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martes, 22 de abril de 2025

Pascal Bruckner, un filósofo contra el victimismo


Pascal Bruckner no ha soportado las quejas lastimeras desde su célebre ensayo El sollozo del hombre blanco, con el que a principios de los años 80 denunciaba el eterno sentimiento de culpa de Occidente, demasiado inclinado a autoflagelarse como para construir una relación sana y verdaderamente respetuosa con el Sur del mundo. Ahora Bruckner (París, 76 años) publica otro libro agudo -y en muchos pasajes también divertido- sobre un fenómeno cultural y político que se extiende por todo el mundo: ¡Pobre de mí! Por qué las víctimas son los nuevos héroes [pendiente de traducción al castellano] en el que critica la preferencia contemporánea y absolutamente bipartidista por quienes han sufrido o creen haber sufrido una injusticia, un trauma, una afrenta... La víctima es idolatrada siempre, solo por el hecho de sufrir, y las causas de su dolor, en el fondo, importan poco: pueden ser políticas, psicológicas o biológicas; quien se queja puede haber sido abandonado por el Estado, por su pareja o por la salud, pero en cualquier caso gozará de un crédito incalculable en la sociedad. Bruckner no arremete contra el noble sentimiento humano de la compasión hacia quien sufre, sino contra el regodeo y el recrearse en el sufrimiento como si este fuera en sí mismo un valor, una cualidad, un pretexto absoluto capaz de definir y glorificar una vida. La víctima es, precisamente, el nuevo héroe.

—En la primera página del libro usted relata la propuesta que se le ocurrió al entonces presidente francés François Hollande, quien, varias semanas después de la masacre de la sala Bataclan, pensó en otorgar la Legión de Honor póstuma a las 130 víctimas de los atentados del 13 de noviembre. ¿Por qué este "Panteón invertido" es tan significativo para usted?

—Porque las personas asesinadas dentro de Bataclan o en las calles cercanas la noche del 13 de noviembre de 2015 tienen toda nuestra compasión, por supuesto. Pero, ¿qué sentido tiene darles la Legión de Honor? Esa es una condecoración que normalmente se atribuye a los héroes, a quienes luchan, no a quienes son abatidos. Aquellos inocentes secuestrados por los yihadistas tuvieron la desgracia de encontrarse en el lugar equivocado en el momento equivocado, y ciertamente merecen el homenaje de la nación. Pero de otra manera. La Legión de Honor nunca ha sido una compensación por un duelo, sino la recompensa por un mérito. Sólo que la víctima se ha convertido ahora en el nuevo héroe, con una inversión semántica notable.

—¿El lenguaje revela una actitud profunda?

—Me parece que sí. También me impresionaron mucho las palabras elegidas por la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, para conmemorar a Arnaud Beltrame, el gendarme que el 24 de marzo de 2018, en Carcasona, se ofreció voluntariamente a cambio de un rehén durante un atentado islamista en el supermercado y acabó asesinado. Hidalgo exaltó a Beltrame como una "víctima de su heroísmo", una especie de oxímoron que revela la convicción de fondo, aunque sea inconsciente: el mérito principal de Beltrame fue haber sido asesinado, ser víctima, más que haber salvado valientemente la vida de un cliente del supermercado. Ese es el punto central.

—En el libro usted trata de identificar las causas de esta actitud y retrocede tanto en el tiempo que llega hasta el nacimiento del cristianismo. ¿Este clima cultural tiene su origen en el hecho de que Dios tomó partido por los humildes, los oprimidos, hasta morir en la cruz?

—Seguimos siendo una sociedad profundamente cristiana. Para bien o para mal, somos herederos de la revolución de Cristo, que ofrece su sufrimiento como patria común a todos los humillados y les lleva el consuelo de la cruz. En los últimos dos milenios, esto ha permitido la protección de los derechos de las mujeres, los niños, los esclavos... Pero sobre esta base noble se ha inyectado ya la estrategia secundaria del victimismo, a todos los niveles, tanto personal como de los Estados. Supremacistas blancos o negros, virilistas resentidos, islamistas, neofeministas furibundas, ecologistas enfurecidos, eslavófilos revanchistas, neo-otomanos vengativos: cada uno explota una tragedia pasada para culpar a sus enemigos.

—En Occidente esto toma la forma de una contradicción entre el poder absoluto del hedonismo y la idolatría del sufrimiento.

—Así es, es paradójico. Es decir, nuestras sociedades son infieles a sus propios mensajes. Detrás del hedonismo declarado se percibe una especie de dolorismo subterráneo. El victimismo es una patología del reconocimiento, el deseo de ser identificado sin la obligación de presentarse. Al final es como si no lográramos aceptar el aspecto duro y trágico de la existencia y la búsqueda de la felicidad se transformase en una obsesión por la tristeza. Las adversidades se atribuyen a la maldad de la sociedad, a la crueldad del capitalismo. Siempre hay que encontrar un chivo expiatorio para nuestra desgracia. Nosotros, los europeos y estadounidenses del siglo XXI, parecemos afectados por el síndrome de la princesa y el guisante, que no podía dormir a causa de una canica bajo el colchón. Cuanto más mejora la medicina la calidad de nuestras vidas, más aumenta nuestra susceptibilidad y emotividad.

—Un aspecto de su denuncia es que el problema no se limita a partes de la sociedad contemporánea cercana a la sensibilidad woke. No se trata sólo de la preferencia por la lágrima que llena los medios de testimonios trágicos o de relatos de dificultades existenciales normales presentadas como traumas insuperables. La queja está en el corazón de la ideología de un aparente hombre fuerte como Vladimir Putin, que recurre a la mitología de los caídos soviéticos en la Segunda Guerra Mundial para justificar sus masacres en Ucrania, y siente la necesidad de inflar las cifras: 20 millones de víctimas del nazismo no son suficientes, deben convertirse en 40. También para Putin el sacrificio, el victimismo, es fundamental.

—Slobodan Milosevic y las guerras en los Balcanes fueron el ensayo general. También los nacionalistas serbios estaban convencidos de que el mundo entero estaba en su contra y quería destruir la Santa Serbia; sus abusos estaban motivados por un profundo victimismo. Hoy el Kremlin se atribuye el papel de haber derrotado al Tercer Reich mientras pasa por alto la complicidad de Stalin con Hitler que duró más de un año. También recuerda sus decenas de millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial y, en esencia, dice que todo se le debe a Rusia, que no se le puede negar nada dadas las adversidades que ha soportado, y por tanto su guerra está justificada.

—¿También el presidente estadounidense Donald Trump juega a hacerse la víctima?

—Él es un woke al revés. Es más, un woke absoluto: ha retomado la retórica victimista de los woke y la ha extendido a todo el pueblo estadounidense. Interpreta el victimismo del ciudadano blanco común que sufre porque es víctima de la élite globalizada de Washington. Las élites académicas difunden la ideología mortífera de las minorías, pero según Trump, América es la víctima del mundo entero. Es un gran país que se ha sacrificado para salvar al mundo y al que el mundo está saqueando: de ahí la voluntad de imponer aranceles. El propio Trump se ve como un enviado de Dios, una especie de emisario crístico.

—El país más rico, próspero y acomodado del mundo se presenta como víctima de las demás naciones.

—Es una aberración, pero funciona. Quienquiera que encuentre dificultades culpa a los demás. Trump, para mí, es la mejor ilustración de la ideología victimista y de su absoluta falsedad. Un woke del estadounidense blanco que se siente empobrecido y dice querer recuperar el país porque, según él, alguien se lo ha robado. Alguien pensaba que Trump podía ser la respuesta al victimismo woke, pero al contrario, está ampliando el campo del victimismo. Ha extendido la queja de las minorías a todo el pueblo estadounidense.

—¿El victimismo también contamina las artes y la literatura?

—Hoy hay que ser muy sufridor para vender, el sufrimiento es un género literario. Aunque hay que tener cuidado: tienes que ser víctima, pero no del todo, enfermo, pero no demasiado, porque si cuentas tu cáncer y te conviertes en víctima absoluta y luego mueres, no puedes sacar provecho de ello. En ese caso hay que ser víctima, pero hasta cierto punto.

—En el libro hay una crítica a Annie Ernaux...

—Uno de los méritos de la cultura es representar a los débiles y oprimidos, pero sobre esta conquista se ha injertado una victimización que consiste en apropiarse de la grandeza o la nobleza de la víctima. Annie Ernaux está en lucha contra el determinismo social, se propone como una tránsfuga de clase, dice hablar en nombre de los humildes y reivindica el deseo de "vengar a su raza". Pero no creo que sea una víctima, sino lo contrario. Lo curioso en ella es que es multimillonaria, es una escritora muy buena, he leído casi todos sus libros, y por tanto me alegro por ella, pero debo decir que vive este privilegio del Nobel, que es el sueño de casi todos los escritores, como una maldición, como si fuera un clavo más en su difícil condición. No hay que exagerar. A pesar de su innegable talento y su gran éxito, ha terminado por abandonarse a la amargura.

—¿Es imposible liberarse de la condición de víctima, verdadera o presunta?

—Afortunadamente no. Cuando la actriz Adèle Haenel protestó por la concesión del premio César a Roman Polanski, dijo que esto equivalía a escupir en la cara a todas las víctimas de violencia sexual. Entonces, Samantha Geimer, violada por Polanski a los 13 años, dijo que pedir a las mujeres que soporten no solo el peso de la agresión sufrida, sino también el de la indignación de todos para la eternidad, equivale a escupir en la cara a las mujeres que han logrado recuperarse. Geimer reivindica el derecho de una víctima a dejar atrás sus heridas y vivir bien, si lo consigue, sin permanecer asociada eternamente al estatus de sufriente. Luego cito el caso de Neige Sinno, violada por su padrastro desde los siete años, que ha escrito el hermoso libro Triste Tigre (Ed. Anagrama), que reivindica el hecho de estar, pese a todo, a salvo. Existen dos filosofías de la desventura: una es fuente de postración, la otra de renacimiento. El espíritu del tiempo privilegia la primera, por desgracia. Pero debemos aprender a oponernos a la seducción del pánico.

Fuente: El Mundo

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