martes, 12 de enero de 2021

Viaje a la oficina (inteligente) del futuro


¿Recuerdan cuando, hace poco más de diez años, Steve Jobs fue portada de prácticamente todos los periódicos del mundo mientras sostenía en su mano, sonriente, una pequeña pantalla llena de extraños y coloridos iconos? Ese día, en la presentación del primer iPhone allá por 2007, la mayoría lo vieron como un nuevo invento de carácter lúdico reservado a unos pocos. Un teléfono móvil sin botones, con acceso a internet y a algunas aplicaciones sorprendentes, y poco más. «Un juguete efímero para ricos», como lo tildaron algunos sectores tecnófobos en su momento. Pero ese aparatejo de diseño inmaculado era mucho más que un capricho insustancial. Fue el principio de algo que un poco tenía que ver con la industria del entretenimiento, sí, pero mucho más con la industria del pragmatismo: cambió nuestro futuro laboral y la manera en la que empezaríamos a trabajar. Fue el primer paso a otra revolución industrial. Aunque nos harían falta unos cuantos años más para asimilarlo, ese hito ya estaba ahí mucho antes de que nos diéramos cuenta. Concretamente, cuando la mayoría no supimos leer el subtexto de aquella sonrisa triunfal de Steve Jobs.

Dejemos a un lado el frenesí tecnológico de los últimos diez años y pensémoslo por un momento: si alguien nos hubiera dicho a principios de este siglo que en la palma de nuestra mano tendríamos la predicción del tiempo casi al segundo, los correos electrónicos de los clientes, el informe de resultados del último ejercicio, las presentaciones de esa reunión a la que no pudimos asistir, el camino más rápido para ir de un punto A hasta un punto B sin pillar atasco, las fotos de la última campaña de marketing de la cuenta más importante de nuestra cartera de clientes, el diagnóstico detallado de un paciente, una carta de despido… Le hubiéramos tomado por loco. Hoy, lo asumimos con total normalidad cuando desbloqueamos el teléfono.

Esto no va ya de Apple, sino de dispositivos al alcance de todos, y que cada vez realizan más tareas por nosotros. Hasta hace no mucho decíamos la caja tonta para referirnos a la tele. Ahora, nos planteamos si no somos nosotros cada vez más tontos y la tecnología cada vez más lista, porque así es como la inteligencia artificial (IA) entró en nuestras vidas sin que nos diésemos cuenta.

Rocío Díez: «La IA ya está en nuestra vida cotidiana, seguimos trabajando en oficinas tontas»

«Vivimos tiempos líquidos», repetía el filósofo Zygmunt Bauman cuando hablaba de modernidad. Se refería a entornos sociales, económicos y profesionales en los que impera la transitoriedad y resulta una pérdida de tiempo prever escenarios –y mucho menos anticipar una tendencia– sin errar el tiro. Y, al mismo tiempo, nos convertimos en protagonistas involuntarios de esas películas de ciencia ficción que tanto nos marcaron en el pasado, y que nunca imaginamos que dejarían de ser ficción en el presente. Un ejemplo: imagine que tiene que plantear, junto a su equipo, una serie de propuestas para un proyecto importantísimo que le ha pedido un cliente. Imagine que ese encuentro tiene lugar en la sala de reuniones de su oficina y que esa estancia lee su cerebro, que sabe qué música quiere escuchar y se la pone nada más traspasar el umbral de la puerta en función de su estado de ánimo, que le planta en una pantalla el resumen de la última reunión y en otra el orden del día para hoy, que regula la tonalidad e intensidad de las luces para incitar a la máxima creatividad, y que, si detecta que su equipo entra en un claro decaimiento del fragoroso brainstorming les propone, de viva voz, que tomen un descanso y se relajen. La supercomputadora HAL 9000, de la nave de la película 2001: Odisea en el espacio, hacía algo parecido… pero se rodó a finales de los sesenta. Su director, Stanley Kubrick, jamás imaginó que pudiera llegar a ser algo real, ni mucho menos que estuviera aplicado a algo tan rutinario como una jornada laboral.

Esa «sala inteligente», como la denominan en Steelcase –una empresa dedicada a diseñar espacios de trabajo fundamentados en criterios científicos–, puede ser parte de nuestra normalidad mucho antes de lo que pensamos. La inteligencia artificial hace tiempo que empezó a inmiscuirse en nuestra vida, y ahora se expande a nuestro entorno laboral. «Los espacios de trabajo son tontos», dice Rocío Díez, portavoz de Steelcase. «La tecnología ya está en muchos de nuestros entornos cotidianos: sabemos lo que es la domótica en el hogar, usamos relojes inteligentes, conducimos coches que frenan solos ante una emergencia… Pero cuando llegamos a nuestra o cina, en muchos casos, nos conformamos con una mesa, una silla, un ordenador viejo y poco más».

A cualquiera se le viene a la cabeza el oficinista umbrío y grisáceo, estabulado en un cubículo de pladur bajo una luz de neón impenitente. Es una imagen atávica pero, todavía hoy, rabiosamente actual. Y eso contrasta con lo que veremos en breve. «Oficinas diáfanas bien diseñadas y llenas de sensores, y salas de trabajo inteligentes que son un miembro más del equipo», dice Díez.

Bailando con Excel

Las tareas menos especializadas serán suplidas antes de lo que pensamos, y no por otras personas más cualificadas, sino por la propia oficina, en su sentido físico. La experta cree que el cambio más notable será que se difuminarán las líneas entre la tecnología y el entorno. «Gracias a sensores inteligentes y software de reconocimiento de voz, el espacio de trabajo se ocupará de la mayor parte de las labores administrativas diarias, como transcribir actas de reuniones, programar las conferencias y responder a correos electrónicos rutinarios comportándose, en definitiva, como un obediente colega», continúa.

Vivimos en un océano de datos en el que las empresas recogen más información que nunca. De hecho, su gestión se ha convertido en uno de los mayores activos actuales. Y justo ahí es donde va a intervenir la IA. «Vas a pasar de ver las tablas de Excel, a interactuar con ellas a través de realidad virtual. Vas a poder mover los números, estarás integrado dentro de los datos. La información ya no serán cifras, sino información trabajada. Las tablas dinámicas ya existen, solo falta integrarlas con realidad virtual», apunta Díez. Ella cree que se van a implantar redes de información inteligente apoyadas en la traducción simultánea, concentrada en un chip con el que podremos comunicarnos con todos los equipos a nivel internacional y entender todos los idiomas. «Hay conocimiento en todo el mundo: imagina a equipos médicos formados por gente de muchos países para resolver el problema de un paciente concreto», plantea.

Es posible que eso suceda antes de lo que pensamos. «Los espacios abiertos, diseñados para el bienestar, se adaptarán a los distintos estilos de trabajo y la personalidad de los equipos que los ocupen. La oficina se parecerá más a una persona que nos guiará a través de nuestro mejor yo o, al menos, de nuestro mejor yo trabajador», apuntala la experta.

La oficina del empleo líquido

Cuando hoy nos referimos al concepto trabajador, conviene empezar a desterrar ciertas convicciones. El trabajo líquido, que ya empieza a extenderse, será lo que impere en el futuro: ya no primará el casarse con una empresa, su espacio físico, y su equipo de trabajo. El individuo será reconocido por su(s) talento(s), y participará en diversos proyectos donde se le reclame, con un claro sentido de la ubicuidad.

Los avances tecnológicos aplicados a una oficina son, precisa y paradójicamente, los que permitirán no depender de ella, como la realidad virtual, o incluso los hologramas. De aquí a unos pocos años, este tipo de mecanismos ayudarán a los agentes de la economía gig –que en España denominamos comúnmente «colaborativa»–. Los nuevos innovadores tecnológicos crean startups que son, en realidad, plataformas para el intercambio de conocimientos, objetos o experiencias, y operan así con mínimos costes y sin necesidad de permanecer en un espacio concreto, y se convierten en mediadores de un sector.

La multinacional francesa BNP Paribas ya utiliza hologramas para mantener reuniones a distancia a tiempo real

La realidad virtual es la que potencia esa condición líquida, o lo que es lo mismo, abre la posibilidad de hablar cara a cara con gente que está en otros puntos cardinales del planeta. Los hologramas son el siguiente paso: ya no hará falta que nos pongamos unas gafas de realidad aumentada, sino que la imagen en 3D de nuestro interlocutor aparecerá ante nosotros directamente, igual que Obi-Wan Kenobi se le aparecía a Luke Skywalker a través de R2D2.

No hay que revisionar La guerra de las galaxias para entender de lo que hablamos: su uso empieza a implantarse tímidamente pero con convicción en diferentes sectores, como es el caso del inmobiliario. Por ejemplo, la multinacional francesa BNP Paribas Real Estate los utiliza para mantener reuniones a distancia en tiempo real. Además, hace tiempo que recurre a gafas de realidad aumentada para mostrar sus inmuebles por dentro sin necesidad de desplazarse hasta ellos.

Tecnología y crisis, ¿matrimonio imposible o necesario?

Es inevitable contextualizar todos estos avances en la crisis sanitaria y económica en la que nos encontramos. Muchas empresas van a apretarse el cinturón, y queda por ver si la aplicación de nuevas tecnologías en el ámbito de trabajo, con la inversión que supone, quedará pospuesta o, por el contrario, se producirá una aceleración imprevista. Aunque, según el último estudio de la consultora McKinsey&Company, casi una de cada dos empresas asegura haber ahorrado costes con la implantación de la IA, aún no hay una respuesta clara.

En un encuentro reciente de los principales actores del sector de las TIC, el presidente de Telefónica España comentaba que ha habido procesos y planes de digitalización de empresas «planteados inicialmente a dos y tres años que se han acometido en apenas tres meses». No cabe duda de que la pandemia ha acelerado el teletrabajo y, por extensión, el desarrollo de muchos procesos online que antes se llevaban a cabo de forma presencial. También, gracias a eso, muchas compañías han conseguido mantener su productividad pese al azote coronavírico.

Esto se refleja en la bolsa de trabajo: mientras las cifras de desempleo están disparadas desde el pasado abril, las vacantes de perfiles con conocimientos de inteligencia artificial se han mantenido casi estables. «Se trata del sector no vinculado a la pandemia que menos caída registra en la oferta de empleo. En nuestra plataforma supone un 14% del total, y se posiciona como el segundo sector que registra una mayor demanda en el periodo de covid-19», explica Mónica Pérez Callejo, portavoz de Infojobs.

Sin embargo, el temor a un cambio de paradigma por parte de algunas empresas venía de mucho antes de la covid-19, con un especial estancamiento en nuestro país. «Dinamarca tiene un embajador de tecnología en Silicon Valley, y todo el país se ha migrado a la nube. Emiratos Árabes tiene un ministro para Inteligencia Artificial. En España aún seguimos en el debate eterno, desde hace años, de si los robots van a quitarnos el trabajo», apunta Raquel Roca, autora de Knowmads: los trabajadores del futuro (Editorial Lid).

Sebastián Marín: «En España se legisla, pero no se crea un marco claro y contundente para aplicar el teletrabajo»

Es posible que la semántica de las expresiones grandilocuentes tenga algo que ver con estos temores. «Soy partidario de hablar de transición digital, en lugar de transformación digital para denominar al momento que estamos viviendo industrialmente», opina Alberto España, director del Máster de Industria 4.0 en la Universidad Internacional de Valencia. «No cabe duda de que estamos en una nueva revolución industrial, pero la palabra transformación puede provocar un lógico rechazo debido a que no acaban de entender por qué tienen que entrar en un mundo lleno de tecnologías que desconocen. Transición, sin embargo, es progresar basándose en el uso de tecnologías, pero anteponiendo el conocimiento previamente adquirido. Se toma a las personas como punto de partida y a la mejora continua como objetivo», concluye.

Sea cual sea la palabra que se emplee para definirlo, ambas se refieren a un proceso que requiere tiempo, justo lo que nos está arrebatando la pandemia. Sin embargo, la aplicación de las tecnologías en el ámbito laboral no es una rémora: puede ayudarnos a salir de la crisis. «No es que vaya a faltar trabajo, sino gente preparada. La novedad es que ahora hace falta que existan esos profesionales para antes de ayer», advierte Marta García Aller, autora de Lo imprevisible (Planeta). «Los países con mayores tasas de robotización son también los que menos desempleo tienen, y los más resilientes a esta crisis, según las previsiones de los organismos internacionales. Es absurdo agitar en España el miedo a la inteligencia artificial cuando el miedo debería ser a la falta de inversión en ciencia y en tecnología, y en preparación para la robotización. No se entiende que tengamos un 44% de tasa de desempleo juvenil. Es por una falta de adecuación en este país a cómo se forma a la gente, y lo que el mundo necesita», explica.

En este sentido, Sebastián Martín, socio fundador de la consultora Keypeople, y director de RR. HH. de Entradas.com y We Are Knitters, también apunta a un déficit de preparación y apunta a los poderes públicos. «Nos enfrentamos a una situación parecida a la que hemos vivido en los últimos 20 años con el inglés. Seguimos estando por debajo de la media europea. En España se legisla, pero no se crea un marco claro y contundente para aplicar un teletrabajo en el que, por ejemplo, se pueda integrar la realidad virtual. El valor de la tecnología ha quedado demostrado cuando tantas empresas han sido capaces de continuar con su actividad de una manera medianamente normal en este escenario de crisis e improvisación, lo que indica que se puede». Y remata: «Imagina un cambio de paradigma mucho más meditado, con más tiempo, en el que se pudieran incluir la IA, la realidad virtual, y la ubicuidad sin darle esa importancia sacra al espacio físico de trabajo. Eso es justo a lo que tenemos que aspirar».

Imagen: Brujula Digital

Fuente: Ethic

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