrabajo, las empresas no deberían ignorarlo sino aprovecharlo, siempre que sea posible.

La casa oficina

En aras de esa idiosincrasia, cada persona puede encontrarse mejor o peor en los diferentes escenarios que han ido diseñando las modas laborales y también frente al teletrabajo. Hasta ahora algunos preferían vivir cerca de su lugar de trabajo, mientras que otros se alejaron al extrarradio para tener más espacio en casa.

Sin embargo, la pandemia ha hecho que casi todo el mundo que habita en las grandes ciudades, en casas generalmente caras y pequeñas (la superficie media en el área metropolitana de Madrid es de 70  m²/vivienda y una media de 2,42 habitantes/vivienda), descubra que no estaban bien acondicionadas para que dos personas trabajasen en casa. Mucho menos si los hijos tenían que cumplir gran parte de su horario lectivo en las mismas.

La familia media se ha encontrado con que, de la noche a la mañana, tenía que improvisar uno o dos espacios de trabajo extra, con uno o dos ordenadores extra. Eso ha sido más fácil en casas más grandes, que dejaban más margen de maniobra para adquisición de equipos, si no los ponía la empresa ni el sistema educativo. Si el teletrabajo viene a instalarse, cada familia decidirá si reorientar su modo de vida, buscando en muchos casos una casa más grande pero más lejos de la urbe. O simplemente más barata, ya que ahora no será su prioridad la cercanía a una oficina que ya no existe o que no es estrictamente necesaria pero que quizá requiera de un mínimo de presencialidad para fomentar la creatividad y el potencial de la empresa.

Las familias que opten por buscar esas residencias más apartadas tienen, además, derecho a buscarlas a su gusto para poder realizar sus vidas de la forma más ideal posible. Esto puede dar lugar a soluciones para, por ejemplo, las zonas despobladas (como la España vaciada de la que tanto hablamos): huir de ese futuro de grandes urbes superpobladas, muy caras e inhóspitas, para ocupar más superficie con una densidad de población compatible con una creciente actividad económica y creación de riqueza estable. La gran extensión del cableado de fibra óptica en nuestro país (España suma tantos kilómetros de fibra óptica como Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia juntas) es fundamental para abrir muchas oportunidades.

La Neurociencia debería jugar un papel importante en este tipo de decisiones y diseños. Podría ayudar a encontrar soluciones complementarias (para trabajos que requieran de una presencialidad recomendable de, por ejemplo, algún día a la semana o solo unos pocos al mes) y el diseño de políticas de desarrollo rural que permitiesen ese trasvase y respondan a las necesidades normales (escolarización, etc.).

El cerebro es capaz de realizar una grandísima y variada panoplia de funciones, muchas más de las que desarrolla la vesícula biliar. Y en la era posCovid19, el cortoplacismo codicioso o la esclerosis sectaria que resulta de los intereses creados deben dejar paso a la inteligencia creativa, la inteligencia emocional y la inteligencia moral: toca ser valientes.

Imagen: Punto Crítico Derechos Humanos

Fuente: The Conversation

Iker Jiménez: La gente ha creído en la ciencia como una nueva religión que no falla


“¡OVNI visto en La Mancha!”. A 12 kilómetros de Albacete, el señor Cipriano divisa un objeto volador no identificado. Los hechos sucedieron en 1981 y El carro de la farsa se encargó de publicarlo. Su incipiente autor, Iker Jiménez (Vitoria, 1973), entonces contaba con 8 años. Hoy, todavía guarda ese único número dentro de un ejemplar de El gran libro de los OVNI, de Pierre Delval, que reposa en una biblioteca de cerca de 30.000 volúmenes. Es la obra del criminólogo francés uno de los títulos que más huella le han dejado, como en el cine El exorcista o en los bosques de Cataluña —entre Sabadell y Terrassa— los sonidos de la noche.

Suena Mammagamma, de The Alan Parsons Project. También podría ser todo el Oxygène, de Jean-Michel Jarre, o Millennium Theme, de Hans Zimmer. Sin ellos, no habría Iker Jiménez, como no existiría Jesús Quintero sin el Shine On Your Crazy Diamond, de Pink Floyd. “Hace dos años me puse a tocar sintetizadores, a aprender algo de música desde cero. Era como un sueño con el que jamás me había atrevido”, cuenta Iker. Impulsado por la tecnología, el periodista le echó infinitas horas a su nuevo “atrevimiento” y ahora mismo cree que es lo que más feliz le hace a nivel creativo: “La música es una puerta definitiva al misterio de la vida”. Se maravilla por poder tocar en su propia casa los mismos instrumentos (“y millones más”) de un disco de Jean-Michel Jarre, Vangelis o Mike Oldfield. Dice que todo depende de la destreza de uno, de su empeño y de su sensibilidad.

Ha sonorizado con su propia música programas de Cuarto milenio o sus audioseries de YouTube. A veces, confiesa, ha metido músicas en el “inmenso” archivo de los editores de imagen de Cuarto milenio sin que ellos lo supieran y sin saber que eran suyas. “Y las han elegido porque pegaban”, añade. “Mi música no es comercial ni gano nada con ella, pero es seguramente lo que más ilusión me hace, y me ha ayudado mucho en la pandemia. Era una válvula de escape. La creatividad total”. Y la libertad definitiva. Bienvenidos, amigos, a la entrevista del misterio.

—¿Cuándo crees que llegaremos a Marte?

—No te puedo contestar con ninguna certeza, evidentemente, y menos sobre sobre este asunto. Creo que al final el espacio tiene unas barreras mucho más potentes de lo que podemos pensar. Nos costó un universo ir a la Luna, e ir a la siguiente manzana cósmica fíjate lo que nos está costando. Tiene que pasar mucho más tiempo del que están diciendo; hay toda una batalla comercial y de marketing, y por supuesto de inversiones y de dinero en todo esto. Ojalá vayamos a Marte, pero te citaré lo que me dijo un profesor: “Está muy bien lo de buscar vida en Marte, pero tendremos que preguntarnos qué es la vida en la Tierra, porque sigue siendo el gran misterio que todavía no resolvemos”.

—¿Ir a Marte y solo conocer el 1% de nuestros océanos es como ir a Berlín sin haber estado antes en Soria?

—Absolutamente. Cada semana hay noticias alucinantes a nivel de naturaleza y biología. Mira, hace unos días se supo de una serie de bacterias encontradas a unas alturas absolutamente incompatibles con la vida. Pues esto ha durado menos de un día en los medios. Estamos como locos con toda esta carrera, porque es lo que se estila, y no me parece mal tampoco, pero nos rodean cosas que todavía no entendemos muy bien. El milagro de la vida es algo insondable y yo, conforme soy más mayor, más me doy cuenta de ello.

—Recuerdo un programa de Cuarto milenio en el que contabas que, como especie, más que un milagro éramos un prodigio, porque nuestra probabilidad de existir era de 1/10 elevado a 2.685.000. ¿No somos nada?

—No somos nada y somos mucho. Hay gente que habla de la mente como si no fuera un misterio. ¿Pero usted sabe lo que es la mente, hombre de dios? ¿Sabe de verdad la complejidad que tiene? ¿Sabe que hay ordenadores absolutamente prodigiosos que todavía están a años luz de lo que pasa en nuestras neuronas con impulsos eléctricos? Nadie nos habla muy bien del prodigio de la visión, de esa cámara fotográfica absolutamente increíble que a la tecnología le cuesta igualar. Y cuando los astronautas tienen que ir a la Luna tienen que fijarse en esa cosa insignificante que es la salamandra, porque resulta que en sus manos existen una serie de simas y valles concretos que son perfectos para adaptarlos a un traje que es lo máximo en ese momento. Hay cosas que son maravillosas, y me asombra que el ser humano vague por la vida —es mi impresión— sin ser muy consciente de las maravillas de las que habla y que nadie sabe muy bien de dónde vienen. En las grandes preguntas casi ninguno sabe muy bien qué decir. Sin embargo, la gente lo da por hecho. Los mismos misterios son anecdóticos comparados con el enorme misterio que es estar aquí sin saber cuándo vamos a morirnos. El mundo es un lugar fascinante y dramático a la vez, pero el mayor misterio lo tenemos en Soria y estamos siempre mirando por el catalejo.

—Y todavía seguimos sin probar la existencia de Dios…

—Los soviéticos eran unos pioneros en esto de la búsqueda de la chispa de la vida. Los científicos te dicen: “Mire usted, hemos descifrado el Big Bang y es verdad: es un misterio y un prodigio de esta civilización. Hemos descifrado todas las teclas hasta la última”. ¡Coño! Pero queda la última, que es la que pasa de la nada al todo. Continúa siendo un gran secreto, y permanecer ajeno a estas grandes preguntas es un error. Decía antes de morir Juan Rof Carballo que hacía falta un proceso de reencantamiento con la realidad.

—Hay quien dice que no se puede ser creyente si se es una persona de ciencias. Pero Blaise Pascal, Isaac Newton o Albert Einstein eran hombres de fe.

—Es verdad que estamos en un momento en el que el ser humano ha desterrado muchas cuestiones. Me preguntan mucho por qué estos temas que a veces toco tienen tanto eco todavía en el ser humano. Claro, ¿cómo no van a tenerlo, si en muchos aspectos estamos tan en mantillas como nuestro hermano de Altamira? Sabemos que se muere la gente, a veces por una enfermedad, pero no sabemos por qué. Tenemos hipótesis y se ha trabajado más o menos con ellas, ¡fantástico!, pero pasan muchas cosas en la vida, buenas y malas, que no están muy controladas. Viendo la actualidad y sus injusticias, tendemos a pensar que, evidentemente, no puede haber alguien al mando. Pero es una idea muy naïf pensar en que hay alguien al mando. Yo soy un tipo muy agradecido. Quizá es un temor que viene de la prehistoria, del miedo ante la vida, pero todas las noches doy las gracias, porque los temores se incrementan y te preguntas por el mundo de una forma como no lo habías hecho antes. A mí no me hace mal creer, y alguien dirá que es una ingenuidad. Bueno… En ese despojarnos del reencantamiento, una visión científica es maravillosa, pero una limitada a mí me parece más pobre.

—Eres de las pocas personas que han visto a solas las cuevas de Altamira, las originales. ¿Cómo te has sentido?

—Sentí que salí de allí mejor persona. Aquí, en mi biblioteca, en este lateral, habrá 4.000 ó 5.000 libros de arqueología y de prehistoria, y está por ahí el primer libro que hicieron de Altamira. No solo tengo el de Marcelino Sanz de Sautuola (Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander), sino también el primero de otras personas que se habían reído de un descubridor como Sautuola. ¡Tiene narices la historia de la Humanidad! Fue una experiencia vital irrepetible para mí. En esa caverna tuve una experiencia de —dirán— transcendencia cósmica, de autoconocimiento y de máxima emoción. Sea lo que fuere, me da igual que piensen que lo que yo viví fue una tontería, porque sé lo que significó para mí. Variaron cosas en mi vida después de visitar durante tres horas esa caverna, me vi con la necesidad personal de pulir algunas facetas de mi ser; me vi pequeño, muy abrumado. Sentí que todo tenía una especie de fuerza, de flecha, de entidad o de luz donde desde luego la buena actitud tenía que ser premiada. No se parecía a nada de lo que había sentido en ninguna otra faceta de mi vida. Y además no iba con una expectativa, porque no sabía mucho de prehistoria (aprendí después), y fue un shock brutal. Mi experiencia fue muy buena, cambiante… A nivel de persona, de relaciones, de mi posición en la vida —lo puedo decir sin ningún rubor— me hizo más comprometido conmigo mismo en ciertas cosas.

—La tradición oculta del alma, de Patrick Harpur, fue el libro que dio pie al nombre de tu hija. ¿Los libros saben cuándo tienen que aparecer?

—¡Claro! Una cosa que he vivido como amante de los libros es que una biblioteca es el reflejo del alma. Lo tengo clarísimo. Demuestra un anhelo, un sacrificio, el deseo de acercarse a cosas que merecen la pena… La gente puede pensar que mi biblioteca es solo de misterio, pero hay de todo. Es una biblioteca que debe de estar por 27.000 ó 28.000 libros. Evidentemente, hay más de los temas que me gustan. Tengo dos plantas, pero aquí estoy con arqueología, prehistoria, filosofía, experiencia mística y viajeros por España. He crecido con los libros desde tan pequeño que he vivido su misterio, que es que algunos de ellos se revelan cuando tienen que revelarse ante ti y despliegan su historia en el momento justo. ¡Y es más! Hay libros que leíste en su día cuyo significado no era para ese momento y por tanto se quedaron ahí. Pero cuando vuelves sobre ellos —a veces de forma no casual o causal— te dan una revelación, una pista o un código que cambia entonces tu vida. Los libros tienen vida propia.

—¿Tu tío Roberto era librero?

—No. Lo que tenía era una buena biblioteca en un desván. Quizá eso también me marcó mucho. En mi casa siempre ha habido libros y mis padres leen muchísimo, pero en la generación de mi hija son todos digitales y no hay nada que hacer. Pueden acudir a los libros, ¿pero cómo vas a comparar el mundo del que ellos son nativos? Sería absurdo decirle a mi hija que tiene que leer Chauvet Cave: The Art of Earliest Times, de Jean Clottes, porque sí, porque le jodo la actitud de la lectura. Además, esto de los libros en papel es un museo. A mí, como bibliófilo del todo, me encanta el libro como objeto y elemento de poder. Mi tío era un hombre interesado en varias disciplinas, entre ellas la ufología, entonces mi bautismo con todo este tema es porque él, en un desván, tenía una colección de estos libros. Un día, hurgando por ahí, como buen niño, me encontré con El gran libro de los OVNI, de Pierre Delval (el que tengo aquí es el suyo). Me impresionó tanto que cambió mi vida. [Iker se levanta y busca el libro en la estantería] Esto lo ha visto poca gente. Fíjate cómo está de desvencijado… Lo abrí por casualidad en una página muy concreta, la 69, y salía el caso de un niño de diez años. Lo he pensado toda mi vida: si en vez de esta página lo cojo en otra, a lo mejor no me lo hubiera creído. Cuando tienes diez años y lees que a un chico de tu misma edad le ha pasado algo como lo que cuentan aquí, sigues leyendo. El impacto es mucho mayor.

—¿Cómo crees que habría cambiado tu vida de haberte encontrado con El gran libro de los OVNIS a otra edad?

—Joder, qué gran pregunta… No lo sé, porque ya sería distinto. En mi caso confluyeron dos vertientes: la magia del libro y un niño, con todo lo que significa ser niño. La niñez es una fase absolutamente mágica, e intento pensar como un niño casi siempre y no abandonar esos entusiasmos. Creo que mantener la niñez es importante. Por lo tanto, con veinte años habría cambiado. Dicen que el cerebro, hasta los 23 ó 24, no ha completado su maduración. No lo creo, porque vamos madurando toda la vida. ¡Pero imagina con 10 u 11 años! ¡El cóctel que significa eso!

—¿Cuántos años tenías cuando descubriste Viaje a la Alcarria (Camilo José Cela)?

—Creo que lo leí con 12 ó 13 años. Me pareció que era una especie de cántico poético y melancólico brutal. Te enseñaría joyas flipantes aquí. Tampoco esta parte es muy extensa, habrá mil libros o así, pero son solo de viajeros españoles. Intento tener primeras ediciones muy bonitas, desde las de Ramón Carnicer y sus viajes por Castilla a todos los “hurdanófilos” que iban a Las Hurdes. Hay cosas tremendas de los viajes de la España negra… Me gusta mucho la literatura de viajes, y en el fondo he intentado emular todo eso en mi vida y ser el viajero de Cela. Un cuaderno, una cámara… y a ver el mundo.

—¿Una persona leída puede tener más miedos que una que no lee?

—Yo creo que sí. El que está informado sabe de los misterios de la vida, que es una cosa repentina y extraña, con muchos pliegues y sombras. En algún momento en el que yo he sentido miedo era consciente de lo que había pasado en ese lugar. Cuando vi un OVNI una vez en Cantabria, en el 97, me bajé del coche y en mi cabeza empezaron a estar todos esos libros que hablaban de la gente que se había encontrado en la misma situación que yo. Me dio bastante miedo.

—¿Qué diferencia hay entre la verdad y la realidad?

—Buena pregunta… Yo creo que son la misma cosa. Lo que pasa es que no la sabemos leer, no la entendemos. Hemos castrado la verdad, la hemos amputado, y nos creemos que es así. Y la verdad es —como decía uno de los libros que más me ha influido, Los oscuros lugares del saber, de Peter Kingsley— un mundo alucinante que hay detrás de la cortina que gobierna sobre nuestra percepción. No llegaremos a entender muchas cosas, y en el fondo no llegaremos a entendernos ni a nosotros mismos, pero al final el hombre está buscando un sentido, que decía el propio Rof, y esa búsqueda personal es la más importante.

—Recuerdo una entrevista de Pedro Piqueras en la que decía que había gente que daba por hecho que la verdad no importaba. ¿Por qué?

—Lo vemos todos los días. Importan los intereses, tu visión, la política… Yo estoy muy defraudado. Para mí, la experiencia de la pandemia ha sido como otro Altamira, aunque evidentemente diferente. He vivido una revelación con nuestro gremio, con el poder, con la comunicación, con gente que no podías pensar que era tan idiota y lo era… Estamos tan politizados que solo importa el color de tu gafa, los buenos y los malos, los míos a pesar de todo… Políticos y gente importante y de medios me han dicho: “Mira, yo sé cuál es la verdad, pero este es mi partido”. Entonces, claro que no importa la verdad. Importa tu verdad, la de tu partido. Por eso llevo esta camiseta con el signo de La estirpe de los libres. Cuando me voy de la tele, ¿cómo se me ocurriría a mí meterme en YouTube? Pues porque iba a seguir contando. En ese momento, la cadena no vio hacerlo desde casa, que es el planteamiento que yo tenía, porque dije que no seguiría grabando, por la salud de mi equipo. Lo tenía muy claro. ¿Qué aprendizaje tiene eso? Que tienes que ir a muerte con lo que tú crees, aunque el mundo entero te diga que no. Lo que he vivido ha sido inaudito: las risas por las mascarillas, que esto era un resfriado… ¡Los mismos popes que ahora nos dan mensajes son los mismos que han fallado en todas! A mí me ha dado palos la izquierda y la derecha. He vivido tales cosas sobre el poder y la mentira que no se pueden creer. ¿Por qué nos ha pasado lo que nos ha pasado con la pandemia en este país a mi equipo y a mí? Porque hemos tratado el tema con la misma honestidad —fuera de políticas— con la que trataríamos otros asuntos, aunque la gente no se lo crea. Somos los más honestos de la tele. Lo puedo decir aquí y donde sea. La gente decía que habíamos cambiado, pero lo que había cambiado era la perspectiva del politizado. Me he dado cuenta con esta experiencia de lo difícil que es en este país contar una verdad objetiva. Es alucinante.

—¿Cómo de cambiante puede ser la ciencia? ¿Depende de la política y de la ideología?

—Totalmente. Es una pregunta fundamental. La gente ha creído en la ciencia como una nueva religión que no falla. Hay mucho de política en cualquier decisión. ¿Lo de AstraZeneca no es política? ¿Lo sabremos alguna vez? ¿Alguien en el mundo sabe si esa vacuna es buena o mala? Yo no lo sé, pero te aseguro que no me creo casi nada de nadie. Y no soy precisamente antivacunas, lo he demostrado. ¿Alguien cree de verdad saber qué pasa con este virus? ¿Alguien nos va a contar el origen? No. ¿Por qué? Porque políticamente ha habido fluctuaciones e intereses para que no se sepa. Y luego todo está tan absolutamente polarizado que cuando he hablado con científicos que cobran dependiendo de quién, me dicen una cosa o me dicen otra. La política y la economía gobiernan… Y la evidencia, o es la leche o te la van a deformar. ¿Tú crees que es normal que haya vuelos que lleguen a España desde Brasil con una cepa que te mata 3.000 personas al día? ¿Crees que es normal de verdad? ¿Crees que nos va a afectar? Nos va a afectar. ¿Tú crees que muchos no hacen la vista gorda si eres de derechas o eres de izquierdas? ¡Qué asco! Al virus le va a dar igual que tú seas de izquierdas o de derechas. Es tal la mezquindad y ruindad… Hablamos de 100.000 muertos en España. ¡Imagínate en cosas menores lo que se tiene que hacer!

—Has invitado a tu programa a Fernando Simón, pero no sé si su negativa ha sido porque ha dicho que no o porque no os han llegado a contestar.

—Sí nos han contestado, pero no se podía. Me parece curioso, porque el programa de Horizonte, con tres millones de media de espectadores, ha sido el más visto del COVID-19. Estoy pidiéndole a un cargo público, no a cualquier invitado, que en la mayor pandemia de nuestra historia venga al programa que más audiencia ha tenido en esto, porque a lo mejor me saca de dudas. Desde luego un masaje no voy a hacer, porque he perdido gente en esta pandemia. Entonces, solo en honor a ellos, a mí no me calla ni la izquierda ni la derecha ni el centro. Hay cosas mucho más importantes que eso. Es impresionante cómo hay gente que pliega, se arrodilla y se la come. Viejos periodistas me han dicho: “Hombre, ¿pero estás de nuevas o qué?”. Pero no podía pensar yo que fuera a este nivel. ¿Por qué no se han visto los muertos? Mi amigo el doctor Tomás Camacho, en un programa de Horizonte antes de Navidad, contó lo siguiente: “El exceso de mortalidad han sido 70.000 muertos. Yo vivo en Vigo y nací en Santiago. De Santiago a Vigo hay 100 kilómetros. Si pones los cadáveres en la cuneta llegan a Vigo”. Pues lo querían matar. El ser humano no quiere saber, no es responsable, y una gran parte está tan politizada que parece que el derecho a la vida está por debajo del derecho a la ideología. Como dijo Teócrito, “los hombres libres tienen ideas, los sumisos tienen ideologías”. Es acojonante. He visto mentiras en un lado y en otro. He tenido que llamar a medios de tinte conservador porque mentían sobre mí, y he tenido a personas de la ultraizquierda que consideraban que yo era poco menos que un agitador que iba contra su Gobierno. Me han llamado “nazi” y “masón” en la prensa, me han llamado de todo personas intelectuales, que luego ves sus recorridos y te das cuenta la pobreza que es estar en la vida para seguir una conducta o lo que diga el partido. Por eso creo que lo de La estirpe de los libres está bien puesto, porque es lo que uno pretende: salirse de esta basura ideológica que contamina todo. En España, siendo como somos y con lo que hemos sufrido, a la gente le da igual.

—Si esta pandemia nos pilla con el PP en el Gobierno, ¿crees que habríamos salido más a la calle para protestar y manifestarnos?

—¡Hombre! Si hubiera sido al revés, esto habría sido la guerra civil. No tengas la menor duda. Pero no por nada bueno ni por nada malo. Seguramente hay activadores mucho más intensos. Yo creo en la izquierda y en que en el movimiento popular —históricamente— tiene más capacidad de penetración. Ha habido 42 personas con incidentes parecidos al de George Floyd en todo este tiempo y nadie ha quemado una comisaría más en Estados Unidos ni nadie ha salido a la calle a darse de hostias. Pero los hechos han ocurrido. ¿Por qué un hecho sí y otro no? ¿Por qué puede haber una fotografía terrible de un niño desgraciado en una patera pero no se puede difundir la de una niña a la que le ha pasado una furgoneta por encima en un atentado yihadista? ¿Qué diferencia hay? ¿Por qué unas cosas ofenden y otras no? La puñetera política siempre haciéndonos tragar ruedas de molino absolutamente deleznables.

—¿Qué le preguntarías a Fernando Simón?

—Le preguntaría tantas cosas… De pura actualidad, le preguntaría: “Oiga, don Fernando, con todo lo que hemos pasado, con todos los errores que cualquier ser humano puede tener, y con mi absoluto conocimiento de que usted no desea mal a nadie, ni un solo contagio, me sorprende que con todo el aprendizaje de los errores, uno tras otro, usted hable con esta seguridad y me diga a mí que la cepa británica es marginal, que los aerosoles no contagian… Con todo esto se ha demostrado que usted no estaba acertado, y a mí me asombra que no haga autocrítica. ¿Qué le frena a usted para actuar como cualquier persona que sabe de su campo? ¿Qué le impide a usted actuar con libertad?”. Si lo vemos nosotros, ¿cómo no lo ve él?

—¿En qué momento hemos pasado a vivir en una distopía?

—Es un proceso gradual que la pandemia solo ha acelerado, en mi opinión. Es un proceso que creo que tiene mucho que ver con la red, que tiene su lado positivo y otros muy malos; el gran cambio del cerebro y la humanidad es el cerebro en red, y eso va a cambiar todo absolutamente: los comportamientos, la psicología social… Todo. Pero todavía no estamos a tiempo de saberlo. A mí lo que más me aterra de esta distopía en la que vivimos son dos cosas: la politización extrema y el deseo de no ser individuo. No creo que la gente sea igual, por sus diferentes motivos, ni para bien ni para mal. Pero en una especie de conducta hiperigualitaria nadie quiere —o muy pocos— ser un individuo libre y solitario. Eso a mí me irrita, porque por eso se ven las cosas que se ven y la gente vive una vida para no desagradar, no sabiendo qué decir, no sabiendo qué palabras manejar… Solo por no ofender. La pandemia solo ha incrementado esta sensación.

—¿Es por lo tanto nuestra vida una simulación?

—En parte sí. Por eso la autenticidad es la última llave para —creo— una vida rica. Yo no quiero agradar, y como profesional que vive del público esto es un contrasentido; si me ven tres millones en vez de 800 es mejor para mí, porque uno quiere llegar a la gente. Pero por otro lado no se puede ser esclavo de la gente. El que hace cosas no se debe a su público. Es que no tenemos por qué ser iguales. Eso parte de lo que hemos hablado antes, de una configuración mental de la realidad en la cual no caben los matices. Nadie, o muy pocos, tienen los cojones a decir lo que piensan, entonces pasa lo que pasa.

—¿Un fallo en Matrix es una señal de Dios?

—Puede ser. Hace 15 años, estando con el jefe de imagen de Cuarto milenio en un despacho del número 32 de la Gran Vía, editando el programa de madrugada en un silencio absoluto, mi compañero vio una cosa muy extraña, como una figura, y se quedó muy pensativo. Al día siguiente teníamos una reunión con todo el equipo y alguien que se equivocó entró en el despacho, miró y se fue. Y mi amigo, impresionado por una especie de vivencia extraña, me dice: “Coño, a ver si va a ser esto lo que vi ayer. Otra realidad, un fallo, que entre otro mundo en el tuyo”. Esa especie de desajuste puede ser el misterio. Ese fallo en Matrix lo que te hace es pensar que hay algo tremendo por ahí fuera y de vez en cuando interviene como un error de sistema. Al final, ese otro mundo es el misterio, es Dios y todo lo que hemos hablado.

Fuente: Zenda