Era el último fin de semana de julio. Año 1977. Bolivia estaba de luto: habían fallecido el ex presidente David Toro Ruilova (héroe de la Guerra del Chaco, uno de los líderes del socialismo militar) y la pintora María Esther Ballivián Iturralde. Reinaba/atemorizaba el dictador Banzer Suárez. En Puerto Cabello, el país estrenaba su primer barco nacional desde la Guerra del Pacífico: fruto de los acuerdos entre el susodicho y el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez.
El cine 16 de julio estrenaba el segundo largometraje de Antonio Eguino Arteaga, “Chuquiago”. La recaudación de la “premiere” era destinada al hospital Juan XXIII de Munaypata. Luis Espinal Camps y Pedro Susz K. publicaban en Presencia y El Diario sendas críticas laudatorias. Susz, que había hecho la foto fija del “largo”, titulaba: “Mirar hacia adentro”. Espinal -que había asesorado el filme y se había encargado de la continuidad- optaba por un misterioso “La tenaza ambiental”.
El club Bolívar ganaba el clásico (gol del gran Luis Gregorio Gallo, hombre de la selección argentina, fichado por Mario Mercado) contra el club The Strongest. Se había jugado en Tembladerani (con nueve mil hinchas que habían abarrotado el Estadio “Libertador Simón Bolívar). Los que no habían podido comprar una entrada miraban desde los cerros de Bajo Tacagua. Era un fin de semana como pocos.
En el teatro “Modesta Sanjinés” de la remozada/municipal Casa de la Cultura, unos muchachos provenientes de barrios populares de la ciudad (Santa Bárbara, Villa Victoria, San Sebastián) debutan en teatro con adaptaciones de Peter Hanke y Franz Kafka (“El pupilo quiere ser tutor” e “Informe para una Academia”).
Se hacen llamar “Teatro de La Escalera”. Se han conocido durante el rodaje de “Chuquiago”. Hacen su debut nada más y nada menos que el fin de semana de estreno de la película que más gente llevará a las salas oscuras de los cines en la historia de la cinematografía boliviana: un millón de espectadores.
José Bozo Jivaya y Guillermo Aguirre González viven -respectivamente- en la avenida Pando y en la Illimani, esa que baja desde el mercado Yungas hacia el estadio de Miraflores. Sus padres tienen tiendas/talleres: el primero de letreros y pinturas; el segundo, de tapicería. Así de esa manera, armando/pintando decorados para el teatro llegan al mundo de las tablas.
Bozo es tímido y lo del entrañable “Gordo” Aguirre –“alma pater” del grupo- será inventar/escribir historias y relatos, siempre pegados al “ajayu” de la ciudad. El dúo se conoce con Daniel Quintana Téllez, recién salido bachiller, vecino de la calle Sagárnaga. Es acomodador y proyeccionista del cine Abaroa. Lleva unos años (desde el 72, gracias al contacto de Freddy Alborta con Antonio Eguino Arteaga) aprendiendo el oficio de fotógrafo en el famoso estudio Foto Eguino (primero en la avenida Seis de Agosto, luego en la plaza del Estudiante, donde sigue hasta hoy).
Quintana sueña con ser cineasta: agarra la Bolex cada vez que puede. Y por ser “pintudo”, es invitado para debutar en teatro, haciendo el papel de “El Tutor”. José Sanjinés Velasco hace de “Pedro, el Rojo” y José Leopoldo Sanjinés V., de “El Pupilo”. Este último, que en 2024 publicó un libro de relatos llamado “Diario de un prostático”, es el director no oficial de la obra. No firma como tal porque la dirección es colectiva, como mandaban aquellos tiempos de utopía y rebeldía.
“¿Y por qué se pusieron ese nombre?” preguntaron una vez al inolvidable “Gordo” Aguirre. “Porque siempre estamos subiendo escaleras”. El chango Guillermo está encargado de las luces, música, sonido, construcción escenográfica y continuidad. Gaspar Vera Jemio (uno de los pocos que todavía vive al día de hoy) es jefe de escena y diseñador de la escenografía junto a Pepe Bozo. De la foto, se encarga -como no podía ser de otra manera- Quintana.
En el folleto que reparten al público del teatro de la Casa de la Cultura, se agradece especialmente a Ana María Vargas y a Freddy “Gordo” Delgado, ex ayudante de albañil, pilar esencial de los trabajos cinematográficos de La Escalera. Hacen cuatro pases, de jueves a domingo. El embajador alemán de la época no se había fiado del elenco y había pedido -él había puesto la plata- un ensayo general para dar la aprobación definitiva.
El contacto de Aguirre con la embajada europea es otro compañero del elenco Guillermo Barrios (recién llegado de Alemania donde se ha especializado al haber estudiado en la empresa de producción de cámaras ARRI). El recordado árbitro de fútbol Alfonso Seligman (trabajador en la misma embajada y que hoy descansa en el Cementerio Judío del barrio de San Antonio en La Paz) también ayuda para lograr el debut teatral de La Escalera.
La (olvidada) crítica de teatro del periódico El Diario, Carla Medinaceli, desea en su reseña “constancia, integridad y éxito” al elenco. Sus anhelos no serán escuchados. Será la primera y última vez que el “Teatro de La Escalera” suba a las tablas.
En el cine sí será el grupo más constante. Su primer cortometraje (que estos días se puede ver en la Cinemateca Boliviana) es todo un éxito. “Hasta cuando” es el primer trabajo cinematográfico que tiene como protagonista a un carpintero alcohólico y su triste final. Es un viejo “artillero”, es la prehistoria de los “cementerios de elefantes”. Es una verdadera joyita del cine nacional con la participación de personajes reales, tomadores consuetudinarios de la urbe.
La película gana el flamante “Cóndor de Plata” por delante de una obra del infatigable Diego Torres Peñaloza. Los rollos de 16 milímetros los han conseguido de contrabando gracias a un contacto en Televisión Boliviana, un camarógrafo de apodo “Ugarteche”. Es la primera película hecha por trabajadores del cine boliviano. Todos han arrimado el hombro. Gabriel Báez, más conocido como “La Pulga Eléctrica”, es un carismático empleado de la Bolivian Power y ha colaborado bajando la luz de los postes para poder rodar en los barrios de La Paz. La Escalera, al contario de otros colectivos de ayer y de hoy, era clase obrera.
El propio Antonio Eguino queda sorprendido de la habilidad y talento de los muchachos. El plano inicial, un barrido panorámico del centro hacia las laderas, obra de Daniel Quintana, sorprende a propios y extraños. Oscar “Cacho” Soria Gamarra le había prestado un manual de lenguaje cinematográfico y Quintana aprendía rápido. El cámara Juan “Juanito” Miranda, que venía de laburar en el Proinca con Hugo Roncal y había sido asistente de cámara con Sanjinés en “Ukamau” en 1966, también da una mano.
La música corre a cargo del Grupo Coca (y su tema “Mama india”), el sonido y el montaje sonoro corresponde a Gaspar Vera y la voz narradora es de Freddy Cano. La mezcla en laboratorio la hace Luis Zegarra de Televisión Boliviana.
El gran Hugo Pozo hace de Nicolás, el protagonista. Guido “Lechuguita” Álvarez hace de “Sullu”. Antonia Arias, una vecina de pollera de la avenida Illimani, es la esposa y la hija del “Gordo” Aguirre, Patricia, es la hija. La dirección, como no podía ser de otra manera, es conjunta y es firmada por los cinco de La Escalera: Daniel Quintana, Guillermo Aguirre, José Bozo, Freddy Delgado y “Joselo” Sanjinés.
Su segundo cortometraje “Por qué” (1979) sobre el aborto no tiene el éxito esperado. Rodado en el hospital materno-infantil de Miraflores, La Escalera se adelantó a su tiempo. La película de media hora de metraje tenía a Tatiana Cordero y David Vargas (un retocador fotográfico de Tupiza) como protagonista. Se estrenó en la Casa de la Cultura “Franz Tamayo” y tuvo pases en colegios fiscales. Hay tres copias de esta película: una en la Cinemateca (sin restaurar a día de hoy), otra en el estudio Foto Eguino y otra en manos de la hija de Aguirre.
La tercera obra del colectivo es “Dale Martín” (1980). Es la historia -también triste- de un chango que sueña con ser atleta y llegar a los Juegos Olímpicos. La Paz había celebrado los Juegos Bolivarianos y los niños querían ser futbolistas o corredores de fondo. Martín, el hijo de un orfebre, es el protagonista. Quiere ser Ricardo Condori Sonco que venía de participar en los Juegos Olímpicos de Munich 1972. Su meta: alzar los brazos entando como ganador en la pista del Estadio “Hernando Siles”.
La Escalera aprovecha la carrera organizada por la radio Nueva América de Raúl Salmón para grabar las secuencias de la competencia entre la plaza Riosinho de la Zona Norte hasta Miraflores. El guion de Aguirre ha previsto un final feliz pero Martín, falto de comida y preparación, se desmaya llegando a la plaza del stadium. Los directores de La Escalera cambian abruptamente el final sobre la marcha. Martín se sienta en las gradas de la cancha y ve como otro recibe la medalla.
El cuarto y último trabajo cinematográfico se llama “La Red” (1982). Es un encargo de la USAID y la embajada norteamericana. Es el único que graban en video U-Matic; el primero a color. Es un documental filmado en el Chapare sobre los eslabones del narcotráfico. Ese mismo año, el grupo firma como tal en los créditos de “Mi socio” de Paolo Agazzi Sacchini. Los últimos trabajos colectivos son para la publicidad del canal 7 donde también colabora José Soto.
Todos van a continuar trabajando en el cine boliviano a título individual aunque Guillermo Aguirre -formado después como comunicador- reivindicará el laburo de grupo en otros filmes como “Amargo Mar”, “Los hermanos Cartagena”, “Jiwasa”, “Los Andes no creen en Dios”, “Moreno sin máscara” o “El día que murió el silencio”.
En 1984 cuando llega a La Paz el cineasta (montajista) cubano Justo Vega para participar en “Amargo Mar” de Antonio Eguino, se ofrece a editar de nuevo los tres primeros cortometrajes del grupo, montados en un principio de manera artesanal. Las copias masterizadas en La Habana son ahora parte de la pequeña historia del cine boliviano.
Fuente: Opinion
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