domingo, 1 de enero de 2023

Comunicar es vaciarse, no llenarse de información


Cuando imaginamos la comunicación, siempre pensamos que es un proceso en el que algo viaja de un emisor a un receptor, mediante un canal. Algo parecido a un paquete, que termina almacenado por su receptor en un conjunto semántico de elementos poseídos.

Pero, como decía Marcel Proust sobre el acto de la posesión carnal, en éste nada se posee: y esto mismo ocurre con la comunicación. En la comunicación más auténtica, nada recibimos, nada consumimos. Quizá podríamos decir que la comunicación verdadera nos posee a nosotros, vaciándonos de todo el ruido, de toda la maraña de infoxicación, que desgraciadamente hoy en día nos rodea.

Al igual que cuando contemplamos un paisaje, y nos llenamos de su belleza, nos “lavamos” los ojos, cuando alcanzamos el sentido profundo en la comunicación, y el sentido de algo se nos hace nítido y crucial, olvidamos muchas cosas superfluas. Y podríamos decir que cuando algo nos comunica un sentido, nos vacía, más que nos llena.

Comunicación y catarsis

Los griegos conocían la interconexión entre la comunicación y el proceso de limpieza, o catarsis, como ellos lo llamaban. Las formas de su cultura en las que la comunicación, representación o puesta en relación entraban en funcionamiento podían ejercer funciones muy profundas.

Que un pensador pueda comunicar más cuando no comunica o que la máxima proclamación de una religión se manifieste en el secreto y el silencio son ejemplos de sus ideas refinadas de la comunicación.

Sócrates y Platón representan arquetipos de una comunicación no transmisiva, en la que el silencio, la pregunta, el testimonio indirecto y el enigma son más cruciales que la afirmación, la doctrina, la autoridad o lo sabido. No saber nada era, para los griegos, el culmen del conocimiento. Y fueron más allá, con Heráclito, al descubrir que los procesos más simples están marcados por la contradicción y el oxímoron.

Purificación y resonancias de sentido

La sensación de un significado completo, de una comunicación de verdad, es una sensación de purificación. Como si se adensara algo ya sabido. En lugar de transportar alguna cosa, el proceso parece transportarnos a nosotros, situarnos un poco más atentos a las resonancias de sentido de lo que ya tenemos por cierto, de lo que ya hemos abrazado como verdad.

En lugar de aportarnos información, la comunicación auténtica parece trabajar desprendiéndonos de información irrelevante, de toda la que es un obstáculo para nuestra atención. La comunicación parece terminar en la atención y no al revés; es el proceso por el que aprendemos o recibimos un mensaje valioso.

El ruido informativo

En el estudio de la información, sabemos que ésta va siempre acompañada de ruido: se trata de aquella información desvinculada, equiprobable, incierta, que impide el acceso al significado. Este es siempre una reducción del ruido: una vinculación o combinación fijada entre signos de cuya fusión y ensamblaje sale una síntesis creadora.

Y eso es la información: no simplemente los datos caóticamente fluyentes en el universo comunicativo, sino la combinación reductora que nos transmite lo esencial. Una simplificación que es más completa que sus ingredientes iniciales.

Reducir a lo crucial

Todo esto tiene una muy profunda relación con la verdadera esencia de comunicar. Hoy en día, cuando vivimos permanentemente enganchados a tecnologías que parece que nos garantizan los datos y los vínculos, nos sentimos profundamente vacíos y solos, y ello porque seguimos creyendo que comunicar es un proceso acumulativo, de consumición de datos, igual que el consumo de alimentos o de objetos.

Pero la comunicación es un proceso inmaterial, que afecta a todo lo real. En ella, el vínculo y el acceso a la información crucial se producen por la reducción de complejidad y la unión semántica en un todo significativo.

Communio o unificación

Lo que llamamos entender un significado es establecer un nexo entre un signo y lo que representa. Cuando comprendemos una cadena de signos en un texto, el vínculo y nexo entre elementos crece, y eso significa que disminuimos su dispersión. Cada mensaje supone conectar lo disperso, resumir y reanudar lo que parece sin relación.

En la esencia misma de cada comunicación debe estar la communio, es decir, la unificación, sea de los contenidos, o sea, y ahí damos el salto, de las personas que a través de los contenidos se sienten ligadas.

Esto implica que comunicar no es sumar y sumar elementos en un conjunto, en el que, cuantos más elementos halla, mejor se comunica. El proceso informacional y el semiótico implican que menos es más: el sentido despoja y desnuda de insignificancia, de datos inútiles, de ruido, lo esencial que debe transmitirse. Y ésa es su función auténtica.

Conexión y caos

Esto es posible porque todo el significado de las cosas y de la realidad que nos rodea está interconectado. El sentido es como un árbol, unificado en su tronco y raíz, igual que el desarrollo de la inteligencia.

Hoy estamos empeñados en acumular incongruencias y diversificaciones como si de por sí, y sin el sentido, valieran algo. Somos chamarileros de una comunicación incapaz de encontrar su propia riqueza, y su sentido, en el universo caótico de datos en que hoy nadamos.

Conexión de las mentes

Comunicar de manera auténtica es, desde lo más profundo de la esencia de los signos y la información, reducir a la verdad. La conexión intersemiótica de los textos es un símbolo de la conexión de las mentes o “commens” de la que hablaba el gran Charles Peirce.

La nitidez, en el tiempo y en el espacio, de los grandes mensajes, cada vez más únicos y profundos, es el centro y modelo de lo que debe ser nuestra comunicación. Hablemos, sí, pero no para rellenar el espacio y el tiempo de basura infoxicativa, sino solamente para generar con ella un sentido de la vida.

Fuente: The Conversation

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