domingo, 31 de diciembre de 2023

El raudo crecimiento del ecosistema de banca digital made in Bolivia


Era una noche de transformaciones. En La Paz, una de las Instituciones Financieras de Desarrollo (IFD) que en la década de los ochenta le abrió las puertas del sistema a los micro y pequeños emprendedores, presentaba con bombos y platillos una innovadora aplicación móvil que permitía aperturar cuentas de ahorro y Depósitos a Plazo Fijo desde 100 bolivianos desde el celular.

Entre los invitados de honor estaba el productor vitivinícola Pedro Vilte Salazar, uno de los primeros clientes de IDEPRO IFD. En mitad del evento, su nombre resonó en todo el salón. Los aplausos de los asistentes marcaron el compás de su caminata hacia al escenario. Tomó el micrófono, saludó y con una amplia sonrisa sentenció: “Soy el primer cliente digital a nivel nacional”, porque minutos atrás, explicó, había abierto un DPF desde el celular.

Para hacerlo, no dudó en cambiar el móvil sin acceso a internet y una pequeña pantalla monocromática no touch, por un moderno teléfono digital. “Es fácil y sencillo. A la edad que tengo pude hacerlo. Les invito a todos a que entremos al mundo digital”, dijo y, frente al auditorio, archivó en el bolsillo el “indestructible” Nokia. Una cerrada ovación celebró la decisión.

Al igual que el emprendedor, en los últimos años cientos de miles de bolivianos abrazaron las tecnologías digitales realizando transacciones financieras desde el celular. El último reporte de la Asociación de Bancos de Bolivia da cuenta de que entre enero y octubre de este año los bolivianos habían transaccionado USD55,7 millones de dólares en 149,8 millones de operaciones a través de la banca digital. En el mismo período de 2022 estas mismas transacciones eran casi la mitad (75,1 millones).

Esta historia de transformación comenzó en mayo de 2019 cuando el sistema financiero boliviano volvió a hacer suya la bandera de la inclusión. Todas las entidades habilitaron al unísono el uso del código QR en las transacciones financieras a través de Simple, un sistema que permite que el usuario final tenga la posibilidad de realizar o recibir un pago desde su teléfono móvil, independientemente de la entidad financiera en la tenga registrada su cuenta.

Así, la interoperabilidad plena en las transacciones marcó la diferencia y estableció un hito en la región al ser el primer país en Latinoamérica en aplicar el uso del código cuadrado que almacena información para las pagos y cobros bancarios. Después, Argentina, Perú y México siguieron el camino y hoy su uso se expandió de norte a sur.

La respuesta del público superó las expectativas más optimistas. A fines de mayo de 2019, cuando el código entró en vigencia, la Cámara de Compensaciones registró 1.619 transacciones con QR; a diciembre de ese año la cifra se había multiplicado más de diez veces llegando a 17.664 transacciones que equivalían a más de 1,1 millones de dólares transados.

En este proceso, las microfinanzas jugaron un papel protagónico. Ese año, por ejemplo, las caseras del mercado de Irpavi en La Paz se convirtieron en pioneras de la inclusión al abrir una cuenta de ahorro en BancoSol, e incluir en sus ventas de frutas, verduras, arroz, carne y otros alimentos, el código QR como mecanismo de pago.

Gradualmente, usuarios financieros de prácticamente todos los rubros aceptaron el reto de la banca digital y comenzaron a recibir pagos sin monedas ni billetes empleando el código creado en 1994 para rastrear vehículos y sus partes. El ecosistema comenzaba a tomar forma.

Con la irrupción de la pandemia de la COVID-19 unos meses después, la banca electrónica y digital se volvió el pan del día. Ante la imposibilidad de salir de sus hogares los consumidores financieros encontraron en las transferencias electrónicas y el innovador código en particular, el vehículo ideal para transitar sin restricciones por la autopista de la banca por internet.

El segundo mes de confinamiento (abril de 2020) las transacciones bancarias con QR pasaron de 4.905 a 10.447; en diciembre de ese año se registraron por primera vez en la historia transacciones electrónicas de tres dígitos (110.209) con un acumulado anual inédito: 447.962 operaciones que equivalían a USD35,8 millones.

Las cifras no dejan lugar a dudas. 2021 cerró con más de seis millones de transacciones por más de USD459,3 millones; el 2022 las transacciones crecieron en 515% (37,6 millones) y los montos de estas operaciones en 500% para llegar a USD2.757 millones.

Los resultados de 2021 y 2022 solo confirmaron que se había iniciado un camino sin vuelta; los usuarios preferían utilizar medios de pago electrónicos. Al tercer trimestre de este año, el uso del código QR se convirtió en el mecanismo de pago más empleado por los consumidores financieros (74% de las transacciones electrónicas) con 129 millones de transacciones que corresponden a USD49,981 millones de dólares.

Es importante hacer notar que la participación del valor transado mediante QR en el total de las transferencias electrónicas es del 17%. Según la Asociación de Bancos de Bolivia, 80% de estas operaciones se realizaron por montos menores a Bs500 y algo más de 70% por montos inferiores a Bs 250, lo que significa que los bolivianos realizan gran cantidad de operaciones por montos bajos.

Con el anuncio del Banco Central de Bolivia de un “QR oficial del Estado Plurinacional” que se enmarca en el principio de interoperabilidad, se avanza en la integración del sistema de pagos nacional.

Sin mirar atrás

Hoy, las caseras del mercado de Irpavi siguen utilizando el QR en sus cobros y pagos porque su uso ha crecido entre la población. “Hay clientes que no tienen el dinero a la mano; hasta por dos pesos usan el QR. Les facilita y a mí también porque es como un ahorro”, asegura Sonia que lleva 16 años con su puesto de verduras y fue una de las primeras en aceptar el desafío.

Sonia no solo emplea el código para su negocio. Lo utiliza para el pago de sus transacciones diarias y para otros usos en su banca electrónica. “Lo transfiero (el dinero) a mi cuenta de ahorro y de ahí debito los pagos”, explica. “He aprendido a manejar; al principio fue difícil, pero, practicando, practicando, se aprende”, agrega con una gran sonrisa.

Con 20 años de edad, María Belén es parte de la nueva generación de vendedoras que comenzó a emplear el código en el mercado de Irpavi desde hace poco. Su vínculo con la tecnología es innato. “Es conveniente porque no solo se usa para la venta de frutas sino para cualquier pago. En mi caso, lo uso para el pago de matrículas en la Universidad, para pagar en las tiendas o transferir dinero entre la familia”, dice la joven estudiante de Ingeniería de Sistemas que desde hace un año apoya a su mamá en el negocio de la familia.

Para María Belén, no son muchas las personas que emplean este sistema de pagos y las personas mayores son las que mayores dificultades tienen con la banca desde el celular, pero, asegura con entusiasmo, “aquí les ayudamos y hacen el pago”.  “Es fácil, para jóvenes y mayores; depende de cómo te vayas actualizando a los avances de la tecnología”, agrega la joven que usa la banca digital de varias entidades financieras.

Surge la pregunta de rigor: Si te dieran la posibilidad de hacer todo con QR ¿aceptarías? “¡Sí!”, responde sin dudarlo, “porque es más fácil y seguro. Solo digitas la cantidad y ya”.

Los desafíos

Pese a los avances, aún queda mucho camino por recorrer. Por ejemplo, Sonia —la experimentada vendedora del mercado de Irpavi— sigue realizando el pago a sus proveedores de verduras con dinero en efectivo porque ninguno de ellos utiliza el mecanismo.

La situación muestra, precisamente, una de las trabas comunes identificadas por el Banco Mundial en el avance a la inclusión es la falta de habilidades digitales porque “la ausencia de las cuales lleva a la falta de familiaridad o interés en sus potenciales beneficios”.

“La región como un todo está por detrás del promedio de los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) en habilidades digitales básicas, intermedias y avanzadas —apenas el 28 por ciento de la población cuenta con las habilidades más básicas, comparado con 64 por ciento en la OCDE”.

A partir de su experiencia en Ecuador, José Sánchez experto en tecnología y representante de Business Innovation, una empresa dedicada a la generación de este tipo de soluciones para el sistema financiero, asegura que es imprescindible aplicar innovaciones que permitan cerrar las brechas que aún persisten.

En Ecuador, explica, “el 50% de las personas no están bancarizadas y no tienen acceso a internet. Es un mercado supergrande donde hay grandes oportunidades por el tema conciencia social”.

¿Qué herramientas les podemos dar a estar personas para que puedan ser incluidas en el sistema financiero? La respuesta no se hace esperar. “Una App que no requiera de internet. Por ejemplo, un teléfono análogo que se acerque a una de las personas que trabajan con el sector informal. Es de gran utilidad porque imaginemos a las personas que ganaron entre 20 y 30 dólares ese día y para que no regresen a su casa con el dinero y les roben, pues vayan a una tienda, depositen el dinero y se genera un código con el que pueden ir a un cajero. Es necesaria una coordinación con todo el ecosistema. Que la banca preste sus cajeros para este sector vulnerable y que invierta en este tipo de proyectos”, explica.

Para Marcelo Zabalaga, el expresidente del Banco Central de Bolivia y uno de los fundadores de las entidades que escribieron las primeras letras del sistema microfinanciero boliviano, es imprescindible desarrollar mecanismos creativos que suplan las deficiencias que aún existen de acceso al sistema financiero boliviano.

“Falta mayor dinamismo en el Estado para crear facilidades más allá de las instituciones. La intermediación financiera entre los actores de la economía es mucho más potente que los préstamos que damos. Creo que tiene que hacerse un esfuerzo desde el Estado”, asegura el experto.

A partir de una experiencia personal en la que se convirtió en un intermediario al realizar una transacción desde su móvil para una persona que no tenía acceso a la banca por internet, plantea el desarrollo de este tipo de agentes, principalmente fuera de las ciudades. “Debería capacitarse a almacenes, tiendas de barrio y pequeños comerciantes en el área rural donde más falta hace, para realizar las transacciones del comprador y vendedor”.

Reynaldo Marconi, un experto en microfinanzas, afirma que el siguiente paso en la inclusión es generar sinergias entre el sistema financiero y el Estado.

“Tenemos un nivel de inclusión financiera muy interesante. El reto es promover aún más el desarrollo productivo del país. Los bancos tienen una plataforma muy buena con mucha capacidad. Si esa capacidad se juntara con políticas públicas que apoyen el desarrollo productivo de una manera más efectiva, se lograría el desarrollo del productor como tal en los diferentes campos” explica.

Más allá de un mayor uso de tecnología, para el presidente de la ASOFIN, Marcelo Escobar, la inclusión se profundizará generando un nuevo tipo de visión y enfoque de negocios, “basado en la demanda y uso de nuevas tecnologías, en la innovación de procesos internos, en la experiencia del cliente y en un cambio de cultura organizacional hacia la sostenibilidad“.

Para el reconocido investigador Claudio Gonzales-Vega, experto costarricense en la materia, las microfinanzas son el motor y ancla del sistema financiero boliviano. “Hoy me atrevería a llamar a las IFD, el motor y ancla de inclusión financiera en Bolivia por su papel en la incorporación de poblaciones más difíciles a las carteras del sistema porque en el tema de inclusión lo que importa es el número de personas atendidas”, asegura.

Los números lo demuestran

Las entidades de ASOFIN atienden al 63% de los prestatarios del sistema financiero nacional, realizan el 54% de las operaciones de crédito del Sistema Financiero Boliviano (SFB), mantienen el 26% de la cartera del SFB, el crédito promedio que conceden se ubica en USD6.500 y atienden al 21,2% de la población económicamente activa del país.

En 1993, las cuatro IFD que conformaban Finrural al momento de su nacimiento, tenían algo más de 5.600 clientes de crédito a nivel nacional. A octubre de este año la cifra escaló a 602.453 clientes, de los cuales el 65,2% son mujeres; la cartera a octubre llegó a USD1.160 millones y la mora al 2,6%.

En banca digital, las entidades microfinancieras fueron pioneras. BancoSol, por ejemplo, lideró la masificación del uso del QR entre los micro y pequeños empresarios cuando el código comenzó a emplearse en 2019 y hace poco, lanzó una facilidad para que sus clientes puedan delegar a quienes atiendan sus negocios sin necesidad de que sean clientes de la entidad, el cobro mediante el uso de un QR.

Recientemente, IDEPRO IFD marcó un hito con el registro, en algo más de un mes, de 40.000 cuentas de ahorro digitales, lo que significa que sus clientes abrieron y ahora gestionan su caja de ahorro, exclusivamente desde el celular, sin necesidad de apersonarse a una agencia fija.

Gonzales-Vega va más allá. La experiencia boliviana, afirma, “ha sido única en el mundo en la contribución de las entidades de microfinanzas al desarrollo del sistema financiero en su totalidad”.

Marcelo Escobar, presidente de la Asociación que aglutina a las entidades financieras especializadas en microfinanzas (ASOFIN), asegura que a lo largo de los años el sector ha demostrado “su innata capacidad para generar crecientes niveles de inclusión financiera a través de un acelerado proceso de bancarización y canalización de recursos financieros”. El creciente número de captaciones y colocaciones lo evidencia. 

“La flexibilidad de garantías, la amplia cobertura a nivel nacional y la diversidad de productos e innovación con la incorporación de herramientas digitales, acompañada de educación financiera, han sido aspectos fundamentales que han permitido alcanzar dichos resultados”, asegura Escobar.

Nestor Castro, gerente general de Finrural, la entidad que agrupa a las nueve Instituciones Financieras de Desarrollo (IFD) que operan en el país, afirma que, desde siempre, las microfinanzas han buscado la inclusión “con el objetivo de llevar los servicios financieros a la población menos atendida por el sistema financiero tradicional”.

Según los datos de Gonzales-Vega, en 2014 la cartera de las entidades de microfinanzas representaba más de una tercera parte (37%) del total de todo el sistema financiero “muy lejos de los resultados alcanzados en cualquier otro país”. “Los clientes de las instituciones de microfinanzas representaban tres cuartas partes de todo el sistema (74%) con una construcción sustancial creciente de las IFD sobre todo en los procesos de inclusión de aquellos que no habían sido deudores institucionales nunca: los excluidos”.

En el sistema financiero boliviano las entidades especializadas en este rubro están agrupadas en dos organizaciones: ASOFIN (que aglutina a seis entidades financieras, tres bancos múltiples, dos Bancos PyME y una entidad financiera de vivienda) y Finrural (que asocia a las nueve Instituciones Financieras de Desarrollo, IFD entidades sin fines de lucro que brindan servicios de intermediación financiera e integrales).

Fuente: Economy

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